Ante la trepada de precios de distintos productos, no son pocos los que se animan a tener su huerta propia
Victoria.- En estos días la dueña de la verdulería del barrio me comentó que el morrón se va a 900 pesos el kilo, y que los zapallitos de tronco y los tomates también están por las nubes. Ni hablar del ajo, a 70 y 80 pesos la cabeza, y así una lista de imponderables que preocupan al comerciante y afectan a sus clientes.
Desde hace tiempo en Victoria hay intenciones de generar un cordón hortícola que vaya abasteciendo a las distintas verdulerías con productos de hoja, y donde algunos se han animado a otras variedades. Esfuerzos que acompañaron tanto el INTA y algunas entidades privadas como la Fundación Sembrando Victorias, a lo que se sumó también la propia Municipalidad, a través del área de Producción.
Pero la demanda está insatisfecha, y según hemos podido confirmar de parte del propio responsable del INTA local, Ing. Raúl Brassesco, la provisión apenas supera el 30 por ciento de la demanda. Las razones son muchas y variadas, desde la propia actividad que no tiene domingos ni feriado, a los intentos que encaran familias en busca de una alternativa de expansión de sus ingresos, hobby, o necesidad laboral genuina. Sin embargo, no sobra la mano de obra para arremangarse y trabajar la tierra, falta ese componente que llamamos recurso humano, y que nuestros abuelos tildaban lisa y llanamente de: ‘gente guapa’.
El mercado concentrador de Fisherton ha significado un claro avance en disponibilidad de variedad y calidad de frutas y verduras para nuestra localidad, pero no faltan quienes adviertan que ahora tienen que hacer pedidos por WhatsApp y asegurar una cantidad para que el viaje valga la pena. Eso sí, los precios trepan de una manera que resultan poco convenientes para la reventa. “Si lo pagás caro ya no lo traigo, es para que se me pudra”, dice nuestra interlocutora mientras reconoce que no entiende por qué se aumenta cuando la gente evidencia la falta de dinero. “Hay que pagar impuestos, tasas y demás obligaciones, y encima reunir un monto en efectivo para poder hacerse de la mercadería; esto cada vez está peor”.
Para Rosario el mercado local no representa más que un puñado de compradores menores. Más allá de algunos comercios que tienen sucursal (los menos) la mayoría son despensas, pequeñas PyMes familiares que buscan salir adelante afectando el garaje a su idea.
No faltan aquellos que empiecen con un kiosco y lo vayan ampliando hasta ser un pequeño minimercado, del tipo ramos generales, donde se busca satisfacer la demanda vecinal, y con la mejor cara decirle a esa jubilada que una cabeza de ajo vale lo que vale. “No hay que llevar”, te dice el mismo Brassesco cuando se le consulta el porqué de este valor desproporcionado, más allá de dónde se produce y los costos de esa huella de carbón contaminante que provoca el transporte.
Ya pasó con la banana, que se intentó colocar a 180 pesos y los verduleros no tuvieron otra alternativa que traerla a ese precio. En vez de un kilo, muchos pasaron a comprar una o dos unidades, y mágicamente la curva empezó a caer. Hoy está unos 70 pesos, aunque no es la misma calidad; sin embargo ‘Don Ajo’ no se baja un centavo. Es más, si nos acercamos al radio céntrico el precio llega a 90 pesos.
Quienes se animaron
Así las cosas, no son pocos los que se animaron a buscar semillas y hacer un lugar en sus casas para cultivar su ensalada al menos. Ariel Albornoz es uno de ellos, “empecé por hobby acá en casa, algo muy chico y básico para armar una huerta de lo que consumo: acelga, lechuga, cebolla de verdeo, albahaca, orégano, tomates, etc. Y es una satisfacción personal decir que hace tiempo no compro nada de esto, sabiendo además que es cosecha propia y con todo natural y orgánico”.
Al paso que crecían su siembra Ariel subió imágenes a sus perfiles en redes, compartiendo este momento con sus amigos y familiares, “Al ver esto me pedían si tenía para vender, primero la familia que es quien siempre acompaña, y después conocidos u otros que se enteraban. Fue así que amplié la cantidad de plantines para venderlos, y en dos días me compraron más de 500 unidades de todo tipo de cosas”.
En una segunda tanda, y ya con la experiencia de esta demanda, “Reforzamos con más tomate, lechuga y agregamos variedades como las aromáticas; cuando estuvieron listas volvimos a postear y vendimos todo”, añadió.
Ariel ve en esta situación un indicador de la economía familiar, “La gente está buscando gastar lo menos posible, y se anima a cultivar su propia huerta. Por eso los plantines que hago son una manera rápida de tener lo que necesita y ahorrar en ese sentido. Otros me han pedido que les arme los cajones para poner en la terraza porque no tienen espacio o patio para sembrar, y les gustaría tener su lechuga, tomate o acelga. Incluso hay quienes lo ponen en macetas”.
Es tal la repercusión de esta idea que Ariel no comenta que además lo han llamado de dos viveros para que les haga una cantidad importante de plantines “porque ellos no tienen y los clientes les están pidiendo insistentemente”.
Otra experiencia
También esta semana nos llegó información de otra apuesta de horticultura agroecológica intensiva en la comunidad de Antelo, donde ha participado en el asesoramiento la Ingeniera Agrónoma Vanina Ezpeleta. Basados en la demanda de productos saludables, se ha impulsado este proyecto productivo que también han comenzado a comercializar.
Esta alternativa que fortalecerá la oferta local, “intenta abastecer en cantidad suficiente una alimentación de calidad para la comunidad de Antelo, Victoria y sus alrededores”, mencionan en el detalle que nos compartieron.
Si bien el proyecto se encuentra en una etapa inicial, en donde se estableció la sistematización del lote, el sistema de riego, y la planificación para las primeras siembras y trasplantes. Insisten en que todos estos aspectos se realizan abordando y atendiendo la biodiversidad, manejo del suelo, y la organización para la colocación, acercando el productor al consumidor. Unos con ingenio y conocimiento familiar, otros desde su profesión pero con interés en saltar esa zona de confort y aportar a la comunidad donde viven, van abriendo el surco de una nueva manera de sobrellevar los vaivenes de la economía, respetando la naturaleza y haciendo que el sabor de lo fresco esté cada vez más cerca de nuestra mesa.