El odio no nace, se hace
** La literatura fantástica no ha sido ni es otra cosa que el fruto de hombres y mujeres capaces de anticipar lo que vendrá. No siempre ha sido apenas la imaginación de mentes febriles. En los siglos lejanos que precedieron a nuestro tiempo, también fueron dictados por la Revelación, que escribimos con mayúsculas por considerarla proveniente de una fuerza superior dominante, una especie de voz del universo sin tiempo ni distancias, que frente a Moisés no expresó nombre propio, presentándose simplemente como yod he vav he: “soy el que soy”. De allí surgió Yavéh, aunque la ‘civilización’ adoptara luego expresiones derivadas del mitológico Zeus (griego), que en latín se convirtió en Deus.
** Pero volvamos los pies a tierra para hablar precisamente de eso, de cuando el hombre, el ser humano, puso el pie por primera vez sobre este planeta, vergel que se sospecha es el único de todo el universo. Cuando eso ocurrió, todos los animales alados volaron hacia el cielo poniendo distancia y los peces se sumergieron en el mar, dispersándose con miedo al saber que había llegado el destructor del mundo. Hoy nos apegamos cada vez más a la idea de que Yavéh es alguien que plantó vida inteligente en muchos planetas aptos de todo el universo, también aquí, cuando fue un paraíso, respetando nuestra libre elección.
** Desde que nos convertimos en una civilización dominada por la maldad, odios, codicia y autodestrucción, ya no nos visita muy seguido, y cuando lo hace prefiere mantenerse lejos de los argentinos, maestros en relatos capaces de sustituir Sus verdades. Decimos esto en términos de literatura fantástica, ya que Su Palabra asegura y reafirma con valor de eternidad su voluntad de amarnos a pesar de todo.
El regreso de don Leoncio
** ¿Y cómo llamaremos a nuestros diálogos con Don Leoncio? Cuadrarían mejor en el género costumbrista o testimonial. Apenas ayer el hombre reapareció repechando la calle angosta desde el poniente, y toda su hidalguía criolla se fue desdibujando bajo nuestro asombro. Ya no es el que con ensayada dignidad solía trajinar los barrios con sus dos canastas ofreciendo salames y quesos de su docta elaboración, a los que con humor llamábamos “regionales de dudosa probidad bromatológica”. Sus decididos pasos conservan su vigor, pero algunos pliegues de su rostro dibujan una mueca de quien le pide disculpas a la pasada imagen altiva aunque humilde, mientras lleva en ristre un mástil donde trae clavados unos etéreos copos de nieve para los chicos.
** — M. Gusto en saludarlo don Leoncio. Veo que ha cambiado de rubro, ¿alguna causa en particular?
_ L. ¿Cómo se dio cuenta? Bueno, ya se sabe como somos los argentos, en la televisión hablan todos los días de la chica que vendía copos de nieve y se han puesto de moda. Salen como tiro.
— M. Modere el vocabulario don Leoncio, que hay mucha sensibilidad en el ambiente.
** _ L. De arranque nomás no lo estoy entendiendo.
— M. Digo, por sus expresiones inoportunas para este momento. Ese asunto de salir como tiro y para colmo la chica de los copitos de nieve es la pareja del zaino al cual gracias a Dios no le salió.
— L. Son casualidades, yo soy de otro partido y no me meto ni me interesan estas cuestiones de las que los gauchos de a pié nunca vamos a saber la verdad.
_ M. ¿De qué partido si se puede saber?
— L. El del aguante. Aguante que la plata de la jubilación dura lo que uno de estos copitos; aguante con la pilcha de siempre; aguante que ya nadie compra salames y un copito de éstos cuesta lo que un año atrás una horma de parmesano… ¿quiere que siga?
Ocupados con las broncas
— M. Más allá de las circunstancias, ¿usted y doña Violeta se encuentran bien?
_ L. La patrona bien, para eso la cuido y le recuerdo a cada tanto que aquí estamos mejor que en Alemania, porque ella no soporta la nieve. Y yo ¿qué quiere que le diga?, estoy como el que cayó de lo más alto del quebracho y se salvó porque se enhorquetó con las patas abiertas sobre una rama gruesa.
— M. ¡¡Uuuuh!!, eso me dolió.
_ L. Así es la vida del pobre, mi amigo, no muere pero le duele y se le hincha a golpes allí donde usted ya sabe. ¿Y qué me dice de usted; cómo andan sus cosas?
_ L. — M. Bueno, me voy adaptando, controlo gastos, soy más austero, trabajo más horas… Quizás usted debería hacer lo mismo.
_ L. Mire, vea, acostados de espaldas todos tenemos la barriga plana, pero su posición y la mía no son las mismas.
— M. Entiendo la metáfora, pero entienda en cambio que estamos todos encerrados en el mismo armario, duele de un lado o del otro, pero a todos nos aprieta la empaquetada.
** _ L. Me han dicho que nuestros próceres se están ocupando en las cámaras de diputados y senadores, sabiendo de nuestra bronca.
— M. Es parecido pero no igual. En realidad se están ocupando de la bronca que hay entre ellos. Ahora el oficialismo planteó la siempre tan conveniente guerra de odios y convocaron a una sesión en diputados para hablar de eso. Mientras, el gobernador de Buenos Aires implementó en tiempo record una cátedra sobre el odio (que nunca será propio y siempre ajeno) para escuelas primarias y secundarias. Nunca una sesión para debatir sobre la paz y la tolerancia.
_ L. Son todos iguales.
–M. No todos, rescato a algunos que después de amar odiaron y después volvieron a amar a los odiados. Massa y Fernández demostraron que se puede.
El mito de Sísifo y nosotros
— M. Creo que la idea es hacer mucho barullo para que se hable de la chica de los copos de nieve y del chico malo al que acompañó, y pasen tras esa cortina los recortes de presupuestos en salud y educación, los tarifazos, la inflación, el juicio a la vicepresidente… Además, ¿cuál sería en nuestra patria el partido del amor y la tolerancia?
_L. Así como lo veo actualmente, en esa jineteada al premio habría que dárselo a los potros que odian un poco menos. Una vez obtenido el premio, éstos mandarían a colgar a todos los que perdieron y, a falta de quién culpar de sus males, no perdería el tiempo en encontrar odiosos nuevos.
_ L. Y si, es el mito de Sísifo, subir la piedra a la cumbre, soltarla hacia el valle, volver a empujarla hacia la cima, durante toda la eternidad.
— M. ¿Quién es ese gaucho?; ¿lo conozco?
_ L. No, usted no lo conoce, pero oiga, esos copos ya están algo marchitos y acumularon el polvo de la calle, no es que lo esté mandando pero se me acabó el espacio.