Entrevista a Marta Olivera: “Entre padres y alumnos tobas de Formosa la maestra era una autoridad respetada”
Crespo.- Marta Olivera es maestra jubilada con 35 años de docencia, desarrollada entre 1964 y 1999. Estuvo tres años en Formosa, educando niños en Palo Santo, en una zona que estaba olvidada por el progreso. Luego estuvo en Colonia Merou, entre hijos de colonos alemanes. En ambos lugares debió enseñar el castellano a niños y niñas que hablaban en su casa otro idioma: el alemán en Merou y el toba, en Formosa. La mayor parte de su vida docente estuvo en la Escuela Nº105 “Patria Libre”. Allí, en 1968 puso un jalón como primera maestra del jardín de infantes Pulgarcito, que este año cumple sus primeros cincuenta años de existencia. Con dificultades para caminar debido a una enfermedad de la que se está recuperando a fuerza de voluntad y ejercicios, la señora Olivera recibió a Paralelo 32 en su casa y dialogó extensamente sobre su biografía docente, mostrando también numerosas fotos que fue recopilando en tantos años frente al aula.
De Viale a Crespo
– ¿Ud. vivió de niña en Viale?
— Hasta los cinco años, después nos vinimos a Crespo con mamá, cuando mi padre ya estaba fallecido; ella tenía toda la familia acá. Fue a comienzos de los años cincuenta.
– ¿Se instalaron en la casa donde vive actualmente?
— No. Al comienzo vivimos en una casita sobre la actual calle 25 de Mayo, donde ahora está el área de Traumatología de Clínica Parque. Se alquilaban las casas, al lado estaba el taller de Müller (conocido como ‘Piraña’, N. de R.). En 1953 nos vinimos a vivir a esta casa que hizo mi mamá. En la zona no había casi nada construido, las calles eran de barro. Se podía ver a lo lejos; no había parque aún en la esquina del Colegio Sagrado Corazón. En la zona estaba la casa de Klug, en la esquina de San Martín y Güemes era terreno baldío, luego construyó el odontólogo Gallinger. Más allá por Güemes estaba Schneider.
– ¿Vivían Ud. y su madre en la casa?
— Teníamos chicas en pensión. A mamá, cuando no alcanzaba el cupo de pupilas en el Colegio, las monjas le mandaban algunas chicas a vivir en pensión. Cuando me fui a trabajar como maestra en Formosa, mi mamá se fue conmigo al mes y alquiló la casa a otras personas conocidas.
Maestra en Formosa
– ¿Se fue a trabajar a Formosa?
— A los diecisiete años ya era maestra y me fui a trabajar a la Provincia de Formosa. En ese entonces, con cinco años de estudios en el secundario, ya éramos maestras. Como siempre fui una persona grande de cuerpo, más grande que mis compañeros, hice dos grados libres: primero inferior, que fui oyente. Como nací en julio no podía entrar en el año que cumplía seis, así que las Hermanas del Colegio me anotaron como oyente, a fin de año me tomaron el examen y lo pasé. En vacaciones, después, hice tercer grado libre, estudiando con la señora de Palma, que era directora de la Escuela Nº54, aunque no querían las hermanas que lo hiciera. Entonces adelanté dos años y a los 17 ya era maestra.
– Y se fue a Formosa.
— Mandamos con una compañera a pedir un cargo en Formosa, porque acá no se conseguía. No contestaron nada, pero nos mandaron enseguida los pasajes y nos fuimos, con una chica Jacob, de la familia que tenía una ladrillera. Ella estuvo un solo año, yo tres. Ella vive en Rosario, ahora.
– ¿En qué lugar de Formosa estuvieron?
— Era bien en el monte, Palo Santo, a 132 kilómetros de la capital, la ciudad de Formosa, sobre la vía del tren que iba hacia Salta, pasando Pirané.
– ¿Era zona de criollos, de aborígenes?
— Había aborígenes del pueblo toba. Había mucho monte, un pueblito en el medio, vivíamos en casas del Segundo Plan Quinquenal del peronismo. Eran de material, se habían hecho muy lindas, pero cuando llegué estaban un poco descuidadas. Las casas de la gente del lugar eran de adobe y barro, siempre cuidando por la vinchuca, que transmite el Mal de Chagas. No había agua ni luz. Teníamos los aljibes con candado para que no nos roben el agua.
– ¿En época de sequía se quedaba sin agua el aljibe?
— No, porque tuvimos tres inundaciones grandes del Pilcomayo en esa época. La crecida del río obligó a que la gente del monte viniera a vivir a la escuela. Les teníamos que dar de comer. Había chicos que venían descalzos. Cerquita estaba Bartolomé de las Casas, que era una reducción de indios tobas.
– ¿Cuando había inundaciones, no aparecían alimañas en Formosa?
— Cuando había inundaciones, era terrible la presencia de las víboras. También muchos cangrejos, que mi mamá les tenía mucho miedo.
Aborígenes formoseños
– ¿B. de las Casas era una reducción de indios?
— Sí, tenían las casitas que les habían hecho por el mismo Plan. Pero no se quedaban ahí, se iban a sus chozas. Venían en camión al pueblo, a vender cueros. Y después tomaban, se peleaban, los metían presos. Venían a cortar el pasto de la escuela, y como mi mamá estaba conmigo, el padre de la Iglesia le decía: ‘A ver, patrona, hágales mate cocido’. Pero mamá les tenía miedo…
– ¿Era gente peligrosa?
— Mientras se peleaban y tomaban, sí. Pero si no se alcoholizaban, no. Fue muy linda toda esa experiencia que viví allá, conocí mucho. Éramos setenta y pico maestras entrerrianas que estaban en escuelas de todos lados. Nos habían llevado en barco desde acá. Había chicas de Viale, de Aranguren, de Diamante, de Paraná, de todos lados. De acá estaba Pity Soria, en otro lugar; también estaban las chicas de Frank, que eran mellizas.
– ¿Podían trabajar bien?
— Se podía trabajar hasta en tres turnos, porque no había muchas maestras. No es como ahora, que hasta maestros de origen indígena hay.
– ¿Los chicos eran muy rebeldes?
— No, eran buenísimos, respetuosos con las maestras. La maestra era una autoridad. Muchos chicos venían descalzos del monte.
– ¿Los padres estaban presentes en la escuela de sus hijos?
— Padres muy poco, la mayoría de los niños sólo tenían madre. El sacerdote, cuando llegaban con la inundación, decía: ‘Y patrona, ¿tiene marido?’. Porque precisaba tanta ayuda. ‘No, padre, no tengo marido’. Y tenía ocho hijos, por ejemplo. Así tengo un ahijado. De una inundación, llegaron familias al pueblo. El padre aprovechó para bautizar y casar, y yo tengo un ahijado, que ahora tiene como 50 años o más. A él lo volví a encontrar cuando tenía 35 años, por una mueblería de Schmidt. Le compraba desde acá muebles de algarrobo. A los dos o tres días que supo que yo estaba viviendo en Crespo, me vino a visitar. Él sabía que su madrina era Olivera y que era de Crespo, porque se lo había dicho la madre. Vinieron a conocerme con su mujer y sus hijos. Eran muy pobres, cuando conocí a su madre y lo amadriné. Pero cuando lo vi ya de grande tenía negocio, un aserradero y hace muebles de algarrobo. Yo no uso los teléfonos modernos, no los entiendo, y en el teléfono de mi hijo Juan Pablo, buscamos su nombre, Víctor García. Había un montón con el mismo nombre, pero lo encontramos en Palo Santo.
Vivir en Formosa
– ¿Cómo era la vida, además de la escuela en Palo Santo?
— Los entrerrianos nos juntábamos cuando había días de fiesta o feriados. Nos juntábamos en la capital, en el hotel “El Colonial”. Íbamos a Paraguay, cruzábamos al frente de la ciudad de Formosa, el pueblo se llama Alberdi. Ahí comprábamos telas y otras cosas. Yo, con mi primer sueldo me vestí en Paraguay. Recuerdo que nos dejaban pasar las cosas lo más bien en la Aduana argentina, no nos quitaban nada. Porque toda la noche, con las otras maestras escondíamos las cosas que habíamos comprado, pero no nos revisaron nada del equipaje.
– ¿Su madre se fue con Ud. a Formosa?
— Mi mamá quedó acá sola un mes, cuando me fui. Después, quiso saber dónde estaba yo y viajó, al final se quedó allá todo el tiempo. También en Formosa estuve dando clases en el jardín de infantes de la Parroquia, que en realidad era una capillita. El padre me enviaba todos los sábados a Pirané, cerca de Palo Santo. Ahí había un colegio de Hermanas y me preparaban para que atienda a los chiquitos. De tarde daba clases en una escuela nacional, la Nº35. De noche teníamos otras clases en un centro de alfabetización para adultos. Íbamos con otra maestra por la ruta, cruzándonos con cangrejos y con un farol dándonos luz para avanzar en la oscuridad.
– ¿Todo eso lo hizo en Palo Santo?
— En Palo Santo. Trabajé en dos o tres cargos. Vivimos primero en la casa escolar, que era linda. Pero después mi mamá no aguantó el bochinche de las otras maestras y nos fuimos a unas piezas que alquilamos en el pueblo.
– Le quedó un buen recuerdo de esa experiencia.
— Sí, tenía el ahijado y una amiga que dejé allá. Pero últimamente no me puedo comunicar con ellos.
De regreso a Crespo
– ¿Cómo se volvió?
— En 1963 me recibí en Crespo. En el 64 comencé en Formosa, y estuve hasta el 66. En 1967 nos vinimos; teníamos todo para viajar de vuelta, pero mamá tuvo un infarto y nos quedamos definitivamente en Crespo. En ese momento era intendente don Antonio Seimandi, y por intermedio de él, que además estaba entre la parentela de mi familia, conseguí entrar en la Escuela 105. Estuve dos años haciendo una suplencia, entre 1967 y 1968. Al principio lo tuve como director al maestro Heinze; después se jubiló. Luego quedó doña Norma Martinelli. En 1968, la directora quiso, junto con la cooperadora, empezar con el Jardín de Infantes, que este año cumple cincuenta años. Como ya tenía experiencia de Formosa, me ofrecí para dar clases. De mañana daba en tercer grado y de tarde en jardín. No era maestra jardinera pero ya había dado en el jardín en Palo Santo. No había maestras de Nivel Inicial en esa época, y la cooperadora pagaba algo. Teníamos una sala sola con chicos de varias edades, no estaban separados. Por ese jardín, yo tengo un aula nueva del Jardín con mi nombre. Que yo ya creí que me moría (sonrisas), porque cuando te hacen un homenaje así parece que uno ya se muere. Ese homenaje fue cuando cumplió 75 años la escuela.
– ¿Cuántos años estuvo en la escuela?
— Con la suplencia estuve dos años; un año con jardín en el 68. Tenía como ayudante a la señora del doctor Feiguin, Silvia. Fui a concurso en Paraná y me hice titular en la Escuela Nº57 de Colonia Merou, y estuve ahí tres años desde 1969.
– ¿Había muchos chicos en el jardín?
— Había unos cuarenta. (Muestra una foto de su paso por el jardín) Entre los alumnos, puedo ubicar a un chico Lencina, una chiquita Ripari… Berg, Julio Reisenauer.
Comparaciones
– ¿Puede hacer comparaciones entre su experiencia en Formosa y en Colonia Merou, dos lugares totalmente diferentes de la Argentina?
— En Colonia Meróu estaba bien toda la gente, te regalaban salames, huevos. Yo iba en moto y volvía con bolsas cargadas de obsequios. Eran un poco de controlar si la maestra llegaba tarde. Todos los vecinos controlaban, pero era buena gente. Hasta ahora me encuentran y me hablan. Y en Formosa el maestro era una autoridad.
– A la hora de enseñar, ¿qué diferencias había entre Merou y Formosa?
— Los chicos de Formosa tenían dificultades a la hora de enseñar, traer materiales, les daba mucho. Pero eran muy buenos y aprendían. Yo no sé dibujar nada y en un primer grado en Formosa, un chiquito me dijo ‘quiere que le haga el camioncito’. Siempre me acuerdo. Pero, lo que podían lo aprendían. Ellos hablaban mucho en su idioma. En Merou, cuando venían a primer grado, hablaban alemán. Yo daba primero, segundo y tercer, juntos. El maestro Juan Schroh, que era mi director en Merou, tenía cuarto, quinto y sexto. Acá hablaban en alemán. ¡Era un trabajo enseñarles! Los otros alumnos nos ayudaban a entendernos con los chiquitos recién llegados. Se hablaba mucho el alemán en las aldeas, por esas épocas.
– En los dos lugares debía enseñar el idioma castellano.
— En Formosa, tenía chicos muy grandes en la escuela nocturna. Yo tenía 17 años y tenía alumnos de 20 o 24 años. Y querían aprender también, en esos centros de alfabetización.
– ¿Después de Colonia Merou qué hizo?
— Me vine con traslado a la Escuela 105 y de ahí no me fui más hasta que me jubilé, en 1999. Nunca dejé de dar un día de clases. Siempre estuve trabajando. Cuando volví a Crespo, me casé y di clases en Mar del Plata dos años. Había convenio entre las provincias, me pasé como ‘prestada’ allá, pero cobraba el sueldo acá. Mi primer hijo nació en 1975 en Mar del Plata.
– Fueron épocas de muchos arreglos en la Escuela 105 cuando volvió definitivamente.
— Por 1971, la escuela estaba hecha un desastre, los techos, los pisos. Me había lastimado una pierna porque cedió un listón del piso de madera. Una vez se cayó un tirante. Para esa época estaban don Weiss de director. Hubo que reparar todo y nos fuimos a dar clases a la Iglesia del Río de la Plata, que nos cedió unos salones. También dimos clases en los criaderos de Kaehler. A mí me tocó en la sede de la iglesia. Estuvimos bastante tiempo dando clases ahí, mientras se cambiaban los techos y se arreglaban los pisos. La cooperadora trabajó mucho en esa escuela, siempre.
– Y en 1999 se jubiló.
— Me jubilé en julio de 1999 como secretaria, no estaba como maestra de grado. Siempre me daban séptimo grado, porque yo pedía los grados más altos. Trece años di séptimo; después tuve algún otro grado, quinto o sexto. En los últimos años, estuve tres meses de vicedirectora en la Escuela 203, hice una suplencia ahí. Era en los últimos tiempos, cuando me estaba por jubilar. Después volví y terminé en mi cargo de secretaria en la 105. Paro no hacía, porque tuve que criar mis tres hijos prácticamente sola. Antes no se hacía tanto paro como ahora.
– ¿Con qué elementos enseñaba?
— Tomábamos los manuales que hacía la provincia. No teníamos computadoras y celulares como ahora, que buscan cualquier dato en las computadoras. Yo no aprendí a usar las máquinas. Cuando estuve de secretaria, Susana Bassi, que era mi directora, en los últimos tiempos de la Escuela 105 me obligaba un poco a ir aprendiendo a usar las computadoras. En séptimo, nos cruzábamos con otra maestra para dar materias. Yo daba Matemática y Sociales; la otra daba Lengua y Ciencias Básicas.
– ¿Sigue en contacto con sus alumnos?
— No me acuerdo de todos, pero muchos chicos y chicas, ya personas grandes y con familia, me saludan en la calle y no los reconozco. Tengo que pedirles, muchas veces, que me digan su apellido. Yo no saqué ningún sacerdote católico en mis años de maestra, siempre lo aclaro. Pero tengo como tres pastores que pasaron por mis aulas: Berg, Rusch y Armando Weiss.
Quién es
Marta Olivera es maestra jubilada de 72 años, nació en Viale el 17 de julio de 1946. Estuvo casada con el médico Jorge Marche, ya fallecido. Tuvo tres hijos: Jorge Ariel, que es médico neurólogo y le dio dos nietos varones de 14 y 10 años; Juan Pablo, empleado de LAR, con dos hijas mujeres de 13 y 7 años; y Lautaro, casado y sin hijos, quien es cheff.
Sus padres fueron Juan Carlos Olivera, quien murió a los 33 años cuando ella tenía un año y 7 meses; y su madre, Anita Coassolo, fallecida en 1996. Tuvo una hermana que era 10 años mayor, se llamaba Mirna, y murió a los 10 años.
Estudio el bachillerato pedagógico en el Colegio “Sagrado Corazón” y se recibió de maestra en 1963, a los 17 años.
Problemas y conflictos
– ¿Fue notando a lo largo de los años más conflictos en las escuelas?
— Lo noto más ahora, viendo las noticias. A un chiquito, que ahora es un hombre grande y con familia, lo sentaba en mis rodillas para que haga la tarea en la escuela. Estaba en segundo o tercer grado. Si yo lo hubiese sentado ahora sobre mis rodillas, es probable que los padres me denuncian por acosarlo. Hoy noto que muchos chicos no estudian y se quejan cuando los profesores son muy exigentes. No era así en nuestra época. Cuando yo estudiaba en el Colegio, no dejaban a ninguna chica llegar con una pollera corta. La Hermana Javier, que era terrible, nos controlaba la vestimenta. Ahora, se llevan hasta el mate. Es tan diferente. Ahora veo muchos padres que le echan toda la culpa al maestro y apoyan en todo a sus hijos. Eso no existía antes. Veo también con mis nietas, que ahora multiplican o dividen y no sé cómo hacen; tengo que aprender de vuelta. Ese termo que preparé un café (señala un termo en la mesa) me lo regaló una mamá porque su hijo, que era terrible, yo lo tenía cortito en el escritorio escribiendo. Y ella agradecida con la escuela porque lo teníamos más disciplinado.