La rebelión de los padres
Cada vez más son los padres que se encuentran incómodos en el papel de actores
secundarios en la crianza de sus hijos e hijas. Quieren dejar de colocarse en el lugar de
“ayudantes” de las madres a las que se les atribuye un falso “instinto maternal” que las
pone en la obligatoriedad de los cuidados domésticos y la carga mental que eso significa.
Hay varones que quieren dejar esa comodidad del ayudante y compartir los cuidados, las
decisiones, el trabajo doméstico y la afectividad por partes iguales. Quieren ser padres
presentes y redefinir el verbo paternar.
Sin embargo, corresponsabilidad no es una realidad, aunque los permisos están siendo
ampliados en muchos países, aún queda una deuda importante: la de asumir las tareas de cuidado y conectar afectivamente con nuestros hijos e hijas. Esta demanda de un mayor compromiso de los varones con las tareas de cuidado suele pensarse, casi exclusivamente, como un reclamo de las mujeres, que apunta a desarmar un privilegio cómodo de los varones. Sin embargo, también se trata del derecho de los padres a estar más presentes en la vida de sus hijos e hijas, algo que muchas veces forma parte de su deseo, pero se ve obturado por factores culturales o normativos. Por ejemplo, la actual Ley de Contrato de Trabajo les otorga una licencia por paternidad de dos días. Si, leíste bien, dos días.
Hemos sido socializados en una cultura donde los cuidados han sido depositados en las
mujeres y paternar parece que se resume en conseguir respeto, ser la autoridad y generar recursos económicos para el sustento familiar. Nos han educado desde una peligrosa pedagogía familiar, rígida, binaria y donde los roles y funciones están definidos según el género. Esto ha generado distancias, brechas, inequidad y desigualdad. Por esto, la rebelión de la paternidad debe comenzar registrando la afectividad, la ternura, lo que siente y necesitan nuestros hijos e hijas. Ocupando lugares que nunca pensamos que
también nos pertenecían, como el hogar y todo lo que implica. Ya lo escribía el filósofo
italiano Luigi Zoja en El gesto de Héctor (Taurus): “Para ser padre no basta con saber
qué es el padre: se necesita conocer al hijo y la relación con él”. La paternidad debe
redefinirse desde la corresponsabilidad en las tareas de cuidado y por esto, es urgente
reclamar, también y sobre todo desde los varones, un cambio en el sistema laboral.
Donde no exista un borramiento del padre del hogar y que se establezca la obligatoriedad de los cuidados hacia sus hijos e hijas.
¿Qué significa paternar?
El abandono paterno es parte del relieve de las familias. Latinoamérica se ha ganado el
titulo de «el continente del padre ausente» (Pérez Murillo, 2010) y eso conlleva también
la pobreza y vulnerabilidad de los hijos, hijas y sus madres. Porque cuando un padre se
ausenta, deja todo en manos de la madre que difícilmente pueda llegar a un ascenso
económico y profesional debido a que asume las tareas de cuidado. Y si esto sucede, es
porque las abuelas u otras mujeres han asumido, de manera total o parcial, la responsabilidad del cuidado. La ausencia del padre genera déficit en el desarrollo de las
mujeres, porque ellas se quedan, mientras nosotros creemos que con abonar una cuota
alimentaria alcanza. El cuidado es mucho más que dinero y aun así los juzgados están
repletos de causas por incumplimiento.
Ahora bien, paternar es un verbo que parece no definirse en ningún diccionario social.
Parece que existe una suposición de lo que implica maternar, pero paternar parece un
punto ciego en los vínculos familiares. Paternar es un verbo que nos provoca, que nos
deja parados en la incertidumbre, en la ignorancia. No sabemos qué significa realmente
y esa falta de definición nos regala la oportunidad de definir o redefinir la paternidad. Si
somos herederos de una definición violenta, ausente, alejada de lo cotidiano, sumamente
autoritaria, con una mirada que generaba miedo, con desapego hiriente y con golpes en
el cuerpo y al corazón, debemos redefinirla de manera urgente. Podemos darle una
resignificación a la paternidad y que comience a ser definida desde la cercanía, la ternura, el compromiso afectivo, el cuidado doméstico, la calidez del abrazo, la atención
emocional y la carga mental por quienes nos hacen padres, nuestros hijos e hijas.
Cuando nos acercamos a una paternidad corresponsable, que se conecta con la
maternidad, logramos visualizar el estrés que generan los cuidados, vivenciamos lo que
Betty Friedan nombro como «el malestar de las mujeres» que incluye el trabajo doméstico no remunerado, la abnegación y estar al cuidado permanente de nuestros hijos e hijas. Si todo eso fuese compartido tendríamos paternidades comprometidas afectivamente y maternidades menos agotadas. Pero para que esto sea posible es imperioso sensibilizarnos como varones sobre los cuidados, sobre el trabajo doméstico (hasta el más mínimo) y de la maquinaria que implica sostener un hogar desde lo privado. Donde se desarrollan decenas de actividades diarias y demandas por doquier, de las cuales no somos conscientes.
Es por eso que el Día del Padre, más allá de la celebración, debería convertirse en una
fecha para la reflexión sobre las relaciones de género que establecemos los hombres con
las mujeres con las que compartimos la vida, y el compromiso con el cambio hacia
actitudes y prácticas más igualitarias. Nos quedan 364 días por delante para comenzar
desde nuestros espacios familiares y quizás la primer tarea es contabilizar las tareas que
implican el cuidado de nuestros hijos e hijas y comenzar a asumirlas como propias. Y tal
vez, la segunda tareas sea abrir conversaciones con otros padres sobre temas de
paternidad, diálogos honestos en los que hablemos sobre lo que sentimos, sobre nuestros miedos y cómo aprender a redefinir la paternidad desde nuestros actos.