Estamos bien así, o nos parece
** Es curioso que mientras se dice que dos tercios de la población está mal anímica, física y/o económicamente, es muy difícil, si no imposible, escuchar un inicio de conversación que suene así: –¿Cómo estás? – Mal.
Siempre se dirá bien. Nos encontramos en el hospital o la clínica:
— ¿Qué tal, cómo estás?
– Bien, y vos.
— Bien, bien.
¿Y entonces qué estamos haciendo acá?
** Lo encontrás a don Sandalio volviendo del laboratorio hacia su encierro, con la ayuda de un bastón y haciéndose visera con la mano para ver algo en la intensidad de la luz solar. Lo saludas, te contesta que está bien, y te cuenta: vengo de ‘ensoparme’.
— ¿Una buena platada de sopa de apio y cebolla, con crema?
– No, no, de ensoparme en el laboratorio.
— Ah, ya entiendo, ¿y cómo le dio, positivo o negativo?
– Positivo, positivo, te repite entusiasmado.
Si el resultado fuera negativo te dice que viene de hacer un trote por la aeróbica.
** ¿Por qué solo queremos decir que estamos bien? Las explicaciones posibles son muchas: Porque la gente rehúye de los quejosos reincidentes y los llama tóxicos. Porque ya no hay quien quiera escuchar pálidas. Porque diciendo que todo va bien nos ayudamos a nosotros mismos. Por cumplir con la regla social de mostrarnos con actitud positiva. Por evitar el dolor de recordar una y otra vez lo que nos aflige. Para no convertir a los demás en el reservorio de nuestras penas…
Y mucho más…
** …Porque asumimos que el ‘como estás’ es solo una pregunta de cortesía. Porque estamos realmente muy bien. Porque no tenemos ganas de contar lo que nos pasa. Porque en medio del coro de tanto bien, bien, bien, nos sentiríamos como perro verde si reconociéramos estar mal. Porque sabemos que lo malo y lo bueno son momentos pasajeros en la vida. O por entender que los problemas son solo sapos a patear en el camino… entre otras razones.
** Detengo la escritura, miro hacia atrás sobre los dos párrafos precedentes y me digo… ¡Laaaa pucha que hay causas y razones para que los psicólogos expliquen esta sencilla, empática e inofensiva palabra de cuatro letras: ‘bien’! Pero si hiciéramos una gran encuesta con un solo punto: ¿por qué dices bien cuando te preguntan como estás?, quizás la enorme mayoría respondería: “Y… porque es una costumbre, ¿no es así como se dice al saludar?”
** La vida real es así, mucho más despojada de las erudiciones, a las que sin embargo recurrimos cuando no estamos para nada bien aunque lo sigamos afirmando. Si exteriorizáramos las penas y el dolor para validar nuestros sentimientos nos quitaríamos un gran peso de encima, pero ¿quién más los querría cargar?
El restito de la botella
** La escena transcurre en un autoservicio de barrio, con carnicería y algo de verdulería:
— Buenas tardes señora, ¿qué se le ofrece?
_ Hoy quiero comer carne con verduras, ¿qué me puede dar?
— Eso depende de cuánto dinero trae.
_ Doscientos pesos.
El carnicero sale de atrás del mostrador, va hasta una góndola, toma algo de allí y se lo da a la mujer: Un dadito de caldo Knorr de carne y otro de verdura.
** La mujer, de aspecto muy humilde, sale del local y en su primer encuentro con una vecina del barrio sus voces soltaron casi en simultáneo un ¿cómo estás?, y con similar sincronía se respondieron “‘yo bien, ¿y vos?’, y en el fragor del saludo vinieron las réplicas: ¿bien; vos? –Si bien, ¿y vos? –Bien, bien”. ¿Finge? ¿Es hipocresía? Es más probable que sea una persona agradecida porque mira y agradece el restito que le queda en la botella.
** En comercios, en lugares públicos y por las veredas nos cruzamos con nuestros semejantes, cubierta media cara con un barbijo, un alcohol en aerosol en el bolsillo, impedidos de dar la mano o un abrazo, midiendo distancias en las colas que se hacen fuera de farmacias y comercios aunque una llovizna apremie. En fin, un escenario que todos conocemos, donde se ve eso que no sabemos si llamarlo buena costumbre o bella disposición para la vida, que es responder ‘bien’ cuando al saludarnos se dispara la clásica pregunta obligada.
** ¿Cómo es que estamos todos bien, si en cada país se está afianzando un dictador, sin resistencia alguna? Sucede que lo permitimos porque nos dicen: “es esto o te morís, o muere algún ser querido o amigo tuyo, o se enferman de gravedad”.
Sobrecargas y aflojes
** Hasta hace poco había sectores muy amplios de la política que maldecían a policías, gendarmes, federales y…. ¡ni te cuento! a los militares, a los que se carga culpas de sus antecesores. El miércoles el presidente dijo que en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires) nadie podrá estar en la calle después de las 8 de la noche; que saldrá a controlar personal de ejército y todas las fuerzas federales, con penas muy altas para el incumplimiento y que no le temblará la mano para hacerlo cumplir. Y todo esto sin una sola queja de los que antes escupían uniformes.
** ¿Por qué estamos bien? Quizás lo explique la fábula del chacarero atribulado y el sacerdote. El hombre iba con quejas al cura del pueblo porque, teniendo una casa muy chica, vivía en ella con su esposa y seis hijos, los suegros, y cuatro nietos de sus dos hijas solteras que vivían con él (parece que esto, hoy tan común, ya se veía en tiempos de la fábula).
** ¿Usted tiene animales, no? –Si, unos pocos, una vaca para la leche diaria, una chancha, patos, pavos, cuatro ovejas… Muy bien –dice el cura-, a partir de mañana entre la vaca a la casa. El hombre protestó, dijo que era ilógico, pero la palabra del sacerdote es palabra de Dios y metió la vaca. Volvió más quejoso todavía y el cura le ordenó ingresar un cordero. Tras las próximas sucesivas quejas le mandó a tener dentro de la casita uno por uno los corderos, la chancha, los lechones.
** Al cabo de todo esto llegó llorando, devastado, diciendo que quería suicidarse porque ya no tenía vida dentro de aquello que fue un hogar. El cura le dijo volviera a sus corrales a todos esos animales y limpiara la casa. Días más tarde el granjero regresó con el rostro iluminado, se lo veía feliz, sonriente y con un obsequio para el cura; ¡Ahora sí, estamos bien, gracias padre, esto es vida, se puede respirar!… dijo. ** Quizás en esta fábula esté la respuesta que buscábamos. Estamos perdiendo la libertad, pero celebramos los pequeños aflojes después de cada sobrecarga.