Papis ¡jueguen limpio!
¡Pisalo! ¡Comele los talones! ¡tirate al suelo bol…, tirate!, se oye gritar en las canchas donde juegan al fútbol chicos de seis a trece años. Se habla mucho de la violencia de las barras en el fútbol profesional y muy poco o nada de los padres violentos del Baby Fútbol, que desde atrás del alambrado presionan a sus hijos, les exigen jugar sucio, los maltratan verbalmente, insultan groseramente al árbitro, en fin… sacan a la luz sus miserias. Muchos de esos chicos adoptan el mismo comportamiento que sus padres, compartiendo su estilo; pero otros los padecen.
Los chicos solo quieren divertirse y no pocas veces salen llorando de la cancha, por la presión de sus padres o por la decepción de no poder ser Messi para regalarle esa alegría al único que lo desea fervientemente: Papá. Y por lo general también mamá, porque nos queremos salvar toda la familia con el nene, que tiene apenas diez años pero en la cancha debe poner huevos, meter codos, quebrar rodillas… porque papá ‘couch’ lo ordena desde algún lugar de sus frustraciones.
Córdoba es la provincia que más ha trabajado sobre esto y lleva varios años en el tema. Lo planteó primero la Liga de Baby Fútbol de San Francisco, creando un reglamento que contempla el “derecho de admisión” a las canchas. En otras jurisdicciones cordobesas no tardaron el adoptar igual criterio.
Un papá que se desubica durante un partido, puede perder por el resto de su vida el derecho a ingresar a ese club. Le sucedió a un padre en abril de 2016 por pegarle a un árbitro en cancha de Las Palmas, en Córdoba ciudad. La institución defiende el derecho de los chicos a jugar como chicos.
Es tal la violencia en el fútbol infantil tras alambrado, que en Rosario fue creada la Fundación Baby, bajo el lema “el solo quiere jugar”, que recientemente lanzó la campaña “Papis, jueguen limpio”, tratando de hacerlos reflexionar.
Sirva para la reflexión lo sucedido semanas atrás, también en Córdoba, donde la dirigencia está dispuesta a cambiar las cosas:
El equipo de infantiles de Colonia Caroya había ganado la final de la zona interior consagrándose campeón, donde su arquerito titular, Uriel Cuitiño (11 años), fue figura del campeonato. Le tocaba jugar la final provincial contra el campeón de Córdoba Capital. Antes del partido, Uriel le dijo a su entrenador que había sufrido un fuerte tirón que le impedía jugar, y éste lo reemplazó por el suplente, Joaquín Maccio. Ganaron 1 a 0.
Finalizado el partido y los festejos, Uriel –que había festejado sin dolencias- confesó: «Yo en verdad no estaba lesionado. Pero como Joaquín no había atajado en la otra final y jugó poco en el torneo, yo quería que él pudiera jugarla. Por eso le dije al profe que estaba mal, pero en realidad estaba bien».
Cuénteselo, por favor, a los padres que enseñan antivalores a los gritos. Y en la cancha tape sus improperios coreando esta rima: “¡Y ya lo vio, y ya lo vio, al buen ejemplo que Paralelo publicó!”
(Por Luis Jacobi)