Deseosas de ganarse la vida, treinta mujeres forman parte del cuerpo de barrenderas de la ciudad
Crespo- Deseosas de ganarse la vida, en la mayoría de los casos siendo sostén de familia, treinta mujeres forman parte del cuerpo de barrenderas que con esfuerzo y sacrificio mantienen las calles de la ciudad y áreas públicas libres de desechos.
Cada mañana salen temprano con palas, carritos y escobas en mano, con un chaleco naranja o verde con tiras refractarias, rumbo a cumplir con la limpieza manual de las calzadas de las calles asfaltadas de la periferia de la ciudad. Mientras tanto, en el centro continúa el barrido mecánico, aunque de tanto en tanto sus mágicas escobas aparecen de refuerzo para dejar todo impecable. Sienten el orgullo de ser quienes mantienen la limpieza en la vía pública, tanto estética como funcional. En equipos de dos o cuatro por cuadra van avanzando en la tarea y saben que en cuatro horas la zona asignada tiene que estar limpia, libre de todo lo que la gente deja o tira en la calle.
El programa nació con el propósito de dar participación laboral a las mujeres, muchas de ellas desocupadas, que antes se desempeñaban en servicio doméstico y hoy no acceden tan fácilmente a estas tareas. Además permite favorecer a aquellas que por su carga de familia no pueden estar más de cuatro o cinco horas fuera del hogar. Y el resultado, a la vista de todos, es excelente.
Mientras empujan el carro y van juntando y depositando en bolsas lo que otros ensucian, hablan de sus sueños y miedos, se hacen compañeras y se fortalecen en los momentos difíciles; disfrutando los mejores.
La semana pasada cuando daban por terminada su jornada, después de toda una mañana en la calle. Las encontramos frente al reloj ubicado en el pasillo del edificio municipal, listas para marcar que su día había concluido. Llegaban de una, de a dos, unas tras otras a lavarse las manos y cambiarse para volver a sus casas donde les esperaba preparar el almuerzo y en algunos casos los niños para ir la escuela, o retirarlos de clases. Ahí encontramos a Samanta (22), mamá de un nene de 3 y una nena de 5 años; María (51) madre de tres hijos ya adultos de 29 y 20 años, y otro de 17 con discapacidad, a su cargo y Graciela, mamá de mellizos de 15 años y otra nena de 5. Coincidentemente las tres son jefas de hogar y desde hace más de un año se desempeñan como barrenderas. Graciela ya hace dos.
En verano trabajaban a la noche por el intenso calor del día. “Se complica mucho cuando tenés que estar con el sol ahí a tus espaldas, barriendo, paleando, juntando y todo lo que te toca hacer, descansando solamente 15 minutos bajo un árbol, más cuando hay señoras grandes, a veces con problemas de salud”. En invierno es diferente.
Distribuidas por zonas, en grupos de tres o cuatro, cada día les toca una calle distinta, a la que regresan a la semana. Unas en Barrio Guadalupe, otras en el Azul, San Cayetano, San Lorenzo, San José y así por toda la periferia, “porque quieren que no solo se vea lindo el centro sino también los alrededores”- dice Samanta.
Hoy las hojas que caen de los árboles son su principal complicación. “El viento, muchas veces cuando estamos barriendo vuela todo”- lamenta María porque sabe que es como si no hubiera hecho el trabajo y debe volver a repasar la cuadra. “Cuando trabajábamos de noche había gente a las que les molestaba el horario, pero es un trabajo que tenemos que cumplir”- cuenta.
En la rutina encuentran gestos amables, gente que se acerca para ofrecerles un café caliente cuando hace frío, biscochos o galletitas y en los días de calor un vaso de agua fresca que mitiga cualquier molestia cuando ya están tapadas en tierra de la polvareda del barrido. Son las cosas gratificantes de su trabajo, las que les hace sentir útiles a la comunidad y en un trabajo valorado. Pero por ahí hay actitudes que sorprenden. Los testimonios tienen similitudes y marcan que todas en algún momento vivencian lo mismo. “Por ahí está barriendo, terminando la cuadra y hay gente que te tira todas las hojas abajo, al cordón. Tenés que volver y eso atrasa el trabajo”- dicen lamentándose por el menosprecio de algunos vecinos. “Hay otra gente que te hacen el montoncito de hojas, y las que mejor las embolsan, pero de las dos formas colaboran y ahorran trabajo”.
También están expuestas a riesgos. “Suele suceder que estamos barriendo los cordones, justo viene uno a estacionar y te pisan todo, no se fijan o no quieren y uno corre riesgo de que lo choquen”- cuentan sobre las cosas ingratas que les suceden en la calle.
En ocasiones están expuestas a las quejas de la gente. “Te ven pasar, hiciste el trabajo, te miran desde la esquina y llaman a la Municipalidad para quejarse que no le barrieron el frente”- son las cosas que no pueden entender de algunos comportamientos que observan. “Lo ideal –opinan- sería que como vecinos nos ayudemos unos a otros y tiremos para el mismo lado”.
“Me pasó el caso de una señora que quería venir a quejarse con el intendente porque quería que le barramos toda la vereda – cuenta una de las entrevistadas- y yo le dije, que no lo tome a mal pero que nosotras estábamos para limpiar en el cordón solamente”.
Sobre el rigor en el trabajo a un grupo le llevó una semana y media limpiar calle España después de la lluvia, por las hojas, piedras y barro pegado. Sus manos se ven callosas, al principio estaban llenas de ampollas; sus espaldas se sentían doloridas; pero sus rostros felices de contar con una obra social que ampara a los suyos en tiempos donde la salud flaquea y aportes jubilatorios para el futuro.
El vínculo entre ellas es muy fuerte y hay quienes se atreven a decir que con algunas se sienten como hermanas. “Hay una señora de 55 años que para mí es como mi mamá –testimonia Samanta- paleamos juntas y parece una chica de 20 años como trabaja y con las ganas que viene todos los días a trabajar”.
“Yo vengo caminando todos los días de las 51 viviendas, atrás del Barrio San Cayetano, hay una compañera que por ahí me arrima, pero todos ponemos un poquito de nuestro esfuerzo todos los días para cumplir con nuestra responsabilidad. Llegar a fin de mes, pagar las cuentas, eso fortalece y nos hace sentir muy agradecidas con lo poco o lo mucho, por tener esta oportunidad”- afirma María.
“Hay gente que nos dice que tienen que haber hombres haciendo este trabajo”- relata Graciela. “Nosotras no tenemos maridos y si le dan nuestro trabajo a un hombre, qué hacemos, no hay trabajo doméstico, no te valoran y acá estamos bien valoradas”.
“Nos llevan las bolsas, cualquier cosa que pasa están ahí para socorrernos, nos quieren hacer indumentaria y si alguien se lastima o descompone están pendientes y nos llevan al médico”- agrega Samanta sobre el trato que reciben.
Los crespenses nos hemos acostumbrado ver en el paisaje urbano a estas trabajadoras, escobas, palas, carrito y bolsas en mano, barriendo los cordones de las calles. Su actividad cotidiana parece sencilla, pero tiene sus exigencias, contratiempos, como la tarea de cualquier trabajador que procura la eficiencia.
Este 14 es su día, el Día Nacional del Barrendero, instituido por ley nacional para homenajear a los barrenderos que cada día realizan una tarea abnegada que no es siempre bien valorada, recordando a Mauricio Silva, sacerdote barrendero de Villa Devoto, detenido y desaparecido en 1977 durante la última dictadura. Es quizás la oportunidad de tener un gesto, si todavía no lo hicimos, y demostrarles que somos capaces de ayudarlas en su labor diaria, no tirando basura a la calle, porque ‘no tirar también es limpiar’.