Reescribir el código, del día de Niño al día de las Infancias
(Nicolás Rochi – Paralelo 32). La niñez como tal es un ‘invento’ de la modernidad, la escuela lo necesitó para lograr la obligatoriedad de asistir a ese ámbito para la formación de los futuros ciudadanos, regidos sobre una base de derechos y obligaciones que viene siendo puesta en tensión como la misma palabra Patria, a la que desde la bandera de la inclusión se reclama cambie para llamarse Matria.
La religión es otro bastión que junto a la familia tradicional y la ya mencionada institución escolar, contribuyeron a consolidar que esos seres ‘menores’, tuvieran cobijo y no se criaran al igual que los adultos.
Sin querer entrar en cómo aprenden o cuáles son los mecanismos que hacen posible su pensamiento complejo, donde también hubo grandes aportes desde Piaget a Vygostki, entre otros tantos que obligaron a un cambio de perspectiva sobre la base de esa mirada atenta a los niños y sus relaciones sociales y culturales; esos cambios epocales vuelven a tener ajustes de brújula con la irrupción, cada vez más insistente, de movimientos cargados de una impronta ideológica rupturista.
No hablamos ya del feminismo y su decidido ataque al patriarcado, sino también de otras posturas más radicalizadas como la teoría Queer, que como afirma ya Tadeu Da Silva (en la segunda edición de su libro Documentos e Identidades): “quiere ir más allá de la hipótesis de la construcción social de la identidad, o del propio multiculturalismo, tienden a radicalizar la posibilidad del libre tránsito entre las fronteras de la identidad, la posibilidad del cruce de las fronteras”.
Esos nuevos escenarios, cuya activista búsqueda de cambio en el paradigma cultural, también han puesto en tela de juicio la construcción discursiva que comprende el Día del Niño, y hoy encuentran políticas que respaldan esa mirada, como la reciente iniciativa del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, que a través de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF), celebra la diversidad de toda la niñez.
Más allá que en Argentina el Día del Niño se viene celebrando desde 1960 a partir de la recomendación de la ONU, estos tiempos que corren no solamente dan lugar a promover el bienestar de niños y niñas con actividades a tal fin; desde 2020 el SENAF también insiste en que cambie su nombre por el Día de las Infancias.
De esta manera se posiciona el enfoque de derechos con perspectiva de géneros y diversidad en la forma de representar a la diversidad de las vivencias de la niñez. Y de nuevo, el lenguaje viene a mostrar que toda denominación ha perpetuado prácticas que hoy son decididamente reconfiguradas desde esa problematización que gana lugar, no solamente en movimientos activistas, sino también en la universidad pública (con el idioma inclusivo) y el propio Estado.
La gran premisa es ‘transformar la sociedad’, y quien vea esto como un ataque, queda entrampado en esta lógica como intolerancia demodé al tiempo que se avecina. Ese mismo Estado que lo educó, desde sus instituciones, para valorar determinadas cuestiones como inmaculadas, hoy lo critica por su radicalizada postura, y esa tensión gana espacio de uno y otro lado del río discursivo en el que se cruzan estas aguas. Así estamos.
A esta altura, aquellos que tenían armado mensajes, remeras, y mil productos comercializables con la frase : Feliz Día del Niño, deben estar más cabrones/as que los cientos de miles del PSG (París Saint Germain) que mandaron a hacer camisetas con la 10 de Messi y este ‘enano’ extraterrestre se le ocurrió manotear la 30.
Más allá de quiénes tienen razón; o si es buena o mala tal o cual decisión; el debate está instalado. Y si ustedes son padres cobijo, madres solteras, o un matrimonio de esos que veíamos en películas — porque hoy la mayoría decide la unión civil, y hasta por ahí nomás—, seguramente vivirán la jornada de este domingo con mucho empeño y sonrisas.
Ver a tantos pequeñitos y pequeñitas personas abrir su regalo, y a más de uno que ya habrá pasado la franja de ‘peque’, gurísa, chiques, etcétera, también, sigue mostrándonos lo importantes que son. Démosles un abrazo y un gran beso, eso todavía no está sujeto a crítica.
Si hay quienes van a cambiar al mundo, y por lo visto lo hace sin nuestro aval ni consentimiento, que cambie para bien. Si se nos permite: ¡solamente eso pedimos, o anhelamos! y por supuesto si hay que reescribir el código, fuente de nuestras certezas, que gran parte de ese lenguaje sea inclusivo, pero no en el sentido de una ‘e’ o una ‘x’, sino que realmente tienda hacia la igualdad de oportunidades sociales, culturales, políticas, de raza, y mil etcéteras más.