Fue una de las postales más dramáticas del 2001, y al mismo tiempo una de las más esperanzadoras. Desocupados, amas de casa, jubilados y todos aquellos que habían quedado sin empleo, y con sus ahorros encerrados en el «corralito» comenzaron a organizarse y reunirse para intercambiar productos y servicios, y generar nuevos lazos al tiempo en que cubrían sus necesidades básicas.
Dieciséis años después, los Clubes del Trueque cobran nuevo impulso a partir de la pérdida de la capacidad de consumo de la población. «Ahora hay más concurrencia, pero estamos lejos del nivel al que llegamos en 2001», confirmó a El Cronista Rubén Ravera, coordinador y uno de los fundadores de la Red de Clubes del Trueque en Argentina.
La entidad comenzó a funcionar en 1995 en Bernal, al Sur del Gran Buenos Aires, con reuniones semanales de vecinos que intercambiaban cosas. La debacle económica de fines de los 90, generó un desarrollo explosivo de la red, que llegó a tener 6.000 nodos y a involucrar a unas 6 millones de personas en todo el país. «No era algo que esperábamos y aquella situación nos desbordó, porque tuvimos que salir a dar una respuesta que no daban ni el Estado ni las instituciones», recordó Ravera.
Esa experiencia llevó a la entidad a replantearse «algunos errores que se cometieron», y lejos de desaparecer, cuando mejoró la situación económica y social , los clubes del Trueque volvieron a su cauce y a su filosofía primordial: «no somos una entidad de asistencia, sino que buscamos generar lazos y una conciencia sobre la forma en que consumimos», destacó el coordinador.
«El objetivo de las reuniones es que cada persona pueda satisfacer las necesidades propias y de otros con aquello que sabe hacer. No se trata de traer cosas viejas de casa, sino de vernos a nosotros mismos como prosumidores. Se trata de un término acuñado por el futurólogo Alvin Toffler, en su libro La Tercera Ola» (1979) y que define a las personas que son, a un mismo tiempo, productores y consumidores de bienes y servicios.
Según los organizadores de esta red, «una persona puede satisfacer más de la mitad de sus necesidades cotidianas en gastronomía, indumentaria y algunos servicios intercambiando con otros en reuniones semanales». Se trata además, de una forma de consumo «sustentable», en la que se intercambian y reutilizan productos en forma solidaria y evitando el derroche de recursos.
Actualmente, funcionan en el país más de 600 «nodos» o espacios de reunión en clubes, sociedades de fomento y hasta en casas particulares. Los encuentros presenciales son semanales y además los miembros mantienen un contacto permanente a través de grupos de Facebook o Whatsapp. «Incorporamos tecnología, pero ésta no reemplaza a los encuentros cara a cara», apuntó Ravera.
A diferencia del 2001, cuando las reuniones eran multitudinarias, hoy incluyen no más de 20 o 30 personas. Para participar, es necesario «asociarse» al Club, recibir una capacitación y comprometerse a seguir algunas normas para el uso de los «vales de intercambio», ya que no se usa dinero ni trueque directo.
Los productos y servicios que más se intercambian son los de siempre: gastronomía, indumentaria, servicios de peluquería, reparaciones del hogar, clases particulares, tareas de diseño… «Necesitamos un cambio cultural, porque vamos hacia un mundo que está agotando sus recursos y en el que la mayoría de los empleos que hoy tenemos desaparecerán. La gente no es consciente de aquellas capacidades que tiene, hasta que en una situación crítica las descubre», reflexionó el coordinador.
Fuente: El Cronista