Familia Gil: Ni un indicio, ni una pista, pero la causa seguirá abierta

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Egidio Luis Jacobi
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Nogoyá.- La semana pasada la historia de la familia Gil y la búsqueda de la verdad, tuvo un nuevo revés. Se realizaron excavaciones en un lugar que apuntó un testigo y sobre ese dato había mucha expectativa, pero lamentablemente todo en la causa sigue a fojas cero.

De la excavación participó el equipo de antropología forense que fue realizando un minucioso análisis de las tareas encabezadas por maquinaria de Vialidad Provincial en un predio de la Estancia La Candelaria, propiedad de Alfonso Goette en Crucesitas Séptima.

Hace 20 años desaparecieron Rubén Mencho Gil, su esposa Margarita Gallego y sus cuatro hijos menores de edad. Hoy, ni siquiera la madre de Norma Gallego, única que persiste en el reclamo, cree que estén vivos, ya que no hay información migratoria o de entes oficiales que den cuenta que los Gil realizaron algún movimiento en organismos provinciales o nacionales.

El juez de la causa, el doctor Gustavo Acosta, confirmó que a pesar de los resultados negativos no cerrará la causa, continuará en busca de testimonios, de pistas o hipótesis.

Una causa que perdió tiempos vitales

María Delia Gallego, madre de Margarita, recordó que ellos se enteraron de su desaparición en abril de 2002, tres meses después de la última aparición pública de la familia. Fue cuando Alfonso Goette se apareció en su casa preguntando por Mencho y su esposa, intrigado porque la familia había salido de vacaciones y nunca más volvió al establecimiento de Crucesitas Séptima.

En sintonía con ese testimonio, el juez Sebastián Gallino que tuvo la causa por primera vez, apostó a la hipótesis de que la familia Gil se había ido a otro lugar, con otro trabajo, o seguían de vacaciones, por eso no volvían al departamento Nogoyá. Guió la investigación por esa vía sin entrar en rastrillajes en el campo de Goette, donde probablemente había elementos que permitieran abrir nuevas hipótesis.

Recién al año y medio el juez dispuso la primera visita a La Candelaria, donde se comprobó que la familia que era buscada había dejado todas sus pertenencias en el hogar. Incluso Margarita no aparecía para cobrar su sueldo de cocinera en una escuela rural de la zona.

“El error es buscarlos vivos, porque ellos ya están muertos y enterrados” señaló Delia Gallegos.

La oportunidad perdida

Hans Gross, joven Juez de Instrucción austríaco, al darse cuenta de la falta de conocimientos de orden técnico que privaba en la mayoría de los jueces, requisito indispensable para desempeñar con eficacia el cargo de instructor, decidió escribir el Primer Manual del Juez como sistema de criminalística. Desde entonces esta ciencia, principal auxiliar de la justicia criminal, ha evolucionado hasta el asombro, pero antes de requerir su auxilio debe existir la denuncia de un delito o una sospecha por parte del juez de instrucción (sistema viejo), o del fiscal (sistema nuevo).

En el caso de los Gil, en 2002 la justicia no tuvo más elementos que iniciar la búsqueda del paradero, pero quizás debió, 72 horas más tarde, disponer una inspección del domicilio en busca de indicios, pero eso no sucedió. Pasó demasiado tiempo, se dice que un año y medio, más que suficiente para cubrir rastros, y se insistió con la búsqueda de paradero aún cuando dos de los hijos ya habían cumplido la mayoría de edad y debían requerir su DNI, cosa que no ocurrió.

Han pasado varios jueces por la causa y 20 años más tarde, en base a testigos que curiosamente tardaron dos décadas en reaccionar, se sigue trabajando sobre una sola hipótesis; la del soterramiento de toda una familia. Tarde para investigar si quizás los seis integrantes de la misma fueron quemados en las piras tan comunes donde se desmonta, destinadas a eliminar troncos y ramas (en La Candelaria se hacían), que constituyen hornos infernales capaces de reducir a cenizas cualquier materia orgánica. Lo único cierto es que se sigue removiendo tierra sobre una vasta extensión sin resultado alguno, y a esta altura de la historia Alfonso Goette, que se tomó tres meses para buscar a su peón y a su familia, no ha tenido el beneficio de llamarse inocente hasta que se pruebe lo contrario. Ya no se lo considera sospechoso sino culpable aunque no existe un solo indicio físico en su contra, y quizás, muy probablemente, la culpabilidad pese sobre su memoria como una dolorosa sentencia popular sin prueba alguna.

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