** En los cursillos matrimoniales –si es que todavía existen y no fueron abolidos de las iglesias por las defensoras del laissez faire– deberían enseñar esta regla número uno para la armonía familiar: Si quieres cuidar la relación con tu suegra, jamás olvides devolverle un tupper (se pronuncia ‘taper’ y es abreviatura de tupperware).
** Ella puede soportar muchas cosas, incluso con algunas sesiones psicoanalíticas podría superar la infidelidad del hijo cuando finge indiferencia por sus pastelitos de ricota y elogia las milanesas quemadas de su nueva esposa; pero perdonar a alguien que se le quedó con el tupper por olvido o porque le vino re bien para su heladera… es demasiado.
** Sus hijos (incluye hijas, hacemos la aclaración tan obvia como inútil pero no diremos hijes) se van a estudiar a otra ciudad y vuelven de vez en cuando, generalmente para reaprovisionarse. Ellas los extrañan horrores, pero cuando los ven bajar del colectivo su primera pregunta siempre será: ¿Me trajiste los tupper?, y antes de recibir una respuesta continuarán: ¡A que te lo olvidaste! ¿Me equivoco? Y antes de oir un ‘sí, los traje’, soltarán su aterradora amenaza: No te voy a mandar más nada.
Los chicos (no diremos chiques) le restan importancia al asunto, quizás porque nadie les ha advertido que sus madres son víctimas de una adicción, que como familia debería preocuparles.
Tupperadicción
** La psiquiatría científica aún no hizo los esfuerzos suficientes para descifrar qué oculto secreto encierran estas cajitas cuadradas o circulares capaces de crear grietas en las familias por causa de olvidos. La cuestión es que pueblan nuestra heladera, alacenas, freezers, colonizan todos los espacios posibles en los hogares. Fueron inventados por un tal Tupper en 1947 y se popularizaron cuando se asoció a Brownie Wise, creadora del plan de marketing con demostraciones en hogares, que hicieron multimillonario al viejo bribón.
** Ellas reconocen esos pequeños contenedores por sus formas y los colores de sus tapas, los coleccionan, los acarician, los admiran como obras de arte, compran muchos más de los que necesitan, hablan de sus tupperware en reuniones de amigas, los llevan en la cartera, les ponen nombres y se han registrado situaciones extremas, como la de tirar el sobrante de la lasaña del mediodía por no enchastrar un “taper” para su guarda.
** El mito de Coca Cola lleva 127 años, con una especie de adicción a este refresco que ha disparado miles de conjeturas y conclusiones incomprobables, pero nadie explica la adicción al Tupperware, que traducido sería algo así como “chucherías de Tupper” (Tupper = apellido del inventor / ware = mercancía)
Invéntalo y échate a dormir
** Sepamos de una vez por todas quién es el sujeto más nombrado cada día alrededor del mundo, en ámbitos privados generalmente familiares. Se trata de Earl Silas Tupper (1907/1983), que no inventó el cierre perfecto sino que copió el de las latas de pintura y lo puso al revés, como si la tapa fuera abajo y el tarro arriba. Cuando tuvo esto trabajó en obtener un plástico no contaminante y lo logró.
** El poliéster, la poliamida y el neoprene ya habían sido inventados, por lo que al viejo Earl solo le quedaba descubrir un método para purificar los desechos del proceso de refinación de petróleo y convertirlos en un material durable, flexible y sin ninguna propiedad tóxica. Trabajó en eso y cierto día gritó ¡bingou! Y ese fue su mérito, porque además no se quedó con el hallazgo sino que le encontró una buena aplicación.
** Saciado de amarrocar millones sobre millones, el viejo cobwoy se dijo ‘has trabajado lo suficiente muchacho’; se divorció de su mujer en 1958 cuando tenía 51 años y ahí mismo vendió su empresa por un sucio puñado de dólares (16 millones) a la Rexall Drugs Corporation. Para no pagar impuestos en los Estados Unidos compró una isla en Costa Rica, donde se rodeó de geishas que le servían ostras por la mañana y el daikiri de ron blanco en la sala de baños, pero estos placeres no pudieron evitar que a los 76 años el llamado de la Providencia lo obligara a “entrar a garaje”, como diría un amigo. Sus fans siguen porfiando que lo sepultaron en un ‘taper’ gigante.
La ancianita del taper
** En Stanford City aún recuerdan a aquella anciana que en una mañana memorable para 87 niños de un jardín de infantes que contemplaban la escena, aplaudiendo, fue rudamente golpeada por ocho federales a causa de haberse negado a entregarles un sucio tupperware que aprisionaba entre sus brazos de acero mientras metían su cabeza en un retrete tratando de hacerla entrar en razón. Le hicieron el submarino en un bote de doscientos litros de oil para camiones, y no fue suficiente para que soltara su taper.
** Los polizontes fueron aún más rudos, llevándola al rancho de Rick Sopapo, un temido mercenario que ahora se dedicaba a bordados y tejidos croché para los turistas. Allí le hicieron escuchar un Long Play de Ricardo Arjona durante cuatro horas, pero ni aún así la terca mujer cambió su actitud soltando la cajuela.
-¡Shet, quédate con ella, Rick, y haz lo que tú sabes hacer!, le dijo el sheriff del condado guiñándole un ojo, y subiéndose a la patrulla salieron matando lagartijas de aquel sucio lugar al sur del río Colorado, cerca de Bull head City.
¡Hi-yoo Silver! La historia no termina
** Cuando se perdieron en la polvareda, Rick encendió un cigarro. Luego otro y se lo arrojó desde su rincón a la maltrecha anciana mientras le preguntaba con voz grave: ¿Tienes el taper? La anciana asintió con la cabeza mientras extraía la cajuela de plástico, ahora debajo de su desgajada pollera countryside. Rick solo respondió, mientras ella comenzaba a pitar el pucho: Has hecho bien tu trabajo, mamá.
** Se cuenta que Rick –ahora más sensible que en sus mejores tiempos– fue hasta una higuera cercana, tomó cinco higos pintones y tras vaciar el tuper los colocó allí, se los entregó a su madre y la acercó con su caballo hasta un camino cercano para que regresara a Apache City, unas 125 millas al norte, como pudiera.
Rick siempre supo que las 43 pepas de oro puro arrebatadas a un buscador de California, estarían muy bien guardadas en el tupper que la vieja custodió a costa de tragar aceite quemado. Las viejas son así. Rick decidió esconderlas bajo un piso de madera en el establo.
** Esta historia jamás se hubiera conocido si no tuviéramos una semana fiambre, donde todo es política preelectoral aunque no se puede o no se quiere hablar de ella, y el autor de esta columna debe rebuscárselas para eludir los temas sensibles.
** Gracias por su atención y sobre todo por su tolerancia, si es que ha decidido seguir tolerándonos. Si quiere contarnos algo sobre su taper favorito, escriba a redacción@paralelo32.com.ar