Cuando el mal es bueno para los proyectos absolutistas
Por Luis Jacobi (Director Periodístico Paralelo 32).- La pandemia, cuarentena o Covid19, puede ser abordada en muchos niveles. Su estadio menor nos entretiene en debatir en qué nos modificará como personas o como sociedad, o enredarnos en las pellejerías diarias mientras nos adaptamos a la nueva vida. En otro nivel se puede analizar hacia dónde avanzan los gobiernos de cada país, empezando por el nuestro en este escenario más que ideal para un vamos por todo. Y en otro plano conduce a mirar sobre el mundo y su mañana cercano; sobre la oportunidad de oro que tienen con ella los gobiernos con vocación autocrática. Entendiéndose la autocracia como régimen político en el que una sola persona o grupo gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad.
“El Covid-19 no sustenta a la democracia. Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se beneficia enormemente de ello, declara el estado de emergencia y lo convierte en una situación normal. Ese es el final de la democracia”, dice en una de sus 9 definiciones el filósofo surcoreano Byung Chul Han, de renombre internacional, que ha dado mucho de qué hablar con sus recientes análisis publicados.
Más allá de algunos buenos hábitos ya aprendidos, en la calle se está relajando la cuarentena y en los diálogos personales se puede descubrir mucha bronca por los traspiés del día a día, solo acallada por el miedo a morir, que empequeñece cualquier abuso del que somos víctimas por parte de la banca y la burocracia estatal y mentirosa, que promete ayudas y colaboraciones masivas que luego llegarán a pocos, porque siempre les faltará un requisito de letra chica. Es que la angustia de perder lo construido en toda una vida de trabajo tiene varias etapas. Una de ellas es la rabia y seguramente le sobrevendrá la resignación. Que lo digan los psicólogos.
El conteo diario y no totalmente confiable de enfermos de coronavirus y muertos, convoca a la rendición de la sociedad y les hace el caldo gordo a los que diseñan el mundo ideal a sus intereses y actúan para que todo conduzca hacia ese plan. No se trata de teorías conspirativas; los hombres más ricos del mundo no ocultan esta idea sino que la pregonan y venden como un beneficio para la humanidad.
Un gobierno global, como el que desea Bill Gates, Georges Soros, los Roquefeller, los Rotschild, entre otros poderosos, y que fue profetizado por el apóstol San Juan hace casi dos mil años en su Apocalipsis, no se sustenta en democracias que hoy aceptan una imposición y mañana la rechazan, o las discuten durante meses o años (como la del aborto, que viene ordenada desde el núcleo de poder mundial). Necesitan totalitarismos con suficiente endeudamiento como para verse débiles frente al poder mundial y puedan imponer lo que se les manda, sin mayores consultas.
“Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia digital. El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud”. (Byung Chul Han).
En la Argentina ya estamos ahí. La incógnita pasa por saber si habrá retorno o pie en el acelerador para perfeccionar un gobierno con plenos poderes y perpetuidad en el poder.