Cuando Mandinga sale de rotetion
** Quién no tuvo unos primos en el campo, unos amigos, o sus abuelos, para pasar unos días de verano cuando a los del llano no nos era tan sencillo llegar al mar o la montaña. Bastaba entonces nuestra imaginación para ensanchar hasta la dimensión de un río aquel arroyito menguado por la falta de lluvias; o para convertir una parva de paja de lino en una amistosa montaña fácil de escalar.
** Las abuelas tampoco escatimaban imaginación, o por lo menos se las arreglaban con unas pocas frases hechas para administrar el miedo con que nos limitaban los planes a la hora en que solo teros y chicharras se mantenían despiertos, y dentro de la casa la modorra siestera bajaba las persianas de los ojos vigilantes. Pero antes de que esto ocurriera, la abuela nos advertía que aquel viento norte encendido como una llama, trae al diablo. “Con estos calores el diablo anda suelto, quédense en la galería de la casa”.
** Por supuesto que nunca lo hemos visto a Mandinga, cuya apariencia no deberíamos imaginar horrible y desagradable, como la pintan, porque más bien se presenta bajo la forma de cosas que deseamos, por lo general las que deseamos sin poder declararlo públicamente.
** Anda suelto y convidador como paisano que cobró el jornal. Convida con paco, alcohol y otras guarradas. Derrotado y buscando juntar adeptos, anda por acá para tentarnos con medialunas en nuestros días de ayuno, pero no perdería su tiempo trabajando de Solapa para asustar gurisitos a la siesta. Lo sabían las abuelas cristianas instruidas en las Sagradas Escrituras que, cuando hablan de este viejo mentiroso, nos advierten que nuestra lucha no es contra carne y sangre; “no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba».
El sujeto tiene sus tácticas
** Seguramente las abuelas también nos han dicho cosas más interesantes y aleccionadoras que intimidarnos con el Cuco, el Viejo de la Bolsa (si me habrá hecho tomar la sopa el desgraciado; dijo alguien por ahí) o con que el diablo andaba suelto, pero quedó en el tiempo como una metáfora que nos confronta con la realidad. Hablo de abuelas gringas principalmente, mujeres de pensamientos y supersticiones unificadas hasta que tardíamente descubrieron su otredad. Hasta entonces asumían los mitos de la manada.
** Pero volvamos al pie. Lo hemos visto, no es nuevo que medio mundo ande crispado. Se percibe irritación, furia, violencia, y si bien esta situación psicosocial no es de hoy, la posibilidad que tenemos todos en el siglo XXI de cuestionar, criticar, insultar, descalificar, humillar, desde el rincón más cómodo de nuestras casas, es infinita. Ya sabe de qué le hablo, del aparatito que nos prolonga hasta lugares insospechados, siempre que bajemos a su pantalla algunas aplicaciones para navegar e intervenir en las redes sociales, o leer noticias.
** Esta forma de actuar siempre existió, pero no eran potenciadas por internet. Supo decirse que las personas actúan así impulsadas por la pasión, pero en realidad la pasión, por el fútbol por ejemplo, solo ofrecía una cancha, una tribuna, para descargar las descalificaciones y el desprecio de aquellos sujetos que ocultaban su verdadera realidad, creando a gritos una nueva. Sus odios y broncas acumuladas se descargaban en el equipo opositor, en su técnico, en el árbitro, o en los jugadores de su camiseta amada cuando no lograban quitarle la frustración metiendo pelotas a la red.
Metiendo su cola en Internet
** En este siglo, los y las que se desahogaban en las canchas la tienen mucho más fácil y sin pagar entrada. Basta navegar un poco para verles. Debajo de cualquier noticia se puede hallar todo tipo de insultos y descalificaciones, y muy pocas opiniones razonadas. Pasamos a Twitter y nos parece un mundo más racional, pero solo parece. Ahí se insultan unos a otros con expresiones de desprecio pero empleando un lenguaje más elegido, no con insultos de calle, más inteligente, que sabe ser más hiriente.
** Nos han hecho creer que debemos odiar al que opina diferente. Autoridades que hablan de ‘los que nos odian’. Ya no se admiten discrepancias o diferencias de opinión. Todo ha sido reducido al tramposo plan de se odia o se ama. Hasta tenemos a un periodista de televisión que cada vez que se refiere a los que opinan distinto al gobierno del cual es defensor público, los identifica como “los que odian”. Son prédicas diarias que reducen al concepto de odio las diferencias entre personas, grupos partidarios, etcétera. Pero el odio no existe sin el amor como contraparte. ¿Entonces, quién representa el amor en este juego? Los que deciden arbitrariamente quiénes encarnan el odio, se asumen a sí mismos como representantes del amor.
** Convengamos que es normal que nos irritemos. Cuando algo ‘nos saca de las casillas’ nos brotamos; pero vivir fuera de las casillas de la razonabilidad en forma permanente es mas bien patológico. No es saludable vivir cada día como viendo un fútbol donde imaginamos que el árbitro recibe sobres para definir el descenso de nuestro equipo. Pero hay gente que se da esos gustos a costa de su propia salud.
Contagiando la manada
** Lo preocupante, acá y en el resto del globo, es que en el intenso mundo de las redes sociales el estado de crispación es alarmante. En ese universo da la impresión de que los tolerantes son una rara minoría y el resto se empeña en no respetar opiniones o noticias, solo porque no son las que le gustaría leer o escuchar.
** He leído por ahí, y no sé si podré repetirlo tal cual, que lo malo de la crispación es que se contagia. Las redes sociales son como una gran manada que se va contagiando de un estado de ánimo colectivo, porque un mismo sentimiento crea una identidad emocional con la que identificarse. Y ya se sabe que cuando un grupo vibra en una misma energía, la amplifica y la extiende. Eso puede ser muy peligroso. ** La contraparte es que por suerte la buena onda también es contagiosa y puede hacer vibrar la alegría. No se trata de negar la realidad. No. Claro que no. De la realidad hay que hablar siempre. Lo importante es que sepamos respetar la realidad de los otros, que miran con otros ojos y están dentro de otros zapatos.