La reivindicación de Lorenzo S
** Habiendo tantísimo para decir en un mundo que nos bombardea a cada instante con información cruzada (cierta, incierta o verdades a medias), a la hora de comenzar esta columna uno no sabe por dónde empezar. Una opción, si no la única, es la que recomienda el rey en Alicia en el país de las maravillas: Cuando el Conejo Blanco aparece ante la Reina de Corazones para dar su testimonio, dice que no sabe por dónde empezar. “Empiece en el principio”, le dice el Rey, “y siga hasta que llegue al final. Entonces deténgase”. Sigamos esos pasos.
** Comencemos por recordar al economista don Lorenzo Sigaut, quien vivió entre fines de julio y comienzo del presente agosto su momento más feliz. Parece haberse propuesto no irse de este mundo sin haber visto y oído que su famosa frase se concretó alguna vez, y aquí está con 89 años de edad. En 1981 fue ministro de economía del presidente con jinetas más inepto que tuvo la dictadura; el general Viola, y lanzó al país, al mundo y a los reideros, su frase histórica: “El que apuesta al dólar, pierde”. Los ansiosos de siempre corrieron a comprar verdes y ganaron, como siempre. El único que perdió hasta la dignidad fue Lorenzo, porque lo calzaron de atrás con un borceguí bien lustrado, de tal suerte que necesitó de palancas para desencajárselo.
** Todo llega. Para el que sabe esperar, la venganza es un plato que se come frío, y esta semana se le dio. En el 81 Lorenzo advirtió a los argentinos pero no les dijo el cuándo. La cosa es que recientemente los pesimistas ansiosos corrieron tras el blue y llegaron a pagar hasta 380 mangos a fines de julio, para revenderlos una semana después a 291 (jueves). La venganza fue terrible. Sigaut esperó 41 años para verlos arar con los codos en el ripio a los que especulan con el dólar. Ojalá Sergio Tomás Massa no se ocupe de reivindicar a los ocasionales perdedores.
Culpemos al flaco Mercado
** En aquella oportunidad y en mil otras, se demostró algo obvio; que los mercados, sobre todo los paralelos, juegan espiándoles las cartas a los ministros de economía (que además son públicas). Sigaut o Massa pueden retrucar o gritar el envido con entusiasmo persuasivo, pero si no les queda más que un 4 de copas en mano, sepan que el mercado les está relojeando el naipe.
** Pero ¿quién o qué es el temible mercado? Es un sofisma, un artificio, si no, dígame quién es su conductor o jefe. Además, el mercado es a un ministro de economía lo que el agua a la embarcación. Sin mercado no se justifica la existencia de él. Si matáramos al diablo para qué necesitaríamos curas, obispos o un papa, ¿no es cierto? Pero si el transatlántico es de bandera Argentina, es muy común que el capitán culpe a las corrientes marítimas cuando pierde la brújula. Somos un pueblo liberado; acá la culpa siempre es de otro.
Se necesitaba un mago y…
** Hartos de los ilustrados economistas, esta semana los argentinos recuperamos la confianza. Después de tantos años de fracasos con la economía del país en manos de economistas que tras su graduación sumaron posgrados y maestrías en universidades locales y extranjeras, fueron reemplazados por un abogado que tardó como 13 años en recibirse, obteniendo su título a la edad de 41 años (2013) en la Universidad de Belgrano. Pero tranquilos; ya lo dijeron los sabios de Les Luthiers; lo importante no es saber sino tener el teléfono del que sabe.
** Se habló toda la semana de que el nuevo superministro generó una nueva esperanza de solución definitiva; la número 4.897 desde 1983 a esta parte. Es como la metáfora del fumador: “es re fácil dejar de fumar, yo ya dejé como treinta veces”.
Se dijo siempre que en este país se necesita un mago para arreglar la economía; no hay otra. No va que el abogado viene y nos decepciona de nuevo al momento de asumir, declarando que él no es “ni mago ni salvador”. ¡Púm! Es como que hay un herido y alguien que clama por la presencia de un médico; cae un tipo y sus primeras palabras son “no soy médico ni enfermero”. Pero confiemos; quizás solo dijo eso para no tener que decir “no soy ni economista ni contador”. Puede que sea mago y lo oculta.
A ducharse a lo milico
** Todo se da en algún momento de la vida. Cristina dijo cierta vez que tenemos menos pobreza que Alemania. No podemos decir que esa utopía se cumplió o se cumplirá, pero, en tren de desearles nuestros males a otros para vernos mejores por comparación, ahí lo tenés a Hannover. Esa ciudad alemana apagó la calefacción y cambió a duchas frías en todos los edificios públicos, en piscinas, pabellones deportivos y gimnasios. Es la primera gran ciudad en cerrar el suministro de agua caliente después de que Rusia redujera drásticamente el envío de gas a Europa.
** Es un intento por ahorrar energía desde que Rusia les empezó a cerrar el grifo. Putin se divierte pisándole la manguera a un paciente conectado a respirador, y los europeos empiezan a hocicar. A los alemanes, su gobierno les ha dicho que se preparen para una serie de medidas drásticas de reducción de gas y cargos adicionales en sus facturas de energía. Hasta acá todo bien, se le oyó decir a un tipo al pasar por la ventana el séptimo piso en su caída, porque el jueves de esta semana Hannover soportaba una temperatura de 37º C. ¡Así cualquiera! Los quiero ver en enero cuando la temperatura puede bajar hasta cero grados.
** Si esa medida se llegara a tomar en Argentina, tenemos todo un país listo para armar escándalos, por turnos, según quien gobierne. Todo el arco de la derecha pondría el grito en el cielo mientras gobierne el FdeT, y todo el arco de la izquierda esperaría a que gobierne la derecha para armar un escándalo por la ducha fría. Somos patéticos, pero somos nosotros y a mucha honra carajo.
** Fue divertido escuchar días pasados en una FM paranaense a un locutor o periodista (quien sea) quejándose porque el gobierno no sale a avisar que el aumento de las tarifas de luz y gas es por la guerra de Ucrania. Uno se ríe de la prensa sectorial militante; ¿creen realmente lo que dicen? En nuestro país el efecto de aquella guerra es que nos aumentó el precio de los granos y entrarán más dólares. Y las tarifas aumentan porque se acabó lo que se daba. No hay más un mango. Y por los demagogos que en vez de invertir en la explotación de hidrocarburos para autoabastecernos, se la gastaron en hacernos el favor (de mi parte gracias por eso) de subsidiarnos las tarifas.
** Un aplauso para el asador en extinción.