El día que Dios lloró en pañales
(Luis Jacobi – Paralelo 32)
Hemos celebrado en el día de ayer el acontecimiento que enunciamos en el título. Aquel milagro no es tan difícil de comprender, aún para los que no han leído las Sagradas Escrituras con predisposición a entender aquel largo proceso de relación entre Dios y el hombre. Desde Moisés, el único hombre con quien Dios habló y lo hizo durante largos años, todos los profetas de Dios intentaron re direccionar al hombre en sus caminos erráticos, pero a pesar de ser probados como tales, fueron rechazados. Isaías avisó que sería enviado un Salvador y anticipó sus características, pero el paso del tiempo otra vez disolvió en el mundanal ruido una primicia de tan alto impacto en la humanidad y el corazón de los hombres.
Cuenta la Escritura que aquel nacimiento en un aparentemente indigno establo de Belén y la aparición de un ángel del Señor a los pastores de ovejas de la región sumidos en la oscuridad de la noche, para anunciarles la buena nueva, estuvo rodeado de un gran resplandor: “Y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor… Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor”.
El hombre contemporáneo suele mostrar su propensión a tomarse en serio cuando alguien atestigua haber visto una nave desconocida -a la que llamaremos Ovni- que resplandecía e iluminó un amplio radio a su alrededor, en cambio prefiere asignarles la condición de fábula o mito a los pasajes bíblicos que relatan esta parte del Nacimiento del Cristo, el día que el cielo y la tierra reiniciaron el diálogo. Escepticismo que resulta comprensible por cuanto nos hallamos frente a un misterio tan grande como un océano, que nos trasciende. Un océano en el que apenas llegamos a mojarnos los pies con la espuma de la playa. Es un misterio inabarcable y el ser humano tiende a rechazar todo lo que no puede controlar, todo aquello que desborda el pensamiento humano.
Sin embargo es tan simple Su mensaje de salvación. Tan simple. Este Dios único permitió que su propio Hijo se hiciera carne y viviera pasajeramente atrapado en el tiempo como uno más de nosotros, para internarse en la razón y el espíritu del hombre y sus propias realidades; vino a vivir nuestras vidas, nuestras propias circunstancias formadoras de nuestro carácter y pensamiento. Vino para hablarle una vez más a la humanidad, mansa y humildemente: «Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar”. Aquella Navidad señala un tiempo y un espacio registrables, separando el tiempo en antes y después. Si, el Hijo de Dios, el que en María unió la naturaleza divina con la humana, aquella vez usó pañales y lloró, se amamantó, creció, trabajó, se educó, vivió como hombre e hizo prodigios como Hijo de Dios. Su misión fue la de reemplazar la Ley de Moisés por la Gracia, en beneficio de quienes fueran llamados a entenderlo.