Usted preguntará por qué cantamos
Ya no se habla sobre cómo será el futuro. Es porque ya está presente o quizás porque todo lo que venga más adelante no será otra cosa que lo heredado de este presente preñado de futuro. En 1972 era muy difícil predecir el siglo XXI sin equivocarse en la especulación, pero tan pronto como se conoció la revolución de las comunicaciones y la evolución de la nanotecnología, el porvenir quedó mucho más claro. La nueva era nació al eclosionar la comunicación y eso nos concierne como medio, que a pesar de todo persevera con el soporte papel; el aún imprescindible soporte papel.
Vivimos un presente que desde la distancia podría verse como mágico, donde el ser humano es una especie de antena georeferenciada e hiperconectada con el mundo entero en tiempo real. Un atentado o un hecho feliz que sucede del otro lado del planeta no tarda muchos segundos en quedar disponible en el dispositivo móvil de unas 5 mil millones de personas. Si hoy cayeran las Torres Gemelas, decenas de transeúntes ocasionales estarían filmando con su celular el episodio, en transmisión directa con todo el que quisiera verlo.
Es por el lado de las comunicaciones donde explotó el futuro. Ahora lo sabemos, porque ya es presente y el hecho en sí mismo es un lejano pasado del que observamos hoy la onda expansiva. Tan rápido vino que nos llevará tiempo aprender sus riesgos y sus lados oscuros.
En este futuro tan presente, la noticia viene por los mismos canales mezclada con la manipulación, el engaño, los globos de ensayo, las fuentes no identificadas, las famosas fake news (noticias falsas), que superan la capacidad humana para distinguir lo falso de lo verdadero. Es ahí donde los medios tradicionales cumplen un rol fundamental. Son (somos) una especie de isla sólida en medio de las tempestades.
Volvamos al ejemplo de las Torres Gemelas. Podemos verlas caer en tiempo real y mil veces más si deseamos hacerlo, pero necesitaremos fuentes confiables para saber qué, cómo y por qué sucedió, cuánto daño causó realmente, cuál es la historia –seguramente compleja- que terminó en dos aviones estrellados. ¿En quién confiaremos para conocer las intimidades del asunto y no perdernos en la catarata de datos falsos que proceden no solo de la confusión sino también por el interés de proteger, ocultar, acusar, etcétera?
Ahí estarán siempre los medios en los que históricamente hemos confiado porque les conocemos “el pedigrí”, o que hemos elegido por afinidad o confianza.
Sí. Está bien. Pero ¿leer en papel? Por supuesto, el cuarzo es seductor pero no aguanta notas extensas y mucho menos profundas. El cuarzo quiere impacto y acción porque compite con la inmediatez y tiene sistemas de medición para saber cómo pegar mejor para ganar. Se pierde la esencia, la búsqueda de la verdad, que cuesta tiempo y dinero. Pero en todo caso el soporte es lo de menos cuando hay una marca que respalda, fácilmente identificable.
Pero vayamos al punto. A lo que sabemos hacer y nos gusta. En medio de aquel escenario, leer Paralelo 32 es casi un rito, un momento de intimidad con el texto, un silencioso mano a mano con periodistas conocidos que desde hace muchos años, décadas en algunos casos, se esfuerzan por cuidar el prestigio de la marca pero también el suyo personal, que en esta profesión admite una sola forma de cuidado: no falsear, ni manipular, ni torcer, ni ocultar.
En materia opinable, no se puede confeccionar un chaleco que le quepa a todo el mundo; no pueden estar todos nuestros lectores de acuerdo; pero probablemente sí, reconocer en ellas un pensamiento sincero, no interesado.
Y como nos gusta decir: “respetamos a quienes discrepan con nuestra opinión, de lo que nos cuidamos es de los desmentidos”. Como tampoco dudamos en enmendar nuestros errores, porque nuestro único interés es que nuestros lectores estén correctamente informados.
¿Y a qué viene todo esto? ¡Ah, sí, claro… a que este domingo 1º de julio Paralelo 32 cumple 46 años de calle y no queríamos dejarlo pasar sin decir por qué confiamos en la utilidad y el valor registral histórico de lo que hacemos.
(Por Luis E. Jacobi)