Miremos la botella con optimismo
** Los amaneceres no siempre nos inspiran de igual manera. Cuando la luz de la mañana enciende los colores del otoño, las ventanas nos sonríen con labios de oro haciéndonos parecer que todo será más fácil hoy. Otras veces un poncho descolorido cubre el azul naciente y otras veces se empeña en azotar los postigos con una llovizna vapuleada por el viento, que se cuela hasta en nuestros pensamientos. Los y las motivadoras nos pondrán su mano estimulante en la espalda para enseñarnos a mirar el lado positivo de las cosas, con variados argumentos irremediablemente nacidos del lema madre: la famosa botella con líquido (para mí tinto, por favor) hasta la mitad.
** En algo tienen razón y es que no nos costará mucho encontrarle el lado bueno a un amanecer lluvioso y frío de otoño o invierno. El caso es que ese lado está debajo de las cobijas y el deber nos está llamando desde la intemperie. Lo demás es poesía; es dibujar dos corazones sobre el vidrio que se agrisa por dentro con el tibio vaho hogareño. Es imaginar a toda costa que la masa húmeda y pastosa de hojas mustias cubriendo la vereda otoñal, es una bella y crujiente promesa de un próximo renacimiento de la vida en primavera. Hay que ponerle ganas, eso sí.
** Pero volvamos a nuestra ponderada y abusada botella ‘llena hasta la mitad’, como decimos en la peña, y ya arrancamos con una contradicción porque lo lleno nunca es medio. Pero en el país de las contradicciones no se nota. Lo que hay que buscar es encontrarle la mitad positiva a tanta mugre que nos llueve cada día y no solo por la pandemia.
El lado bueno de lo peor
** Ser optimista es saber mirar la mitad llena de la botella, es decir lo que le queda cuando alguien se afanó la mitad. Está bien, ¿qué hay que hacer? Bueno, no voy a recurrir a las santas y verdaderas promesas de los apóstoles, a esas me las sé pero me sirven para confiar en que estoy en buenas manos. Ser optimista es otra cosa. Entonces me queda consultar al dios del humanismo, el rey Google. Allí compiten los que te quieren convertir en optimista en cinco pasos y los que, para ganar la pulseada posicionándose en el buscador, te ofrecen diez puntos mágicos para alcanzar ese limbo donde dejas de pensar y crees que todo tiene su parte buena.
** En ese caso, un 50% de bueno también deberíamos verlo donde los chicos solo toman un mate cocido entre el precario almuerzo y la hora de entregarse a Morfeo (el dios del sueño en la mitología griega, por si no lo aprendiste por causa de la no presencialidad). Esos chicos son solo la mitad vacía de la botella; la mitad llena es que les damos cuatro lucas al mes para que vivan, se eduquen, se vistan y nos voten. Y alguna cantidad mayor a su padre ausente que está buscando trabajo desde 2003 a esta fecha y va dejando hijos en la búsqueda. La mitad aún no vaciada está allí, en que menos mal que reciben algo –los gurisitos, no el semental- para salvarse de la desnutrición. Es triste, pero es la parte buena de una tragedia creciente.
Claves para el optimismo
** Vuelvo al punto. Mejor dicho a los 5 puntos que uno de esos blogs de autoayuda me propone como una revelación salvadora: Punto 1 – “El primer paso para no perder el optimismo es mantener la sonrisa”. Sonría siempre, aunque no tenga razón ni ganas de hacerlo. Según la ciencia, incluso fingir la sonrisa tiene un efecto real y positivo en el estado de ánimo…”
Chau, ¿no querés que me compre un lápiz labial y me pinte una sonrisa del Guasón? Cuando mi ancha sonrisa guasona se cruza en la calle con alguien que arrastra una pena profunda, saludo puño con puño y le digo ¡vamos, sonríe, hay que mirar el lado lleno de la botella!
** Entre otros puntos figura… no puede faltar…. “la botella puede estar medio llena”, y otro más: “Evite a las personas tóxicas”, lo que en otras palabras significaría algo así como ‘no le prestes tu hombro ni tu pañuelo al afligido’.
En fin. Hay que intentar el optimismo pero uno se levanta de la siesta y se informa de que el líder de la Cámara de Diputados de la Nación convocó a un plenario de comisiones (lo que no es común). Aquí parece que tenemos una buena… seguramente es para discutir sobre cómo vacunar a alguien más que los mayores de 65, la mitad de los trabajadores de riesgo, los camioneros de Moyano y los presos. ¡Bien!
** Pero no, el plenario convocado por Massa y Máximo tuvo como punto único el de hacer saltar al Procurador General de la Nación y poner uno que sea del palo, para que arregle de una vez las causas que pesan sobre la vicepresidente y tengamos paz y se puedan debatir otras cosas. El proyecto limita a cinco años el período de ejercicio en el cargo del Procurador General de la Nación -jefe de los fiscales- y modifica las mayorías necesarias para su designación, para que alcance con mayoría simple y no sean necesarios dos tercios de los votos. El Procurador General es el que instruye a todos los fiscales; a esto cajoneámelo, a esto dormilo, de esto otro olvidate, a las causas que involucran a nuestros enemigos anabolizalas (sumales musculatura).
La sonrisa del Guasón
** El presidente es entrevistado por su defensor mediático favorito, el que comparte apellido con un gato famoso de los ‘dibus’. Le pregunta sobre la suspensión de las exportaciones de carnes. Nada sobre los chinos que no recibirán la carne de res comprometida por contrato. Después de todo el reportaje consistía en hablar solo de lo que queda en la botella.
** Llegan al punto del stock ganadero argentino. Alberto dice que antes de Perón fue de dos millones y cuando Perón dejó el poder fue de tres millones. Hasta acá todo bien (se oyó decir al pasar por el quinto piso, un hombre que venía cayendo). Cuando le pregunta ¿y actualmente? –‘Sigue en tres millones’, responde el presi. La matemática es así, cualquiera puede fallar, en este caso el estadista le erró en 51 millones porque el stock es de 54 millones. Se perdona, después de todo el otro Gato; Macri; no supo cuánto ganaba de mínima un jubilado.
** Para el remate tenía previsto proponer la formación del club del bidón negro, pero el momento exige borrarse el dibujo de la sonrisa guasoneana. Uno envidia a Chile, que al cierre de esta columna vacunaba a ciudadanos de 29 años de edad, pero uno es argentino y tiene que mirar la parte que le queda a la botella.