Marketing forzado para emprendedores
Victoria.- Podríamos decir que a muchos copoblanos les ha tocado reescribir las premisas del Marketing, forzados por la crisis económica. Nada de definir el producto, ver las posibilidades del mercado, los potenciales clientes, el nicho donde impactará, nada.
Esa mixtura entre espíritu aventurero arrancó de cuajo algunas premisas que hacen al ‘mundo de los negocios’, empujando a miles hacia un pequeño emprendimiento desde la puerta de la casa.
Atrás quedó eso de reformar frentes y colocar una vidriera con cartel, en la crisis no hay tutía, le clavás una hojita blanca A4, escrita como quedó o salió, y nos vemos AFIP.
Con esa impronta, esta semana noté en varios sectores de la ciudad que es casi un rubro que pide pistas y no precisamente permiso. No hay margen para esperar, el problema de parar la olla es hoy. Así que a las clásicas ventas de ropa usada y calzado en buen estado, se suman desde cortes y alisados, a tallarines hechos con huevo colorado —que salen menos blancos que con el huevo homónimo— sin desmerecer facturas y panes de todos los tamaños y/o sabores (chicharrón para mí… porfa).
Somos negacionistas por definición: primero no, segundo no y tercero… capaz que no ¡Este loco exagera! Dirá usted, y le digo que no.
Pero, preguntémonos por un segundo: ¿qué expresan estas cosas mínimas a la vista del distraído? Tal vez una búsqueda, o quizás un opción porque en vez de robar, ese que la pasa mal, intenta. Esto último me hace acordar a un programa del INTA que se llamaba igual, pero en este caso, la coyuntura empuja más que cualquier emprendedor nato.
Hasta podríamos parafrasear que es cuasi un ‘grito silencioso’ de aquellos que no esperan a que el barco se hunda, saltan al marketing forzado, vendiendo la fruta que le cuelga en el árbol de la casa o del vecino.
Para el caso de ser descubierto, usted diga que es por la coyuntura, dado que viene a ser como un robo permitido, ¿para qué quiere tantos limones don Antonio? Y usted Doña Rosa, ¿no me daría las paltas que caen del frondoso árbol que tiene? así me las rebusco, porque se me acabaron los choclos, y el ofrecer puerta a puerta entra por los ojos, o con ‘promos’ de tres por cien; aunque para los buenos clientes, cuatro.
Quizás sea una sensación
La primera vez que pifié una calle y me metí por otra, pensé… otra vez manejando por intuición, menos mal que andaba en bici. Fue entonces que noté cómo esos cartelitos se repetían en puertas y ventanas. Casas lindas, casas antiguas, casas a medio terminar, casas. Y lejos de taparme los ojos dije, ¡lo voy a escribir!
Ya no eran los que tocan la puerta en tu casa o en la mía, vendiendo algo, pan, palta, limones, verduras ‘seleccionadas’, salame en mochila, y confieso que de todo eso algo compré. No el salame, pero la palta —aunque verde— la maduramos envolviéndolas en cuidadas hojas impresas de algún ejemplar de Paralelo 32; ahora el marketing forzado se despliega, cruza por tu barrio, se nota en la calle. Estamos pasándola mal, todos. No es que yo porque escribo escupa para arriba, la piojera es grande y la innovación, el arrojo, la desfachatez por decir: ‘Yo hago, ergo vendo’, se impone.
Quizás en estos momentos a más de uno se le pase por la cabeza, o no, decir: ¡¿Qué hace el Centro Comercia?! ¡Los programas municipales de emprendedorismo! ¡El Gobierno! En todos los estamentos asociados que se le precien, y….sabe qué, creo que no han visto tan de cerca eso que en bici o a pie se nota. Es el roce de estar cerca de los que la pelean, de saber qué hacen, y por qué lo que nos termina dando la idea de hacia dónde está girando la brújula de un país que duele.
Al visibilizar a los que intentan sin tanto prejuicio ni herramientas ante el fracaso, estos cientos o miles, nos muestran con franqueza actitudinal que no todo está bien. No hay margen para esperar a que abril repunte, o culpar a la guerra y otra sarta de pavadas discursivas que dan vergüenza ajena.
Vayan a decirle a ese que compra productos de limpieza y sale en un carrito que espere un mañana distinto. No tiene tiempo, ni ganas, ni paciencia.
Antes que me enoje del todo. ¡Cómpreles! Algo, no sé, lo que pueda, estos no son los pibes de las estampitas, ni los mayores que los mandan mientras esperan escondidos el botín. Esto pasa acá, en su barrio, en su ciudad; ahora, y tal vez no quieran un plan, ni un bolsón, quizás vean en que esa alternativa de ofrecer algo a cambio de dinero, sea más digna para sostener la base del capitalismo. ¡Cuánta valentía y amor propio! Allí, en esa desesperada iniciativa hay mucho para rescatar. Pensemos en quienes iniciaron éste y tantos otros pueblos, con trabajo, esfuerzo; ese gen, si es que lo tuviéramos, anida en algún lugar y pugna por salir. Harto de estar acorralado, se expresa con lo que tiene, se burla de sus imposibilidades, insiste.