Juan Coassolo
Los siete escalones de una experiencia única
Explorar la Antártida como argentino, como deportista y amante de la naturaleza y corredor de ultradistancia, es una experiencia única y desafiante. Poder entrenar en un entorno extremo, enfrentando condiciones climáticas severas y terrenos difíciles, añade una dimensión intensa a la preparación física y mental.
La vastedad del paisaje polar y la sensación de aislamiento ofrecen una perspectiva surrealista, convirtiendo cada momento en un desafío épico y memorable.
Las sensaciones que imponen las bajas temperaturas en la Antártida son implacables.
El frío penetra hasta los huesos, desafiando la resistencia y requiriendo una preparación meticulosa y equipo muy específico, al cual uno como corredor no está acostumbrado a llevar consigo en competencias más “normales”.
El viento helado intensifica la vivencia, haciendo que cada momento sea una batalla contra las condiciones climáticas extremas.
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1. Entre lo épico y lo emotivo
Embarcarme en este viaje legendario hacia la Antártida fusiona las hazañas de la práctica de este deporte con la épica crudeza de un paisaje polar indomable.
Cada paso en este lugar es una sinfonía de resistencia y determinación, mientras la vastedad del hielo se despliega como un manto blanco majestuoso.
En esta odisea, el frío se convierte en el contrapunto de una melodía heroica.
Es un conjunto de regalos al que no le alcanzan las palabras, de la naturaleza en su estado puro y duro y el privilegio de sentir un poco de las fuerzas militares que hacen patria viviendo allí.
En el lugar, la superación de las adversidades térmicas se eleva a la categoría de epopeya, forjando recuerdos imborrables de valentía ante lo sublime.
2. En modo unipersonal
En la Antártida, donde el aire mismo parece congelarse, me aventuré con zancadas decididas en mi búsqueda de sentir eso… Dónde está el límite.
El frío, un enemigo silencioso, se insinuaba con cada bocanada de viento gélido, envolviéndome en su abrazo implacable.
Mis músculos se enfrentaban a la resistencia de un terreno helado, mientras la vastedad blanca se extendía ante mí, como un lienzo desafiante.
Cada pisada en ese desolador pero bello pedazo argentino resonaba crujiente en el silencio glacial, mi aliento visible en el aire que se transformaba por momentos en cristales de hielo.
Aquí el reto no sólo es la distancia, sino la batalla contra un entorno que no conoce límites.
Las capas térmicas (mi vestimenta de competición que fui a probar) se convertían en mi escudo, pero el viento persistente trataba de arrancármelas, recordándome que aquí, en la tierra de la eterna congelación, la naturaleza dicta sus reglas.
El paisaje, una maravilla desoladora, inmenso y como de otro planeta, el que creo dejamos de ver y sentir en nuestro entorno donde vivimos a diario, me hacía sentir vulnerable y pequeño, pero mi espíritu me inspiraba a seguir adelante y me susurraba en todo momento, que esta oportunidad era única, que a este lugar llegan solo un puñado de personas privilegiadas y no podía desperdiciar cada segundo.
En este lugar donde la realidad se mezcla con la fantasía polar, descubrí que la verdadera prueba deportiva extrema no solo es física, sino una epopeya emocional.
Las temperaturas implacables se convertían en desafíos personales, el viento cortante susurraba miedos, dudas e historias de resistencia propias y de ajenos que he leído.
Cada dolor, cada escalofrío, se volvían partes de una narrativa única, tejida con la voluntad de desafiar los límites establecidos por la naturaleza.
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3. Duro de domar
El frío en la Antártida se infiltraba sigilosamente, convirtiendo mis manos en testigos vulnerables de su mordida helada. Cuando por alguna razón necesitaba llevar a cabo una maniobra habitual y desnudar mis manos, cada dedo, expuesto al viento cortante, parecía desafiar la propia esencia del calor. A pesar de las múltiples capas de guantes, podía sentir la penetrante sensación de congelación, como diminutas agujas de hielo acariciando la piel, y esa sensación de que el frío quema.
Mi rostro, enfrentado al viento polar, se convertía en el epicentro de esta batalla térmica. Cada inhalación se sentía como inhalar la esencia misma del invierno.
Las mejillas, expuestas al frío implacable, adquirían una sensación de entumecimiento, una especie de comunión con la gélida naturaleza que me rodeaba.
Aunque la helada intensidad podía ser desafiante, cada sensación de frío en manos y cara se volvía un recordatorio tangible de la magnitud del entorno.
Esa incomodidad se fusionaba con la majestuosidad del paisaje, creando una experiencia sensorial única e inolvidable en la fría inmensidad de la Antártida.
El esfuerzo valía la pena… Porque el dolor es pasajero y la memoria, si Dios me lo permite, es hasta la muerte.
La recompensa a esta experiencia de vida, deportiva extrema y mental en la Antártida no suma a la larga colección de medallas, pero sí, como siempre digo “de arañazos” que marcan mi cuerpo por siempre, en la conquista de límites personales y la tarea sin quererlo de forjar quizás, una fortaleza inquebrantable.
Es el eco de los vientos antárticos que lleva consigo la satisfacción de haber desafiado también esas latitudes, un logro que trasciende el simple deporte.
La recompensa se revela en esa profunda conexión con la naturaleza, en la contemplación de un paisaje polar que pocos han experimentado de esta manera.
Además, creo que esta humilde odisea personal deja como legado una narrativa única, una historia que ojalá inspire a otros a superar sus propios desafíos.
La recompensa se encuentra en la transformación personal, en la certeza de que, después de enfrentar la Antártida, aunque sepamos nuestras limitaciones, cualquier otro desafío parece alcanzable.
Poder tocar los límites de lo posible y descubrir la grandeza que reside más allá de ellos, donde desaparece esa zona de confort que muchas veces nos tiene presos de ciertas construcciones mentales, de otras realidades.
4. De la autoconfianza al empoderamiento
Este tipo de viajes extremos se convierten en un camino intrépido hacia la autoconfianza. En cada paso sobre el terreno helado, en cada enfrentamiento con el viento cortante, se teje un tapiz de resistencia que fortalece no solo el cuerpo, sino también el espíritu.
La autoconfianza se nutre de la superación de desafíos aparentemente insuperables, y en este escenario polar, cada logro se convierte en un pilar de seguridad interior.
La Antártida, con su frialdad imperturbable, se convierte en un espejo que refleja la propia capacidad de enfrentar lo desconocido.
Cada día en este paisaje blanco es una oportunidad para descubrir la propia resiliencia, y con cada desafío superado, por más pequeño que nos parezca, la confianza crece como un faro en medio del vasto y helado horizonte.
Así, el camino hacia la autoconfianza se pavimenta con huellas de coraje dejadas en la gélida superficie de la Antártida, transformando no solo la perspectiva del corredor extremo, sino también su creencia en sí mismo.
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5. ¿Acaso existen los límites?
Ante la magnificencia y desafíos que la vida presenta, reconocer que existen límites es parte de nuestra humanidad. Sin embargo, es en el trabajo arduo, la responsabilidad y la dedicación donde hallamos la capacidad de trascender esos límites aparentes. La esencia humana no se pierde en la búsqueda de lo extraordinario, sino que se encuentra en el punto de quiebre, donde la fortaleza se mezcla con la vulnerabilidad.
En la Antártida, esa grandiosidad helada se convierte en un recordatorio de nuestra propia magnificencia y fragilidad.
Enfrentar esos extremos no solo nos desafía físicamente, sino que también nos permite explorar nuestra propia esencia humana, donde la determinación se encuentra con la humildad.
Así, ante tanta magnificencia, descubrimos que nuestra capacidad de superar límites reside en la autenticidad de ser humanos, con todas nuestras fortalezas y limitaciones.
6. Temor al fracaso
El miedo y la posibilidad de no lograrlo son sombras que a menudo se entrelazan con los desafíos.
Prepararnos para enfrentar estos temores es una parte esencial de la travesía. Es en la preparación mental, tan crucial como la física, donde construimos las herramientas para desafiar la incertidumbre.
En la Antártida, donde la grandeza del entorno puede desencadenar dudas, el corredor extremo encuentra en la preparación para el miedo una fortaleza adicional.
Visualizar el éxito, entender la magnitud del desafío y aceptar la posibilidad de fracaso se convierte en bloques de construcción emocionales.
Así, mientras la Antártida despliega su vastedad, la preparación para el miedo se convierte en un ancla emocional, permitiendo al corredor no solo enfrentar el frío extremo sino también los temores internos. En este equilibrio entre el deseo de conquistar y el respeto por los desafíos, se forja una fortaleza que trasciende el hielo, enfrentando no solo la naturaleza implacable sino también las sombras internas.
7. A manera de balance interno
Hacer un balance reflexivo es fundamental en mi preparación para desafíos como la Arrowhead 135 en Minnesota, donde enfrentaré temperaturas extremas.
Reconocer los puntos fuertes que me llevaron a este punto es esencial; son las herramientas que me respaldarán en los momentos más difíciles. Al mismo tiempo, identificar las áreas débiles me brinda la oportunidad de fortalecerlas y minimizar los obstáculos.
En carreras tan exigentes, conocerse a uno mismo sin filtros es la clave.
Las bajas temperaturas, como las que enfrentaré, son un recordatorio constante de la necesidad de preparación física y mental. Con cada kilómetro en condiciones extremas, me adentraré en un terreno donde la sinceridad conmigo mismo se convierte en un aliado invaluable.
La experiencia acumulada hasta ahora creo que me ha sumado mucho auto conocimiento sobre mis capacidades y límites. Este conocimiento auténtico ojalá se convierta en mi brújula en los 217 km que me esperan.
La línea de llegada se dibuja no solo por la resistencia física, sino por la capacidad de confrontar la verdad de mis fortalezas y debilidades, permitiéndome superar cada desafío con una visión clara de quién soy y de lo que soy capaz.