Cultura
Una vida atravesada por la danza
Con casi seis décadas dedicada a la danza, al ballet y la enseñanza, evocamos el largo recorrido de María del Huerto Pedemonte.
Victoria.- En el año 1965 se lanzó al ruedo de la danza, ya con herramientas y elementos para discurrir en la enseñanza del ballet. Su nombre, María del Huerto Pedemonte, quien sostenida en sus zapatillas de ballet, decidió dar rienda suelta a su talento, llevando al día de hoy casi seis décadas enseñando a muchas generaciones de victorienses desde su Escuela Superior de Danzas.
Directora de su propia institución por ella creada, realizó el fin de semana su festival de cierre de año en la sala del Cine Teatro Victoria, con lleno total en sus dos funciones, contando con las relevantes presencias y actuaciones de su hija, la bailarina Sol Rourich y el bailarín Benjamín Parada, ambos del staff del Teatro San Martín de Buenos Aires.
Profesional de la danza, María del Huerto, que claramente ha sabido albergar desde sus clases de ballet, jazz, contemporáneo y flamenco muchos corazones que por allí sembraron talento, con la ductilidad que define a la danza.
«El tributo a su madre Josefa Solórzano»
En diálogo con nuestro medio, minutos antes de la velada, María del Huerto trajo y expuso el nombre y figura de su madre, Doña Josefa Solórzano de Pedemonte, quien en vida fuera conocida popularmente como Pepita, noble mujer de gran fortaleza quien muy joven quedó viuda a cargo de sus cuatro hijos (Juan Francisco -odontólogo hoy fallecido-; José Germán, médico que hoy vive en Rosario; Raúl Antonio -prestigioso y reconocido locutor, periodista- quien hoy también vive en Rosario y supo ser la voz insigne de los carnavales en las décadas del setenta, ochenta y noventa, y María del Huerto, la menor.
«Hoy justamente que es el Día de la Madre (fecha en que grabamos la nota. NdeR), le agradezco eternamente a ella que tanto me acompañó y apoyó en todas las decisiones de mi vida, este día de festival es un tributo a ella», expresó emocionada.
Seis décadas de estudio, danza, ballet y festivales
Amén de recordar sus años de estudios, realizados en primera instancia en Las Siete Colinas a donde venían docentes de Concepción del Uruguay y Paraná, para luego irse a la Cuna de la Bandera, sellando esa etapa en el estudio de Jorge Ibáñez y Marta Subiela; destacó que el primer festival que realizó fue en el año 1967 y a partir de allí, si bien con interregnos, los continuó hasta la actualidad, visibilizando así en su relato cincuenta y siete años de trayectoria.
Este fin de semana, los días 19 y 20 de octubre realizó el festival anual de su Escuela Superior de Danzas, donde hubo dos presencias estelares; su hija la reconocida bailarina Sol Rourich y el bailarín Benjamín Parada, ambos integrantes del staff del Teatro San Martín de Buenos Aires.
«Cada festival es desgastante, pero es apasionante, es un estímulo de vida maravilloso, es trabajar, es hacerlo con ganas y poder compartirlo más aún» dice, subrayando la valiosa presencia de su equipo de trabajo, conformado por las profesoras Laura Albornoz, María Florencia Terraza, Daniela Nichea y Gisella Nicolina Ceballos; la vestuarista María Fernanda Gonzálvez y demás personas que hicieron posible el evento, como el sonidista Jorge Alejandro Isaac», somos alma y pasión de esto que estamos por mostrar».
La danza en el tiempo
«La danza en sí es muy linda, pero la danza clásica es difícil, el arte produce una gran satisfacción, es algo de adentro del corazón, del sentir. Las criaturas al principio lo hacen como algo común, pero realmente yo creo que cuando uno termina esa etapa, esa trayectoria de nueve años que es la escuela de danza, es cuando realmente se toma conciencia de la técnica de la danza, nueve años es suficiente para darse cuenta que la danza es belleza, es estética, es difícil».
-¿Cuándo te das cuenta que una niña tiene un talento a considerar y que tiene proyección para la danza?
-- En el acto. Lo que pasa es que a veces las que lo tienen, por más que uno les diga, dejan o no, o porque no encontraron su faceta en ese aspecto, porque hay que ser muy voluntariosa, la danza tiene ese vestir y desvestir, el rodete, no el pelo en la cara y entonces la juventud está mucho con sus pelos largos, al aire, yo les digo acá no es la rural con la cola de caballo.
“El fruto no cae lejos del árbol”
Si alguien ha sabido tomar el legado de María del Huerto, es su hija Sol, hoy en día reconocida en su expertise a nivel nacional e internacional, claro orgullo victoriense, integrante del staff del Teatro San Martín de Capital Federal; quien además este último verano engalanó con su nombre la edición 2024 de las Noches de Momo.
«Sol es una bailarina reconocida, está en uno de los teatros más importantes del país. Siempre digo que en la vida lo mejor es el factor suerte; yo siempre me di cuenta, las profesoras que venían de Rosario a tomar mis exámenes me decían Sol tiene que ir a Buenos Aires y una vez la llevé. Cuando terminó acá su secundario, ahí fue cuando decidió, mamá yo voy a hacer danza». Propio de la profesora que sabe descubrir talentos, los comenta un secreto; “cuando la bañaba (a Sol) ya notaba que los pies y el cuerpo de mi hija hablaban”.
Incluso extendió su alocución a los padres en general, ya que la presencia de ellos en el camino y transitar de quienes hacen arte es fundamental, «lo que tenemos que lograr es que la juventud dé con más pasión las cosas, que uno lucha, pero somos jóvenes también, después de ese trayecto de nueve años, es cuando, ahí creo que se dan cuenta (de su vocación) porque tengo alumnas que han terminado, que han regresado después de su carrera en la universidad y bueno, ya es otra cosa, ya estás hablando en otro lenguaje».
Al finalizar expuso su vínculo con la ciudad de Victoria, «parte de mi vida es la danza, la mitad de mi vida es la danza, agradezco a la gente que me acompaña, los que han confiado en este espacio, al alumnado y nada más que decirles que hay mucha pasión, muchas ganas, y sin esto, sin estímulo en la vida, no llegamos. Entonces decirles a todos gracias, gracias y gracias».
En su prolífica vida supo «dar y recibir», en un camino desandado junto a su marido Gustavo Rourich, sus hijos Juan Francisco, María Victoria y Sol, y seis pequeños caballeros, herederos de una abuela que les está dejando una cosecha promisoria, como ejemplo de perseverancia.