El síndrome de la página en blanco
Jorge Luis Borges lo llamó ‘el síndrome de la página en blanco’, expresado en ese instante en donde el periodista, escritor y/o cualquier creativo se enfrente al desafío de trasladar un pensamiento al papel —o monitor, más acá en nuestra realidad mediada por las nuevas tecnologías.
¿No me digan que no les pasó? tal vez el día que en la escuela o la universidad alguien les pidió un trabajo práctico, añadiendo a ese requisito “algo que ustedes piensan al respecto”. Parece simple, propio, pero somos una contradicción andante, ahora autorizada a compartir algo de nosotros que sea coherente, simple, sencillo. Y seguro nos vamos a complicar.
Esto bien podríamos extenderlo a cualquier rama del emprendedurismo, donde un puñado de soñadores con capacidad de idear, gestionar y llevar adelante un proyecto. Que insisten porque saben que ‘es por ahí’, aunque hasta definir qué, se cargan de ansiedades haciendo crecer esa mezcla de frustración y lugar común. Pero como todo en la vida, demanda un proceso, y allí seguramente este el primero de los indicadores a considerar. No es qué, sino cómo.
Y qué decía el autor de Aleph, ese mismo que tenía la capacidad, ya extinta en su tiempo, de hablar como escribía: “empiece, y por el principio”. Algo tan sencillo como genial.
¿A dónde vas con esto? Seguro te lo preguntaste más de una vez, sobre todo en un país donde la satisfacción laboral está asegurada, si aceptas el pago en pocas monedas. Sin embargo, no queremos poner negro sobre blanco en la frustración, ni tampoco alentar idiotas motivados, algo tan peligroso como infructuoso. De lo que sí podríamos hacer un apartado es sobre el copiador serial; ese que ante la falta de ideas buenas se vale de las existentes, total…nadie se va a dar cuenta, un ‘Salieri de Charly’ diría León Gieco, haciendo referencia a ese músico (Antonio Salieri) que pasó a la historia como plagiador de Wolfgang Amadeus Mozart.
Hay que decir que Gieco lo hizo en tono bromista, también para mostrar su respeto hacia el rosarino y su talento creador.
Machetero de ley en sus inicios, safador de más grandecito, este individuo propio de la postmodernidad, se conforma con lograr el objetivo de mínima, vive de acuerdo a unos preceptos que él considera son correctos aunque sepa fehacientemente que está dentro de un mundo en donde ser original no garpa, hay que hacer lo que pide el algoritmo, no importa que sea mientras reforma algo que, tal vez, ni siquiera sea cierto.
Copia y no piensa, copia y no cuestiona lo que copia; copia porque es más fácil que intentar hacer algo nuevo. Lo peor no es eso, sino que alguien, del otro lado, lo acepta.
Frases como ‘todo ya está inventado’ le han hecho mucho mal a la creatividad, además, decir eso hoy en medio de una revolución de las IA (inteligencias artificiales) es casi una necedad, porque en medio de ese universo de posibilidades, todavía nos preguntamos qué va a ser de nosotros cuando las máquinas hagan lo que no ocupa, dónde aplicaremos tiempo y esfuerzo; el para qué del periodismo debe repensar aquello de la cura de contenidos para no quedarse en la mera referencia adornada.
Luis Majul, alguien que no es santo de devoción de muchos de nosotros, la vez que visitó Victoria —hace ya tiempo— respondió sobre qué sugerencia tenía para el periodismo local: “ocúpense de los temas de su ciudad, profundicen en lo local, amplíen esa verdad porque al resto del país no le importa lo que pasa más allá de Buenos Aires”.
Para alguien que escribe mejor de lo que habla, como es su caso, planteó algo que está bueno hacerlo, pero tampoco hay que quedarse en lo que le pasa a Doña Rosa o Don José, en esos extremos entre lo improcedente y lo curiosamente comunicable, copiar se vuelve una tarea difícil, se nota, hace ruido.
La página está llena, y la ansiedad algo más controlada, dicen que hay una conexión neuromotriz entre el cerebro y la mano que es liberadora, sincera hasta lo que intentamos evitar; García Márquez lo decía en términos de: el escritor cuando se lanza a la tarea de crear se descubre. Y Gabo fue uno de los pocos que supo mezclar el periodismo y la escritura haciéndola casi un método, al punto que en las facultades de Comunicación de nuestro país y varios de Latinoamérica se sigue invitando a escribir como él. Cuando se habla del texto como imagen como una premisa del presente, no hay menos creación allí, solamente hay menos margen, la página en blanco es un todo los días, un fantasma recurrente que vuelve por más, y quizás allí esté el secreto, en el peligro que algún día nadie quiera llenarla por miedo al fracaso.