Una profesión fascinante, cerca del corazón de la gente
Por: Nora Jacobi de Sosa (*)
Hoy escribo en primera persona, como nunca antes lo hice en estas páginas, para hablar de mi experiencia de trabajo de casi una vida ligada a Paralelo 32.
Creo que hay cosas que uno elige y otras llegan, tal vez por la gracia de Dios. Es lo que ocurrió cuando el objetivo de incorporarme al mundo del trabajo, una especie de hilo de plata me condujo a desandar el camino del periodismo. Llegué al periódico hace algo más de 38 años. Era un medio chico, con un perfil claro. Se respiraba entusiasmo en una oficina modesta en una casa de familia con dos escritorios, dos máquinas de escribir y tres personas: Luis Jacobi, el director, secundado por su esposa Mary y Enzo Mildenberger, un periodista externo que cubría las noticias deportivas. No sabía bien qué haría.
Todo era nuevo, inimaginable. Di mis primeros pasos en la producción publicitaria y prontamente descubrí en el periodismo una ventana abierta a esta ciudad, su historia y su idiosincrasia. Adopté el compromiso de conocer sus calles, sus instituciones, su gente y desde la gráfica plasmar las noticias que generaban las fluctuaciones de la cotidianeidad, el progreso, las dificultades; un privilegio que nos regala el periodismo pueblerino cuando nos interesamos en los propósitos de quienes construyen nuestra comunidad.
Siento haber llegado en un tiempo justo, donde todavía fue posible recoger los testimonios de inmigrantes afincados en la incipiente Crespo, decididos a forjar sus ilusiones en este suelo. Pero también, en el tiempo donde el notable crecimiento institucional y el gran desarrollo socioeconómico de la ciudad debían quedar registrados en textos escritos para construir los nuevos capítulos de la historia. Esta noble profesión me puso cerca del corazón de la gente, de las realidades sociales de quienes necesitan ser interpretados y ayudados; de los que alcanzan sus metas y se atreven a nuevos desafíos; de los que se comprometen con la ciudad y trabajan por su bienestar. Tengo la fortuna de haber recopilado capítulos valiosos de un Crespo polifacético, en un tiempo donde se crearon nuevas escuelas y fundaron más instituciones; prosperó el arte y la cultura; surgieron nuevos emprendimientos y servicios; donde el desarrollo de la infraestructura permite que todos los hogares tengan agua potable y cloacas; donde siguen apareciendo nuevos pioneros.
En los primeros años, el sueño de transformar la publicación en un medio regional empezó a sumar espontáneamente a entusiastas colaboradores, que por ese mismo tiempo se preocuparon en dar voz a sus pueblos, muchas veces olvidados. Así empezó un proceso de crecimiento insospechado del periódico empujando entre todos hacia su consolidación y transformación.
Llegó la década del 90, el Semanario tenía unas cuántas páginas más que al comienzo, y poco a poco quedaron en la historia los originales manuscritos y a máquina que viajaban en micro a imprenta. Las computadoras vinieron a trocar el trabajo y con ellas Internet exigió adaptarse a los desafíos de paradigmas diferentes. La tecnología dio acceso a nuevas herramientas, llegaron el periodismo digital, las redes sociales; espacios en los que se potenció la versión papel de Paralelo 32. Y para mí la oportunidad de formar parte de esta rica historia de progreso y perfeccionamiento de un medio del interior que siempre bregó por estar a la vanguardia, tal vez con pocos recursos pero con un gran capital humano, meticuloso, sacrificado, laborioso y autocrítico.
El trabajo no estuvo exento de nuevos compromisos y obligaciones. Pensando en acercar el público infantil y juvenil a nuestras páginas, asumí la responsabilidad de crear y conducir Adolescencia, una sección que tiene 25 años de vigencia y reúne material propicio para complementar muchas veces las exigencias escolares.
Este lugar ha sido y es para mí una gran escuela, de constantes desafíos. Me enseñó los principios básicos de la profesión, los códigos de conducta, los valores y obligaciones del oficio. Garantizar la verdad y la precisión, la objetividad y la responsabilidad como rúbrica de profesionalismo. También encontré la libertad de trabajo como valor supremo.
Aquí el periodismo es una actividad fascinante y las tensiones que lo acompañan, por la complejidad y el dinamismo de la sociedad actual, lo convierten en un campo repleto de retos, donde el mayor orgullo y el compromiso real está en poder escribir la verdad siempre.
(*) De la redacción de P32