Sociedad
¿Qué es el fascismo?
Fascismo es un término esquivo, complejo e intrincado, como diría un estimado profesor de Teoría Política: “cuando hablen de fascismo expliquen la definición que están utilizando para que los comprendan y evitar malos entendidos”. Lo cierto es que fascismo a pesar de su complejidad se lo utiliza recurrentemente, de manera asidua y de una forma extremadamente simplificada. Por lo cual intentar precisar ciertas definiciones terminológicas nunca está de más.
Pero comencemos por lo más simple, el término “facho” no reviste ninguna complejidad, es un concepto peyorativo, un insulto, no conviene perder el tiempo con esta expresión.
Es fácil caer en una primera definición refiriendo al fascismo como el régimen político italiano desarrollado por Mussolini desde 1925 hasta 1943. Pero esta acepción no termina de profundizar la complejidad del término y la vaguedad con que se utiliza en la actualidad. Lo mismo ocurre con vincular el vocablo a la derecha o la extrema derecha.
Personalmente prefiero la definición que desarrolla el destacado Periodista Pablo Giussani (*) en su libro “Montoneros. La Soberbia Armada”, es la definición que mejor expresa el concepto político del término fascismo. Dice Giussani citando a Umberto Eco: “Nos ocurre de tanto en tanto tener que explicar a otros y a nosotros mismos lo que es el fascismo. Y nos damos cuenta de que es una categoría muy esquiva: no es solo violencia, porque ha habido violencia de varios colores; no es solo estado corporativo, porque hay corporativismos no fascistas; no es solo dictadura, nacionalismo o belicismo, vicios comunes a otras ideologías. Pero hay un componente a partir del cual el fascismo es reconocible en estado puro. Donde quiera que se manifieste, sabemos con absoluta seguridad que de esa premisa no podrá surgir otra cosa que el fascismo: se trata del culto a la muerte”. “Hablo aquí de la muerte como un valor que se afirma por sí mismo. No me refiero a la muerte para la cual vive el filósofo, y a través de su aceptación, cobran sentido otros valores; ni me refiero a la muerte del hombre de fe, que no reniega de su propia mortalidad, sino que la juzga providencial y benéfica porque a través de ella alcanzará otra vida. Me refiero como a la muerte sentida como urgente, como fuente de júbilo, verdad, justicia, purificación, orgullo, sea causada a otros, sea causada a uno mismo”
Muchos movimientos políticos e ideológicos se han vinculado con la muerte a través de la historia, pero ninguno se ha identificado tan decididamente con la necrofilia erigida en ritual y en razón de la vida como el Nazismo. Un ejemplo clásico es la Blutfahne o “bandera de sangre”, la bandera del NSDAP manchada con la sangre de los militantes nacionalsocialistas abatidos durante el fallido Putsch de Múnich de 1923, la bandera se convierte en objeto de culto y veneración cual reliquia cristiana y por sobre todo, un símbolo generador de probidad y venganza.
El fascismo atravesó la política argentina durante todo el siglo XX y se desarrolló en todos los partidos políticos, desde los Revolucionarios del Parque de 1890 hasta el peronismo, que marcadamente tuvo una fuerte impronta fascista (Perón al ser militar trasladó esos conceptos a su Movimiento, la “muerte” es una parte sustancial de la formación militar) así también los partidos de izquierda, principalmente en sus variantes anarquistas o comunistas de principio de siglo, etc.
La muerte como instrumento político tuvo su apogeo durante la década del ´70. Cualquiera podía desarrollar o adherir a una concepción de la forma en que se debía organizar la sociedad, la economía y hasta el mundo y defenderla con la vida de cualquier postura en contrario y lo que es peor, cualquier concepción antagónica habilitaba a matar. Así de simple, así de absurdo.
La muerte fue usada como instrumento fundamental para el ascenso al estado jerárquico superior de la organización social o política de pertenencia. Morir por la causa es fascismo, para citar ejemplos locales, los fusilados de León Suarez, los Héroes de Trelew, Rodolfo Walsh, etc, ascendieron a la cúspide de sus organizaciones políticas, considerados mártires su sacrificio depuró las contradicciones. Por el contrario, no disponer de la estructura de una organización de pertenencia el fascismo la condena con el olvido, como las víctimas de los bombardeos a Plaza de Mayo del 55. Morir por la causa es la mitad del concepto, matar por la causa lo completa, nuevamente los ´70 nos inundan de ejemplos: la Triple A, Montoneros, el ERP, el Terrorismo de Estado, etcétera.
A partir de 1983, con el resurgimiento de la democracia esta concepción de la muerte como instrumento político perdió fuerza con una velocidad sorprendente, la sociedad asqueada de la violencia terminó por condenar esta forma de acción política. En los nuevos partidos políticos surgidos a partir del siglo XXI este concepto está totalmente desterrado, ¿qué afiliado del PRO se enfrentaría para defender las ideas de Macri?, lo mismo ocurre con Carrió, Lousteau, Stolbizer, Grabois o Milei. Sólo tal vez algunos veteranos peronistas estarían dispuestos a disputarse por la fuerza algún paredón para una pintada, o algún militante de la izquierda se atrevería a confrontar convencido contra los hidrantes de la Gendarmería, pero no más de eso.
“Que el fascismo no se vea no significa que no exista”, el reverdecer de este razonamiento, mil veces escuchado y mil veces repetido en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana de los ´70, que si el pueblo tomara conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas respondería en masa al llamado a la resistencia. Esta tarea esclarecedora recae ahora en el wokismo. Pero las masas son erráticas y los acontecimientos suelen tomar un giro inesperado para las expectativas, el intento de promoción del fascismo al mundo objetivo, ahora como antes, no genera adhesión sino todo lo contrario, su efecto no es movilizador sino inhibitorio. El hombre de la calle percibe a la “corrección política” como progenitora y causante del cambio
La obsesión agresivamente exhibicionista por la justicia y sobreactuación de moralidad necesitan situaciones que la justifiquen. La fóbica visualización de la realidad como fascismo responde también a la urgencia por disponer de un contorno de estímulo a los que solo pueda responderse con conductas iconográficamente satisfactorias. Con las nuevas tecnologías de comunicación donde una foto, un reel y un número limitado de caracteres deben explicar el todo, la simplificación se transforma en un errático y arriesgado camino.
En esta nueva etapa que se inicia y nos toca atravesar, más allá de los discursos encendidos, de las gestualidades inapropiadas o de los haters de internet, no existe un correlato físico. El destierro de la muerte y de toda forma de violencia política constituye parte esencial del actual “pacto social” y que no será fácil cambiar. No hay lugar para el fascismo en el siglo XXI, por los menos en Argentina.
(*) Pablo Giussani – Filósofo/escritor/periodista. 1927/1991