Multimamá: “Fui una elegida”
Crespo– En su casa todo era por duplicado. Las mamaderas se preparaban doble, los canastos con ropa para lavar estaban siempre llenos, no se terminaba de cambiar los pañales de uno que le tocaba el turno al otro; también las risas llegaban por duplicado, los llantos, los abrazos. Es que a Mirta Elena Schneider, los hijos siempre le llegaron de a dos y aunque tuvo momentos de caos, las gratificaciones siempre fueron más. Hoy, su historia fue elegida por Paralelo 32 en homenaje para todas las mujeres que celebran su día este domingo.
Para ella ser mamá y cumplir con su trabajo como maestra de grado en el Colegio Sagrado Corazón, donde se desempeñó a lo largo de 29 años hasta su jubilación, era como una actividad en cadena. “Iba a la escuela, tenía casi 40 niños a mi cargo en aquella época, volvía a casa y me esperaban cuatro, siempre me movía en el mismo círculo, y felizmente terminé en el aula donde quería finalizar, porque ese vínculo que se tiene con los chicos, con los padres, es algo que en ningún otro lugar de la escuela se logra”.
El 28 de octubre se cumplirán 43 años del día en que fue mamá por primera vez. En esa fecha llegaron al hogar que formó con Ernesto ‘Tito’ Jacobi, los mellis Alejandro y Germán.
– ¿Cómo recibiste la noticia de que tendrías mellizos, alguna vez pensaste que te podría tocar?
– Para nada. Era muy joven, tenía 23 años cuando nos casamos, los mellis nacieron a los 24, me atendía la Dra. Pilar de Oneto, que hacía poco había llegado a Crespo. Notaba que ella se detenía mucho a escuchar los latidos, yo miraba su cara, ella me preguntaba cosas, pero nunca sospeché, a pesar del peso y de la forma de la panza. Aparte en la familia cercana no había casos de mellizos. En aquel tiempo no existían las ecografías y recién a los casi 8 meses de embarazo me hice una placa radiográfica, antes no se podía por las radiaciones, donde se vio perfecto que eran dos.
– ¿Y esa radiografía qué fue para vos?
– Una bomba. Mi casa materna estaba cerquita del consultorio, me fui llorando por la calle. Mi mamá me preguntó qué me pasaba. ‘Mami, van a ser dos, van a ser dos’, le dije. Me quedé acostada llorando y cuando llegó mi marido del banco y preguntó qué le pasa que está llorando. ‘Y, van a ser dos’, le dijo mamá, empezó a festejar y mi ánimo cambió totalmente.
Los primeros mellis
Mirta, por entonces ya ejercía la docencia. “Llegó la fecha, todo a término, seguí trabajando hasta casi dos semanas antes del nacimiento de mis primeros mellizos. El 28 de octubre cumplen 43 años Alejandro y Germán. Era muy cómico porque cuando festejamos el año de casados ya teníamos dos hijos”- relata.
“Me atendieron los doctores Oneto en el Hospital. Nacieron sobre la camilla de cirugía, uno tras otro, parto natural, con un peso extraordinario más de 3 kg uno y el más chiquito 2,800. Por ahí llegó la doctora y me dice, ¿Mirta, te podés levantar? Sí, si le respondí. Vas a tener que ir a tu casa porque no hay cama. Me levanté medio tambaleante y me fui a la casa de mi mamá donde estaban ella y mi hermana que fueron mi mano derecha durante bastante tiempo. Pusimos los dos moisés sobre la cama de una plaza y quedé pensando ¿ahora qué? No caía todavía”.
El desafío de amamantarlos duró tres meses. “No alcanzaba a salir de la habitación, no se terminaban de llenar ni elaboraba lo que ellos necesitaban. Darle la mamadera fue un poquito más fácil”- recuerda.
La alegría de salir un poco llegó con el verano. “Los cargábamos en los moisés tapados con tul y nos íbamos a la pileta, a Cultural. Nada de quedarnos en casa. Ahí los dejábamos sobre los tablones del quincho que se llenaba de moisés de otras mamás que hacían lo mismo”.
Nueva gestación múltiple
Los primeros tenían los 4 años y medio, cuando nacieron los segundos mellis, en abril de 1980. Alejandro y Germán empezaban el Jardín Pío Pío de la Iglesia Congregacional, se independizaban un poquito.
– ¿Sospechaban que podrían tener mellizos nuevamente?
– Totalmente. A los 3 meses tenía la misma panza que la vez anterior. A los 3 meses y medio la doctora nos dijo que había un ecógrafo en Santa Fe. Por supuesto que decidimos ir, la ansiedad nos mataba. Fuimos a un sanatorio, el médico nos hizo pasar y los dos mirábamos atentos el monitor. ¡Uy qué lindo, parece que van a ser dos!, dijo. Y a Tito le salió espontáneamente ¡ya tenemos dos! Salimos de ahí, paramos en un parque y empecé a llorar, no quería volver, para no decir nada a nadie. Sabía lo que me tocaría, el cansancio, los horarios. Volvimos a la tardecita, cosa de no ir a ninguna casa, pero empezaron a llamarnos por teléfono y Tito les decía: son dos otra vez.
Ahí nacieron Evangelina y Guillermo, con el mismo peso que los mellizos mayores, por parto natural.
Mirta especifica que sus pares de mellizos no se parecen entre sí, en cambio cada uno de los mayores se parece a otro de los menores. “El mismo molde – dice riendo- pero entre ellos son distintos”.
“Los mayores recibieron a sus hermanitos. Cuando llegué con los otros dos, cada uno tenía al suyo: Alejandro a Evangelina y Germán a Guillermo, y estaban felices”.
Hoy, a la distancia, hasta le cuesta acordarse las corridas para preparar dos mamaderas a la vez, darles de comer y cambiar los pañales. “Dios te manda las cosas, pero también te da las fuerzas y te pone gente en el camino para que puedas cumplir con tu misión”- sostiene.
La crianza
En tiempos donde la tecnología que hoy facilita la labor de los padres, no estaba al servicio del hogar, el trabajo era arduo. “Me acuerdo que les ponía un pañal grueso, uno de gasa, el chiripá para envolver y bombacha de goma a la que siempre había que ponerle talco para que no se raje”. Y en los días de lluvia había que apelar al ingenio. “No había calefactores como ahora, tenía una estufita a querosene y armaba una especie de carpa con palos donde colgaba todo alrededor para que seque”. El lavado de los pañales requería blanqueo al sol y un perfecto enjuague para no lastimar la piel del bebé en su uso posterior.
Hay edades difíciles en los niños, como cuando empiezan a caminar. “Cuando son dos no sabés a cuál manotear o correr primero”- señala. El comienzo de la escuela fue una nueva etapa donde iban con mamá al mismo turno en que daba clases; los juegos en el barrio, en el patio de los vecinos, con la pelota, los soldaditos, los rasti. Eran horas y horas de estar entretenidos hasta que llegaba el silbido preciso para volver a casa. “Antes jugaban con cualquier cosa, tenían mucha creatividad”- dice al comparar lo que la tecnología pone al alcance de los niños tan tempranamente en estos tiempos.
En los cumpleaños eran infaltables las tortas alusivas, una para cada melli, hecha por la abuela paterna. A falta de salones de fiesta, la casa se llenaba de chicos que jugaban en todas las habitaciones y de papás que los llevaban y quedaban al festejo.
– ¿En algún momento te sentiste desbordada?
– Sí, muchas veces. Si pienso en algunos años, no me acuerdo de mí, cómo era, ni cómo tenía el pelo. Era vivir para ellos. Terminaba de bañar a uno, me esperaba el otro, no estaba lista nunca. Cada uno tenía sus horarios, hasta que llegaron a una edad, entonces a la hora de comer la papilla era darle a uno y al otro en simultáneo.
Para Mirta, entre tanto ajetreo “la hora más linda, donde respiraba un poco, era a la noche. Hacía un tipo relax y enseguida me sentaba a preparar las cosas para la escuela. Dejaba el portafolio listo porque al otro día me levantaba y era empezar a atenderlos, vestirlos, peinarlos y cuántas veces el socorro ‘mami, vení, que no vino la chica’. Volaban mi mamá o mi hermana, que siempre me dieron una gran mano”- cuenta.
“Era difícil, pero muy gratificante. Cuando más grandes, para el Día de la Madre, iban los 4 a la cama grande con sus tarjetitas y aprovechaban para hacer sus travesuras conmigo. Las satisfacciones después borran todo lo que uno pasa, las noches sin dormir cuando tienen fiebre. Mucha gente me decía, ¿a vos te conviene con dos, después con cuatro, ir a la escuela? Sí, les respondía, porque ellos van a crecer y después no voy a poder trabajar. Hacía todo lo imposible en la escuela por esos 40 niños que generalmente teníamos en esa época, muchas veces no comía para poder presentarme bien arreglada ante ellos en el aula, y Dios mandaba sus ángeles a casa a cuidar los míos. Así lo tomé yo”.
“La mamá es amor –reflexiona sobre su rol- tiene a los hijos nueve meses en su vientre, Dios nos los confía para que los criemos y pongamos todo lo mejor de uno en esos bebés. Todo lo que hacía, con un montón de errores quizás, fue siempre de corazón y para bienestar de ellos”.
“Todo pasa por la organización, para evitar apurones inútiles –sostiene-. Dejé muchas cosas en el camino, que se pueden retomar, por atender los chicos porque esa edad de los niños no vuelve. Hoy día en la búsqueda del bienestar personal, veo que se terceriza mucho”- opina.
Mirta llega a un nuevo Día de la Madre plena de felicidad, rodeada de esos hijos que siente maravillosos y ama con todo su corazón. “El regalo más lindo es verlos a todos juntos, unidos. Quizás no les hemos enseñado de palabras muchas cosas, pero todo el sacrificio que hicimos, trabajando, dejando horas de compartir, sirvieron más que un montón de palabras como guía en sus vidas”.
De nada se arrepiente. “Todo lo volvería a repetir en mi vida, hasta los momentos de llanto, porque esas lágrimas purifican y ayudan a crecer. Si uno es consciente de que todo lo que pasa en la vida viene de un ser superior que siempre piensa para nuestro bien, lo acepta. Cuesta, te haces un montón de preguntas, porque esto no fue entenderlo de un día para otro. Pero después pude ver lo lindo, y digo que fui una elegida. Esto me tocó y decidí hacerlo de la mejor manera. Hay que despojarse de egoísmo, olvidarse de uno y solamente dedicarse a ellos. Después se cosecha todo lo que se siembra bien, para que no aparezcan esas preguntas que no tienen respuestas, porque ya no se puede volver atrás. Eso es muy importante y de eso nos sentimos muy orgullosos de nuestros hijos”.
En el camino quedó mucho sacrificio, el desvelo por costear estudios superiores y múltiples anécdotas. Las tortas para la merienda hechas en segundos a la vuelta de la escuela, aprovechando la crema que flotaba sobre la leche de campo; los postrecitos listos en la heladera; esperar el turno para reemplazar las zapatillas gastadas por nuevas; la olla grande con comida, también a la noche, porque los deliverys no existían; los juguetes sencillos que aparecían solo en Navidad o algún cumpleaños; el cuidado de mandarlos siempre a grados separados; los momentos tirados en el piso recortando Anteojitos y Billiken para ilustrar las tareas de la escuela; y hasta el día en que mamá ni siquiera tuvo tiempo para un reto porque así como llegó de la escuela debió salir a censar cuando Guillermo ofició de peluquero de Evangelina y hubo que pelarla como a un nene.
“Muchas cosas ahora las mamás pueden solucionar y controlar a través de un celular, en mi época era toda intuición, parecía que lo tenía todo estrictamente calculado”- reflexiona acerca de su vivencia.
Nora de Sosa
(De la redacción de Paralelo 32)