Todos somos James Phipps
** ¿Has oído hablar de un tal James Phipps? Apuesto a que no. El pequeño James tenía ocho años de edad y andaba boleando cachilos allá en su pago natal, por el pueblo de Berkeley, al sur de Inglaterra, cuando alcanzó una fugaz notoriedad. Era hijo de un humilde trabajador que se conchababa en lo que podía y su esposa se ocupaba de parir y criar, para asegurar la prole en un tiempo cuando la mortalidad infantil se llevaba buena parte de los nacidos. Te hablo de cuando ni el cloroformo se conocía para la anestesia, y la viruela hacía estragos, porque nuestro héroe anónimo nació en 1788.
** Murió a los 65 años y es todo lo que de él se sabe a pesar de haber sido el primer eslabón, la bisagra, de un proceso que salvó y sigue salvando millones de vidas en el mundo. He googleado bastante en procura de hallar un dato sobre un monumento a ese chico, pero no lo hallé. Por lo general es así; queda en la historia el creador del primer sándwich pero nunca el chancho que puso el jamón. Ya verás por qué lo digo.
** Unos cuantos años antes Sarah Head y Stephen Jenner (vicario de una iglesia presbiteriana) habían estado en el mismo plan reproductivo que los Phipps en cuanto a la prole. Cuando nació el octavo, Edward Anthony, ya habían fallecido dos hermanitos. No sabemos de qué, pero a finales del siglo XVIII la viruela, una enfermedad contagiosa y mortal caracterizada por la aparición de graves lesiones cutáneas, hacía estragos en Europa y América, y no había forma efectiva de controlarla.
La clave del tambo
** Edward Jenner (1749-1823) creció, estudió, escribió poesías, se interesó en las ciencias. A los 47 años, cuando ya era naturista profesional, visitó una granja de ordeñe, no sabemos si en busca de una jarra de leche o porque le gustaba la ordeñadora. Conversación va y conversación viene, que lléname la jarra, que quita tus manos de la ubre, la joven le habría dicho: “Yo no voy a enfermarme nunca de viruela porque estoy vacunada” (vacunos… vacunada… ¿la agarraste?).
** Se asegura que por entonces era común que muchas personas dedicadas al ordeñe contraían la llamada viruela vacuna, una forma atenuada del temible mal, y tal como lo dijo la señorita de pañuelo ceñido a la cabeza (¿o no?), quienes la contraían sabían que ya no se enfermarían con la viruela brava que se ensañaba con los humanos. Es evidente que les permitía desarrollar anticuerpos (viste que ahora somos todos expertos en chamuyo inmunológico).
** Jenner dedujo que inocular a una persona sana con viruela vacuna, contagiándola de ese modo, la volvería inmune contra la terrible epidemia. Ahora se trataba de realizar un experimento para comprobarlo. El 14 de mayo de 1796 extrajo pus de una lesión que presentaba Sarah Nelmes, ordeñadora que se había contagiado de viruela vacuna, e inoculó al niño… ¡suenen las trompetas!… James Phipps.
Una prueba de campo
** Dice el relato, que en este punto extraeremos de Muy Interesante, que poco después, el investigador llevó el reporte detallado de la evolución de James: “al séptimo día se quejó́ de molestias en la axila. Al noveno sintió́ escalofrío, perdió́ el apetito y sufrió́ un ligero dolor de cabeza, pero al décimo estaba perfectamente bien”. Es probable que cuando el papá de Phipps preguntó ¿qué le hará a mi hijo?, Jenner le respondiera “le voy a poner la vacuna”, y así quedó para siempre. Nacían las vacunas, tema único de hoy.
** El procedimiento consistió en una incisión en el brazo, depositó allí el material contaminado y lo envolvió con un trapo limpio. Los científicos de la época cuestionaron el hallazgo por tratarse de un procedimiento inseguro y porque una sola prueba es insuficiente. Para poner fin a esos temores el científico realizó el mismo experimento con su propio hijo. Éste y James Phipps se desarrollaron normales y sanos como pruebas vivas del hallazgo de Jenner. Cuando Phipps prestó su brazo y su vida, sobreviviendo a la prueba, comenzó la erradicación de aquella pandemia sobre la esfera terrestre. Hoy es un héroe anónimo.
** Hurgando en este asunto hemos leído que la posteridad le reprocha a Jenner sus abusos contra dos menores empleados como sujetos experimentales, y su caso reaparece en las discusiones relacionadas con la ética científica. Han pasado 225 años y aún se discute a cada tanto la ética profesional de Jenner, sin cuestionar la ética científica de una vacunación global sin ensayos suficientes y sin la seguridad que tuvo Jenner, que estudió antes el caso de las mujeres ordeñadoras. Hoy tenemos acuerdos internacionales que impiden experimentar la vacuna de la covid en niños, pero no impide que la OMS obligue a vacunarlos a todos y esperar a ver qué pasa con ellos.
Somos apenas el daño colateral
** Es un concepto muy reciente el de los “daños colaterales”. Cayeron las Torres Gemelas, se perdieron dos edificios emblemáticos de Manhattan y hubo “daños colaterales” que posteriormente tomarían la forma matemática de 3.016 personas, más otras 1.100 que fallecieron en los años posteriores a causa de haber inhalado aquel humo y otras lesiones. El gobierno norteamericano reconstruyó las torres en tiempo record, barrió los escombros y con ellos los colaterales.
** Hoy el mundo lleva la cuenta de los fallecidos acumulados por causas “asociadas a” covid19. Aquellos países que menos muertos acusan, lo festejan como una demostración de superioridad. Mientras tanto nadie sabe decir con precisión de qué cuantía serán los daños colaterales de la vacuna, porque se trata de una experiencia en la que todos somos Yimmy Phipps, sujetos de experimentación vacunados con el único producto farmacológico del mundo que viene sin su prospecto adjunto. En el futuro quizás (ojalá no) se hable con jactancia de las vacunas que menos “daños colaterales” tuvieron. Los dañados anónimos tendrán una ligera oración en misas de catedrales, pero nadie se inmolará por sus errores.
** Ante el temor de perder la vida, las personas mayores aceptan vacunarse y hasta lo esperan ansiosamente, pero ¿en quién confiar? ¿En los que dijeron que los niños no se contagian y ahora mandan a meterlos a la fila de las vacunas sin prospecto? No se ofenda la OMS si preguntamos: ¿Nuestros niños vendrían a ser los Phipps del Siglo XXI, o lo somos todos? ** Mañana vamos a probar si la caña con ruda funciona para el ‘covid’ y sus mutantes, y si nos da resultado… olvídate de Jenner.