Historia argentina
Asistimos por estos días a un “radicalicidio” imperdonable
Creo que se comete un error de percepción cada vez más generalizado por parte del periodismo: relativizar la real distancia entre la UCR con el PRO/LLA, esa nueva coalición de hecho que ha conformado la derecha con su expresión más ultra.
Seguramente hay muchos dirigentes radicales, por caso el “llorón“ De Loredo o el Hombre de los mil disfraces: Petri, que, o están formando parte del gobierno paleolibertario o promueven de modo anodino converger en una gran coalición con el partido vecinal de CABA (PRO) y el rejunte que capitanean los hermanos Milei. Pero la enorme mayoría de los afiliados a la UCR y muchos de sus dirigentes, cada vez están más lejos del partido que conduce el fracasado ex presidente Macri y del proyecto minarquista del licenciado (no doctor) Javier Milei. Por ahí, como lo que tiene mayor visibilidad son las agachadas con sabor a indignidad de varios dirigentes radicales, se suele caer en el error de que el centenario partido está más cerca hoy del presidente libertario que de los postulados de don Arturo Illia y Raúl Alfonsín.
Me explico un poco más. Lo que digo, es que se cree que lo que predomina en nuestro partido es esa cosa amorfa y procaz que llevan adelante los Cornejo, Benedetti, De Loredo, Petri, sólo por nombrar algunos, cuando en rigor esa es una ínfima parte de la UCR, que es, seguramente, la que más visibilidad tiene al tratarse -la mayoría de esa ínfima minoría- de la “dirigencia” partidaria.
En realidad, culpa de esos gerentes de la política, que han entregado convicciones y banderas radicales en el altar de las conveniencias (suyas principalmente), es que se tiene esta percepción de la UCR. En todo caso, esa es la conducta, el accionar, de un grupúsculo de “dirigentes” del partido, que no representan a la gran mayoría de afiliados y simpatizantes, ni, mucho menos, los legados identitarios y constitutivos de la UCR. Son, apenas, “Judas malogradores de las más justas y sanas aspiraciones”, como dijera don Hipólito Yrigoyen.
La verdad sea dicha sin ambages, el martes 23 de abril se respiró un saludable clima ochentoso, donde convergieron todas las fuerzas del campo popular, en un encuentro cordial y de sana convivencia, donde el eje central fue, como correspondía, la defensa irrestricta de la Universidad Pública y Gratuita, como vector insustituible del ascenso social, la ciencia, la investigación y, en definitiva, el desarrollo del país. Se respiró, de verdad y sin sobreactuaciones, un aire de unidad nacional por sobre las lógicas diferencias que a diario nos separan y nos generan distancias entre unos con otros.
Para mí fue un día bisagra en la historia argentina, que permitió cambiar de aire y ratificar una vez más, que el pueblo unido alrededor de los grandes temas, conforma una potencia invencible y marca posibilidades de un horizonte de destino.
La multitudinaria marcha de ese día y los oprobiosos e infamantes comentarios del presidente y algunos de sus adeptos, me trajeron a la memoria aquella frase magistral de Joaquín Castellanos: “Los pobres hijos de una vida mínima, que en toda conmoción ven un desorden, son incapaces de entender el orden superior de una vasta convulsión”.
Abogado. Docente universitario en las cátedras de Economía Política y de Periodismo Económico (UNER). Especialización en Economía y Desarrollo (FLACSO).