El veredicto de la curandera: Hasta la coronilla de empachado
¿Quién no estuvo empachado alguna vez? Y con seguridad, la mayoría sabe la razón que lo llevó a ese estado que para la medicina occidental se explica como una suerte de indigestión por exceso de alimentos.
En ese contexto hay situaciones que no ayudan como el hecho de comer demasiado deprisa, ya sea por ansiedad, estrés, o que se haya presentado un festín muy pesado acompañado de alcohol, entre otras tantas posibilidades.
Podemos evitar llegar a este estado comiendo más veces menos cantidad, beber más agua, masticar despacio, pero cuando se está frente a ese cuadro de malestar, más de uno optó por evitar el médico y le pidió a la curandera que ‘lo mida’.
Este lenguaje por demás conocido en estas latitudes lleva a manipular una cinta (generalmente roja) con una medallita o crucifijo en uno de los extremos. Una vez frente al empachado, la curandera suelta la cinta y coloca esa referencia espiritual en ‘la boca del estómago’. Algunos le llegan a dar un beso a la medalla antes de colocarla, pero bueno, tras esa sensación de frío metal, empieza el ritual.
La curandera va acercándose al empachado acortando la distancia que la separa del ‘paciente’ usando para ello la medida de un codo, a la par que repite de forma ininteligible una especie de rezo. “Estas hasta la coronilla”, suelen decir cuando la mano sobrepasa la cabeza, pero a medida que baja al hombro y llega al pectoral, el o la fulana empiezan a mejorar.
Aquí sí que podríamos usar aquello de creer o reventar. También las recomendaciones de comer liviano, un arrocito, sopa y mucha agua. Un ‘gatorey’, también garpa si es de manzana.
Además, si el empachado vino ‘hasta la cabeza’ (otra acepción usada), la curandera empezará a tener los síntomas del paciente, y puede llegar a eructar si el cuadro es así de complejo. Ustedes dirán, cómo sé esto, bueno, en la familia tenemos una que otra curandera, y por la inmediatez de las nuevas tecnologías, hasta cura a distancia, utilizando el picaporte de la puerta como referencia. “Dígame el nombre completo y la edad”, claro, porque tampoco hay que pensar en algo abstracto, digamos que la puerta es usted, simbólicamente. Esa representación opera en esa ocasión como lo más práctico si usted está lejos, de viaje, o no puede ir en ese horario. Ah… otra cosa más, tiene que ser antes que se ponga el sol.
En este tramo de la propuesta, es preciso aclarar que esa mujer (en la generalidad de los casos) aprende en un momento específico del año, “para Semana Santa o Navidad”. La premisa para enseñar es simple, ayudar a otros, por eso si alguien le cobra por hacerlo, no estará cumpliendo con lo pactado. Sí podrá recibir obsequios, que van desde una lata de duraznos en mitades, a yerba, azúcar, galletitas, todo lo que usted sienta el impulso de regalar, ahí no hay incompatibilidades.
Ya no vemos tanto a esos otros curanderos, que en vez de cinta, ‘tiraban el cuerito’, práctica por demás traumática, pero que al parecer también surtía efecto, nunca mejor usado el término ‘surtía’ porque flor de grito pegabas cuando sentías elevarse tu dermis tironeada por esos dos dedos hasta escuchar ese chasquido. Parece que la ciencia ha demostrado que los pellizcos a los costados de la columna estimulan una formación de nervios conocida como plexo celíaco o solar, que acelera el movimiento estomacal.
Sobre el final, y para no alargar más la consulta, sabemos que en la casa de la que cura el empacho rara vez sus miembros tengan estos síntomas. Esto más que una coincidencia o protección, quizás tenga que ver con que en esos hogares todavía haya hábitos culinarios recurrentes, poca comida chatarra, o una organización muy esquemática de los horarios para la comida. Francamente aquí estamos entrando en el terreno de lo incomprobable, o no extrapolable a generalidades.
Sí sabemos que nadie se sintió peor después de ir a que le midan el estómago, o le tiren el cuerito, y allí también hay una suerte de confianza en esa persona, que suele dejar lo que esté haciendo para atender a ese pobre niño que se clavó un blockazo, se endulzó con las mandarinas o el postre del ‘finde’ o aquel grandulón que se zarpó mal en la peña. Todos son bienvenidos. Eso sí, cuando tenga estos síntomas con más frecuencia que lo ocasional, consulte al médico.
Recuerden que si ya ‘les bajó’ el hambre será síntoma de mejoría. Quizás un tecito sin azúcar, y un arrocito sin queso para el ‘estómago débil’, suplan ese incontenible deseo de volver a la carga, porque así somos, nos encanta tropezarnos con la misma piedra.