Misiones Nuevas Tribus
Misioneros de nuestra ciudad trabajaron con nativos de Colombia
Nuestros misioneros tuvieron oportunidad no solo de conocer sino de ver el ambiente en que se desenvolvió casi setenta años atrás, la obra de la mujer cuya historia se filmaba en plena selva enclavada en la zona del río Orinoco.
Crespo- La historia de una valerosa misionera llamada Sophia Müller, quien se atrevió a llegar a difíciles tierras situadas en el oriente de Colombia, surcadas por selvas, ríos y peligros, en el año 1948, para trabajar en el territorio que le había señalado la organización evangélica Misiones Nuevas Tribus a la cual se había incorporado para la evangelización de indígenas de las zonas más remotas del mundo, fue transformada en una película. Las personas a cargo del film, que busca rescatar la gran obra de esta misionera, fallecida hace dos décadas, que dentro de la selva fundó unas doscientas iglesias, vieron en su primer contacto con los pobladores del lugar la necesidad de acercarles capacitación, convocando a Graciela y Tomy Florit, de nuestra ciudad, ampliamente conocidos por su labor misionera como integrantes de LAPEN y a Fernando Carnevale oriundo de Santo Tomé y desde hace algunos meses radicado en Crespo, conocido por su trabajo misionero con los jóvenes y líderes a cargo de los ministerios.
A esas tierras exploradas por la misionera alemana, que residía en EE.UU., llegaron para acompañar a sus comunidades.
“Fue una experiencia hermosa, estas comunidades ahora están en un punto de inflexión al ser la tercera generación se ve que se conserva una religiosidad de las cosas que enseñó Sophía, pero se encuentran vacíos de una experiencia vivida en carne propia como ocurrió con sus mayores, que todavía viven y cuentan la historia de primera mano” – sostuvo Graciela de Florit. “Lo que piden los líderes es que vaya capacitación, que ayudemos con la enseñanza a los niños para que se mantenga el verdadero encuentro con Dios que es la base del cambio y a eso hay que volver siempre para que el cambio sea de corazón. Lo mismo que nos sucede a nosotros, una religiosidad vacía no sirve más que para conservar costumbres” – sostuvo.
La mano de Dios
Nuestros misioneros tuvieron oportunidad no solo de conocer sino de ver el ambiente en que se desenvolvió casi setenta años atrás, la obra de la mujer cuya historia se filmaba en plena selva enclavada en la zona del río Orinoco.
“Esta misionera se interna en el año 1948 en la selva para compartir el evangelio con grupos étnicos que no conocieran acerca del cristianismo ni tampoco hablaran español y a través de los años hizo una labor tremenda en las comunidades, sin camioneta, sin nada, solamente con botecitos a remo, hasta formar diferentes iglesias dentro de unas 200 comunidades”- referenció Tomy Florit.
“Se han contado historias de ella donde evidentemente Dios ha estado conduciendo su vida, cuidándola, dirigiendo el camino. Nosotros que vimos el lugar, entendemos que de otra forma hubiera sido imposible” – acota Fernando Carnevale.
El trabajo en el lugar
La delegación de seis personas, los tres misioneros de nuestra nota, el director de la película, un colaborador y la encargada de filmación viajaron a Colombia el 1º de septiembre y permanecieron allí hasta el 19. “Llegamos a Bogotá y al otro día salimos en avión al lugar. Había un programa de actividades coordinado por quien nos convocó con gente de Colombia – relató Graciela-. No fue posible que participaran representantes de las 200 iglesias. Hubo gente que viajó tres días para llegar a donde estábamos haciendo las capacitaciones y trabajando con los miembros de las pequeñas comunidades identificadas como cristianas. Había pastores y líderes de las iglesias que como a nosotros les interesa trabajar con niños”.
Nuestros entrevistados se encontraron con un lugar completamente distinto en todos los ámbitos, desde el transporte hasta la cultura. “Estamos acostumbrados a manejarnos en la ciudad y tener movilidad y comunicación en todo sentido; Inirida, es el único lugar que tiene aeropuerto, se llega por aire o por río, pero una vez en el lugar, no hay rutas, es todo río y el traslado que tuvimos que hacer fue todo por agua, no estamos acostumbrados a navegar 4 o 5 horas de una comunidad a otra” – relató Fernando.
“El bongo, como una piragua larga de 6 m, de madera o aluminio y un motor, de acuerdo al bolsillo del candidato es la velocidad que va”- es lo que utilizaron como medio de transporte. Falta de servicios como el suministro eléctrico e inconvenientes con el combustible por su costo, marcan la vida de quienes llegan al lugar.
– ¿Qué dificultades encontraron?
Fernando- Nos encontramos con un lugar y situaciones que no se pueden manejar como si se estuviera dentro de la ciudad. El traslado, la comunicación y los tiempos no se pueden manejar ni solucionar en el momento. Para nosotros fue adaptarnos a todo, incluso en nuestra higiene personal, la comida, necesidades fisiológicas, en lo básico que nosotros estamos acostumbrados.
Hay mucha selva. Lo que más sufríamos es que en el equipo había mujeres. Era gente muy amorosa. Estábamos en una capacitación, en el corte, y veo que la gente se empieza a ir a la selva “a matar el tigre” y pregunto qué era eso. Iban al baño, al medio de la palmera, se ve que cada uno tiene su tigre.
Tomy- No conozco personas tan higiénicas como hemos visto en esas comunidades, oportunidad que tenían, se bañaban. La vida de ellos pasa por el río. Ahí se bañaban
– ¿Les afecta el tema de las guerrillas?
Tomy- Estas comunidades están como protegidas por el gobierno porque muchas estaban como desplazadas de la selva por la FARC, algunos fueron desarraigados y el gobierno tiene programas para ellos. Nosotros con la guerrilla no tuvimos contacto. Todo el mundo hablaba y hubo situaciones difíciles porque Inírida, la ciudad donde hicimos escala y donde van a proveerse las comunidades que viven en la selva, es relativamente nueva. Ahí viven diferentes grupos étnicos que entre ellos se mataban y hoy pueden convivir gracias a la obra de Dios en la vida de ellos a través de esta mujer, y tienen relaciones, contactos con otros. Ellos mantienen su cultura. Es muy fuerte el sentido de comunidad. Su comida principal es el desayuno. Ellos tienen casetas, algo así como un quincho comunitario y a las 6 de la mañana, los que quieren se juntan a desayunar, van todos.
Graciela- Cazan alguna pieza importante, en una comunidad habían cazado un oso hormiguero y el festín fue para todos, se cocinó y comió toda la comunidad.
– ¿Se animaron a comer oso hormiguero?
Tomy- Muy rico, es como una carne vacuna, para nada grasosa, muy sabrosa. Ellos hacen todo tipo de sopa, parecía una carne de puchero. Llamaba la atención el sentido de compartir todo, el que tiene o no tiene, nadie si fija si alguien trajo o no trajo.
– ¿Qué más comparten?
Graciela- La primera comunidad donde vivimos frente al puerto de Inírida con más contacto con la civilización, un día escuchaba que había partido de Colombia y pregunté dónde miraban televisión y me dijeron, es el televisor de la comunidad.
Lo llamativo de las comunidades es que la distribución es alrededor de un predio grande común, todas las casas se dan de frente a ese lugar, el más importante espacio tiene el templo, una cancha, el quincho donde se reúnen al desayuno. Tocan una campana y salen todos, así también para las reuniones.
– ¿Cómo es la alimentación de esas comunidades?
Tomy- En todas las comunidades tienen el pan de la selva, ellos muelen una yuca, tipo mandioca y hacen una harina que es su alimento básico. Esa harina que se llama manioco la ponen a todas las comidas. El pan de la selva que es como una galleta gigante de 1,20 de diámetro, duro, tiene la consistencia de un telgopor, se parte y es lo que usan para acompañar el desayuno, donde consumen una bebida que hacen con la yucuta, más los pececillos que sacan del río, muy condimentados con ají, que le llaman ajicero o casave. No fue algo que pudimos compartir, probamos, pero no pudimos.
Fernando- Por suerte es un país cafetero. Ellos entienden, no pretenden que uno lo coma. Aparte era una cuestión de salud, teníamos muchos días para estar, y nos cuidaron, estaban siempre atentos a nuestras necesidades.
– ¿Qué otros platos tuvieron oportunidad de compartir?
Tomy- Hay una comunidad que hace samuro. Río arriba hay unos rápidos donde saltan los pececitos y los buitres van y pescan y cuando se saciaban aterrizan en el espacio común de la comunidad que se llama Samuro y la gente cocina esos peces envueltos en hojas, tipo brochette que recogen con la galleta. Ahí picoteamos. También crían gallinas.
¿Comunidades de cuántas familias eran?
Fernando- Cerca de Inírida era una comunidad de alrededor de 80 personas, una de las más grandes está entre 400 y 500 personas. Todas tienen un lugar común. Es parte de su forma de vida
Graciela – Otra cosa que nos llamó la atención es que llegábamos y había una casa desocupada para nosotros. Una familia se había corrido a un rinconcito que separaron con tabique, para darnos comodidad. No tienen tantas cosas tampoco. Para ellos era tan especial tenernos que nos daban el mejor espacio.
– ¿Toman agua de río?
Tomy- Depende de la comunidad. En la primera comunidad que estábamos había agua corriente, de pozo, como una manguera que dejaba agua en un tanque grande de las casas. Esa comunidad tiene luz. En otras tienen generador y no tienen llave, es solamente el foco y a una hora se prenden y a otra se apagan todas las luces. En las casas no existen baños, afuera hay instalaciones muy precarias, me parece más para los visitantes, porque ellos iban a la selva.
Graciela- Tuvimos cuidado con el agua que tomábamos. Pudimos comprar en el pueblo. Cuando íbamos a las otras comunidades llevábamos arroz, atún, fideos para cocinarnos nosotros.
Fernando- Tenemos muy buena comida en la Argentina, mucha variedad.
– ¿No pudieron ducharse?
Graciela- No, íbamos al río. Se iba al río a lavar la ropa, los platos y bañarse. El clima es agradable, en los últimos días hizo mucho calor.
Colgados del techo
Una de las experiencias más risueñas se dio a la hora del descanso. “En la casa que estuvimos más tiempo, en una habitación dormíamos dieciocho todos colgados de los techos, era de dos niveles. A una altura era con techo de chapa y a otro nivel el techo era de palma. Ese era el lugar más fresco de la casa. Ahí estaba nuestro aire acondicionado” – relata Fernando.
Tomy- Dormíamos colgados, decimos nosotros sobre una especie de hamaca paraguaya, pero para ellos es chichorro, que cuelgan de los tirantes del techo.
– ¿Cómo son las casas?
Tomy- Las casas son hechas de barro, con estructura de cañas muy finitas, son frescas. Los techos son de palos y en otras comunidades las paredes son de madera.
Graciela- Había que cuidarse de los mosquitos y los murciélagos. Algunos no tenían mosquiteros, los mordieron y sangraba mucho. Y también el mosquito porque una mujer que fue de Venezuela enfermó de paludismo y estuvo muy mal.
Sobre los tiempos que corren en Colombia los entrevistados señalan que “la resultante que dio el plebiscito es lo que la gente hablaba. Sumado a que prácticamente estábamos en la frontera con Venezuela, se produjo una situación álgida que se endureció en esos días porque no dejaban entrar venezolanos sin pasaporte, antes lo hacían con DNI. Los controles eran duros y la situación tensa”. En medio de esta realidad el grupo de argentinos se desplazaba a otra comunidad, cuando fue detenido por la gendarmería de la selva. “Tuvimos que abrir todas las cosas, a uno de los muchachos lo palparon, revisaron. Con toda la historia de la droga más el hecho de que es una zona aurífera, de extracciones ilegales de oro en el río, controlan que eso no sea una explotación abusiva, privada, sin control, para beneficio de algunos pocos – relataron-. De todas maneras se veían las balsas tapadas y camufladas como casitas, llevándose el oro”.
“El tema –dice Graciela- es que contaminan el agua porque la extracción del oro es con mercurio”. No obstante ella sostiene “vivencié a Colombia como un país hermoso. A Venezuela pasamos por el río Atabapo que de una orilla es un país y de la otra el otro”.
Nuestros entrevistados cuentan que la medicina en el lugar es muy básica. “Hay un hospital en Inírida, el gobierno está armando centros de salud, algunas tienen escuelas, incluso algunas fueron fundadas en el tiempo de esta misionera. Ella no solo evangelizó, sino también educó. Nos sorprende y dimensionamos que Dios no tiene barreras, se ve cómo Dios puede llegar a ciertos lugares que para nosotros racionalmente es imposible hoy” – reflexiona Fernando.
Graciela concluye “fue muy linda la experiencia, tuvimos el privilegio de percibir de primera mano de algunos de ellos el tremendo cambio que vivenciaron. Contaban que antes de conocer el evangelio se mataban entre las tribus, había maltrato a la mujer, había borracheras y orgías tremendas, hechicerías usando hierbas de la selva para cosas terribles y una forma de vida que testimoniaban de primera mano. Al llegar el evangelio fueron esas las cosas que cambiaron. Ellos quieren conservar su cultura, su idioma, pero en esta forma de vida”.
“No son ningunos improvisados. Hablé con un pastor – cuenta Tomy- estudió cuatro años en un instituto bíblico formó otro grupo de personas que se preparó con un programa de tres años de capacitación visitando las distintas comunidades. Los indígenas son muy capaces, tienen una forma diferente de vivir. Hay muchas personas que se han desarrollado muy bien, intelectualmente”.
El entrevistado dice que cuando les preguntó por sus fortalezas uno de ellos respondió “somos inteligentes, muy capaces” y él asiente confirmando que lo son “porque vivir en la selva no es fácil”.
La tecnología poco a poco va llegando a estas comunidades todavía vírgenes. La incorporación de los celulares, la posibilidad de que sus hijos adolescentes continúen el secundario o el terciario fuera del ámbito familiar al que pertenecen, son cuestiones que despiertan muchos temores entre los nativos de la selva, que quieren mantener a sus hijos alejados de males que acechan fuerte, como la droga.
“El salto generacional es muy grande a no saber nada a tener acceso a la tecnología”- concluye Fernando.
Sus días transcurrieron en la selva con la mirada atenta y cariñosa de los nativos. Una comunidad entera los acompañó hasta el aeropuerto de Inírida para brindarles una despedida muy emotiva el último día de su permanencia en Colombia. Y ellos llegaron con los corazones rebozando de alegría, por la misión cumplida, por la entrega al Dios que gobierna sus vidas.