Los 100 saludables años de Perla
Bárbara Butvilofsky de Sanabria en realidad prefiere ignorar ese nombre que no eligió y se hace llamar “Perla”. Es una señora amable, delgada, con su cabello cuidado, y no es por coquetería que no usa bastón sino porque no lo necesita. Cuando camina, sus pasos seguros niegan su edad. Perla cumplía 100 años de vida el miércoles 8 cuando la visitamos en el hogar Los Arcángeles, de calle Rivadavia, donde dice sentirse muy cómoda.
Sentada frente a una mesa rodeada por amigas con quienes llena su tiempo en largas conversaciones, y con su acompañante Patricia Giecco, espera el momento de compartir las dos tortas bellamente decoradas con los habitantes del hogar, en cuya cumbre aparece ese número tan rotundo como asombroso: 100.
Nos cuenta que Los Butvilofsky fueron doce hermanos, algunos de ellos aún son recordados en la ciudad de Crespo donde nacieron, como Oscar y Armando, que le dieron a esta ciudad el primer medio de comunicación con aquella propaladora Arther que nos daba las novedades del día. Hija de José Butvilofsky y Ana María Schaab, el padre de Perla fue constructor y almacenero en la ciudad y en esa tarea se asociaron dos de sus hijos, José y Jorge. Cursó la escuela primaria en el Colegio Sagrado Corazón y es seguramente la alumna más longeva que ese instituto tiene. Casada con Lucas Sanabria, fallecido en 2006 a los 87 años, tuvieron un hijo: Daniel Oscar (63 años). En esta tarde gris de otoño hicimos un repaso de su larga y saludable vida.
— Ya nos contó donde estudió, cuéntenos algo más de aquella vida, ¿dónde hacía las compras su familia?
_En la Agrícola, estaba Jaroslavsky también. Después mi papá puso un almacén también, que después lo siguieron mis hermanos José y Jorge. Cuando él se retira se los deja a ellos. Mi papá también se llamaba José.
— Luego usted conoce a Lucas Sanabria, se casa y viene esta decisión de radicarse en Estados Unidos. ¿Conocían a alguien para ser recibidos allá?
_Mi hermano Gaspar vivía allá, nos llamó y nos dijo que fuéramos a trabajar, para hacer plata y ahí fuimos nosotros. Mi viejo (su esposo Lucas) no quería pero yo le dije que nos íbamos, para conocer de paso. Yo era jovencita, veinte y pico de años. (En realidad tenía 41 ó 42. N de R)
— Supongo que ese viaje fue por avión.
_Si, fuimos en avión.
— ¿Le dio miedo ese primer viaje tan lejos en avión?
_ Como vi tanta gente que viajaba dije “vamos a probar como es”. Estaba lindo el viaje. Nos atendieron muy bien, con comida y bebida durante todo el viaje.
— Está claro que le gustaba mucho ver y aprender cosas nuevas.
_Así es.
— ¿A qué ciudad fueron de Estados Unidos?
A Denver, Colorado. Fue un cambio muy importante, no sabíamos hablar inglés, aprendí perfectamente a hablarlo pero me olvidé de todo, como no lo hablo uno se olvida.
— ¿En qué trabajaban allá?
_Yo en un hotel, Radisson Hotel, un hotel muy grande de muchos pisos, estaba muy ocupada todo el día. Mi esposo trabajaba en una fábrica de generadores para autos. Él se llamaba Lucas Teodoro.
— Se adaptó bien a esa vida entonces
_Sí, sí, costaba la lengua pero como había judíos que hablaban el alemán, no perfectamente el alemán pero nos entendíamos por intermedio de otra persona, nos entendíamos muy bien con ellos. Los judíos eran muy buenos con nosotros. Éramos muy buenos trabajadores. Yo allá hice toda clase de trabajos.
— ¿Cuántos años estuvieron allí?
_ Muchos años, después volvimos a Crespo pero no me gustaba estar acá así que nos volvimos a ir para allá de nuevo. Aparte tenía mis dos hermanos allá, sobrinos y amigos.
Aquí nos apunta Patricia que el hijo de Perla, Daniel Oscar Sanabria, tenía 5 años de edad cuando se mudó con sus padres a Denver, donde cursó la escuela primaria y luego hizo el secundario en Crespo, para finalmente regresar y radicarse definitivamente en Estados Unidos, casado con una argentina, sin hijos.
— ¿Cómo se comunicaban con su familia de acá?
_ Por teléfono, yo no escribía cartas pero mi viejo sí.
— Volvieron de EEUU para vivir un tiempo aquí, luego regresaron y finalmente usted decidió regresar de nuevo a la Argentina.
_ Si, nos vinimos de nuevo para vivir acá. Estamos jubilados en Estados Unidos y nos vinimos a vivir acá.
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— ¿Cómo fueron o son sus hábitos de vida, alimentación?
_ Nosotros siempre seguíamos el régimen de acá y siempre trabajé mucho. Dos trabajos siempre tuve. No tomaba alcohol, no fumaba. La vez pasada yo iba a salir, y mi hermana me dice si iba a salir con bastón, y yo le dije: ¡Como voy a salir con bastón si no uso todavía!
— Si volviera a tener 25 o 30 años, ¿haría las mismas cosas o cambiaría algo?
_ A lo mejor iría para allá, me gustaba mucho allá. Yo trabajaba en dos lugares y mi esposo también, a la noche íbamos a lavar platos en una escuela judía que quedaba a una cuadra de donde vivíamos; eran 100 chicos, teníamos que poner las mesas y cuando terminaban de comer teníamos que juntar todo y lavar.
— ¿Ese esfuerzo les permitió ahorrar como para comprar alguna propiedad?
Sí, teníamos nuestra casa propia acá en Crespo. En Belgrano y Urquiza. La habíamos comprado antes de venir.
— ¿Cómo es su vida hoy? Después de haber trabajado tan intensamente
Ya no hago más nada, estoy muy bien atendida acá. No soy de mucho leer, miro televisión. Charlo siempre con alguien, todo el día; no para la lengua.
— ¿Le ha dado consejos a su hijo cuando era chico?
_Sí, hasta el día de hoy. Que se porte bien, que no haga cosas que no se deben hacer, que haga bien las cosas, desde chiquito se lo inculcamos, que sea honesto. El que quiere vivir bien tiene que trabajar.
— ¿Está al tanto de todos los cambios que se suceden en el mundo?
_ Sí, estoy al tanto. Yo no tengo celular pero hablo por teléfono. Hablo con mis hermanos que están allá. Son más jóvenes que yo.
— ¿Qué es lo más lindo que le dejó la vida?
_ Que tengo salud, que estamos bien. Salir afuera a pasear cuando queríamos, el auto lo manejaba yo, mi marido no manejaba, le daba miedo.
–¿Algún otro recuerdo lindo?
_Que conocimos gente muy buena, los judíos eran muy buenos con nosotros, porque ellos precisaban gente que les hicieran los trabajos. Todos querían que yo trabaje para ellos, porque era trabajadora y hacía las cosas bien. Así tuve muy buenas recompensas también. Mientras tanto crié un hijo”.
Durante la entrevista advertimos que Perla no pronuncia la palabra tan temida, ni siquiera cuando habla de los familiares que ya ascendieron a las alturas, y toma su edad con la misma naturalidad de quien dice estoy cumpliendo veinte o cuarenta. No especula con el tiempo, simplemente vive y disfruta el día. Quizás en ello radique la clave de su saludable longevidad.