“Siempre tuve en claro que no debía hablar desde un escritorio sino desde arriba del tractor”
Crespo.- Don Aldo Herrera se considera un hombre de campo, más que productor rural. En sus ocho décadas de vida vio muchos cambios. “Cultivó la tierra y plantó sus árboles, tuvo hijos y nietos y en los últimos años publicó dos libros con reflexiones que marcaron su vida. Además, durante décadas fue un inconfundible referente del movimiento extensionista rural de la provincia, generado por el INTA y sus profesionales. Yo digo siempre que la mía fue una generación privilegiada, que comenzó arando con caballo y luego se subió a un tractor”, dijo en una extensa entrevista con Paralelo 32. El libro que publicó Herrera en 2013, “Arar con caballos”, incluye reflexiones personales y pinceladas de su biografía.
Filosofar
– En su libro, al describir las faenas de la labranza con caballos, Ud. termina diciendo que eso le daba tiempo para pensar. ¿En qué se piensa cuando se está arando con caballos?
— En tus necesidades, tu vida tu futuro.
– Se le da por filosofar.
— También se puede filosofar. En mi zona había un hombre, don Amado Albornoz, que era todo un filósofo, pero a uno le costaba sacarle una palabra. Me acuerdo que yo iba a caballo a decirle que fuera a mi casa a trabajar. Él te miraba y miraba, era un indígena tipo, aunque nunca pude saber sus raíces. El sorprendía porque después de un silencio te decía algo profundo. Lo mismo me sucede a mí con la gente de la ciudad, salvando las distancias. Como don Albornoz, es algo con lo que se nace, la necesidad de ver más allá. Ir a la esencia de las cosas, pensar. En la ciudad tenés que tomarte el tiempo para eso. Cuando uno entraba a la melga (la fracción de campo que se ara de una vez, N. de R.), el caballa surquero que lideraba el grupo de caballos del arado, llevaba solo el ritmo. Mientras llegaba a la otra punta de la melga, uno tenía tiempo de ‘dejar volar sus pajaritos’. Yo digo en el libro, que los caballos son como los seres humanos. Hay líderes que llevan al grupo, hay caballos mañosos que si te descuidás te meten una patada, hay voluntariosos que si no los emparejás se tiran solos, y hay mañosos que se tiran ‘a la retranca’, que si no los igualás no hacen nada. Tal cual, como los humanos.
– Hay que usar el rebenque para el que se hace el distraído
— No, el caballo líder tira a los demás. El que es mañoso y se queda, hay que atarlo más corto de rienda; se tira para atrás pero lo van tirando los otros.
– No era de buen campesino andar a los rebencazos.
— No, tenés que ubicar a cada caballo según sus características. Hay que estudiarlos. Dos marchan en la tierra arada, tienen que ser los más guapos, porque es más difícil andar en tierra arada. Vos tenés que elegir: el surquero adelante y el demás haciendo una letra ve. Los más apurados tenés que atarlos cortito. Las riendas son más para dar la vuelta. Me acuerdo de una yegua en particular, muy destacada, muy voluntaria, con poder de líder de la manada.
Escribir un libro
– El libro está muy bien escrito: claro, conciso, ‘al grano’ en lo que quiere decir. ¿Tuvo formación intelectual, es lector, hizo su biblioteca en casa?
— Yo hice hasta segundo grado, era lo que había en la escuelita del campo en esas época. Pero siempre, me gustó leer cosas que uno lo sentía. Por ejemplo, llegaba El Hogar o revistas técnicas como La Chacra. Tengo un libro publicado sobre recopilaciones de frases y pensamientos que me han impresionado. Desde que aparecieron las fotocopias, coleccioné reflexiones. Las fotocopiaba y las guardaba. Yo había escrito algo sobre la propiedad de la tierra, que salió en Paralelo 32, pensando en el tema de ‘la tierra para el que la trabaja’. La periodista Soledad Weimer leyó la nota. Tenía que hacer una tesis para terminar la facultad sobre la propiedad de la tierra en el departamento Paraná. Me buscó a raíz de la nota, nos juntamos muchas veces y mientras estábamos en ese tema, le comenté que tenía las fotocopias de reflexiones para hacer un libro. Nos reuníamos y salió un libro con el que aprendí muchas cosas para escribir. Cuando quise hacer “Arar con caballos”, fui a la facultad a consultar por una buena correctora, me nombraron a Paola Calabretta, y lo armamos con el mismo criterio.
– En su obra, escribió sobre oficios de campo que se han perdido: arar con caballos, amansar y domar caballos. ¿Siempre trabajó solo el campo?
— Los chicos desde que eran chicos me acompañaban en el tractor.
Con el INTA
– Con las plagas, la chinche, el fusarium en el trigo… ¿había tantas plagas para combatir como ahora?
— Tal vez estaban más ocultas. Con las chinches, uno pensaba que sólo era el olor repulsivo. Cuando vino la soja, en Santa Fe se cosechaba soja y acá no. Yo fue de los primeros que sembraron y no se formaba el grano en la chaucha. El ingeniero Benavídez del INTA descubrió que la culpable era la chinche. Para probarlo, hizo una jaula que no permitía la entrada de ningún bicho. A otra porción le permitió tener chinche. Ahí no se logró nada pero en la jaula hubo grano. Así supimos que la chinche era el problema. Una vez, con un cultivo de soja no había chinche peo sólo había un bichito,que no me preocupó. Me fui de viaje a Córdoba y cuando volví tenía el cultivo lleno de chinches. Resulta que el bichito era una etapa de la evolución de la chinche y yo no lo sabía.
– ¿Estuvo trabajando con INTA desde muy temprano?
— Alrededor de 1960, un primo, Jimy Balhorst, ingeniero agrónomo, me puso en contacto con el ingeniero Nobel Babboni del INTA, que me encaminó a iniciarme en el manejo correcto del campo. Además, me llevó a los consejos asesores de productores. Babboni me mandó al Consejo Regional de Entre Ríos cuando ya era integrante de los consejos de agencia y de la experimental. Fui presidente del Regional. Eso me hizo perder miedo a hablar ante gente con mayor preparación. Pero una premisa que siempre tuve en claro fue ‘nunca hablar desde atrás de un escritorio, sino desde arriba del tractor’. Era una premisa mía, no hacerme ‘el ingeniero’, relatar lo mío.
– Que a los ingenieros les resulta sumamente útil.
— Y ese principio me ha resultado buenísimo, no solo en el trabajo, sino ahora. Por ejemplo, he ido a varios talleres de literatura. Hablando desde lo que soy yo, he encontrado el respeto y la atención de los demás. Con el INTA estuve en el consejo regional de la provincia. Allí se decide sobre qué prioridades va a trabajar el INTA, cuáles son las prioridades. En los 80 y 90, el consejo regional que dirige las cuatro experimentales de la provincia, tenía un presupuesto de unos 6 millones de pesos en ese tiempo.
– En los noventa fue muy difícil seguir con INTA
— Sí, se quisieron cerrar las agencias de extensión. Me acuerdo que quedaba solo la de Crespo y se cerraban las agencias de Diamante, Paraná y La Paz. Estaba muy dividido y repartida la discusión. Había una reunión en Concordia o en Concepción del Uruguay. El director de Paraná me llevó solo en su auto para convencerme en el camino que votara por lo decidido por el INTA central, ‘porque yo era representante de los consejos’. No me convenció su argumento. Yo dije que soy libre y soy representante de los productores en el Consejo del INTA, por más que represente al a experimental de Paraná, pero en nombre de los productores. En esa votación terminamos votando que no se cerraran, porque ganamos por un voto. Mi voto era valioso, el directivo quería convencerme que yo era del INTA y no del campo. Si yo votaba en contra, empataba la votación y decidía el presidente que seguía las directivas nacionales. Pero después, con los años, fueron cerrando las agencias. Ahora, recordando profesionales, fue muy importante para mí Pedro Barbagelatta, decano de la facultad y un hombre muy sabio. Estuvo en el INTA y lo echaron los militares.
Trabajadores de la tierra
– Ud. transmite vivencias del campo que no se conocen habitualmente. Además, logró capacidad de transmitir cosas; a otros hombres de campo les faltan palabras para comunicarlo. En el campo hay más silencios que palabras.
— También es no creernos tan importantes, lo que hacemos es lo que hacemos, y punto.
– En su nota sobre la tierra para el que la trabaja, hablaba de que la tierra esta para ser usada, somos sus trabajadores no propietarios. La tenemos por un tiempo.
— Dos cosas digo sobre eso. Yo dueño de campo y lo cultivo, no lo exploto. En cambio, los que surgieron después del 2002 cuando la soja daba mucho, cualquiera sembraba. Era muy rentable y vos, dueño del campo, arrendaste al que te pagaba mejor. Pero no cuidaba la tierra, hacía cosas para un año, total si la tierra no era suya. En cambio, yo propietario tengo que cuidar la tierra porque es para toda la familia. Aprendés que no tenés que explotarla, sino cultivarla. Esa gente hizo mucho daño y han desaparecido muchos productores. Otra cuestión, la propiedad de la tierra era un slogan de Perón. Nosotros compramos el campo con un crédito a 33 años, y con bajo interés. Luego, llegó la inflación y se fue pagando solo.
La revolución del tractor
– Cuando en 1956 compraron en su casa el primer tractor, ¿fue una revolución positiva que les mejoró la vida y el trabajo?
— Sí. Pero con ese tractor destruimos el suelo hasta que aparecieron los ingenieros que nos dijeron que no hay que arar cuesta abajo y que hay que hacer terrazas.
– ¿Un productor no se da cuenta espontáneamente de esas cuestiones, sigue trabajando como siempre lo hizo?
— Exactamente. Y después de 3 o 4 años, apareció mi primo Balhorst que me dijo ‘estás haciendo mal’. Entonces aprendimos a trabajar con tractor.
– ¿Por qué la misma forma de arar era más destructiva con el tractor que con los caballos?
— Una, porque con los caballos se va más lento. Otra, se trabaja el surco a una profundidad menor. Con el tractor se profundiza más, después se forma el piso de arado, se hace todo violentamente. Con los caballos era lento y para la base era mejor.
La madre
– ¿Hay una veta familiar de saberes que hayan influido en su forma de ser y pensar?
— Tengo mucho de mi madre. Ella era medio callada, pero tenía una fuerte personalidad. Yo era el hijo varón mayor, tomé las riendas de la familia con 14 o 15 años, con su aval. Tenía una fuerte identificación con ella. Cuando nos fuimos independizando, se iban yendo los demás hermanos y yo me quedé. En una oportunidad, tuve la posibilidad de irme a Estados Unidos, con un hermano más chico que emigró allá, compró una finca y quería que fuera a administrarla. Pero no me fui por mi madre. Ella murió a los 80 años.
– ¿Sus padres siguieron en el campo?
— Al poco tiempo de que yo me fuera con mi familia a vivir a Viale, mis padres también; compraron una casa y se quedaron en Viale. Cuando a la mañana me iba al campo, solía pasar por la casa de mis padres. Si por casualidad, después de la salida del sol encontraba a mi madre aun durmiendo, ella no terminaba de darme explicaciones de por qué estaba durmiendo. Eso me sirvió para no dar explicaciones ahora que no tengo compromisos y hago lo que quiero. Ellos tampoco tenían compromisos, pero no se podían sacar la responsabilidad de sus vidas.
La sabiduría de los viejos
– Por un lado, en esta época se descree de la sabiduría de los viejos, y se hace un culto de la juventud. Pero por otro lado, Ud. reconoce que no todos los mayores saben todo. Ud. dice que aprendió lo que le sirvió en la vida y en un momento dijo: ‘ya está, ya basta’.
— En esas cosas hay verdades éticas y morales que no cambian. A veces los viejos creemos que lo sabemos todo. En el Amazonas, todavía se idolatra a los ancianos, pero no a todos los ancianos. Está el anciano sabio al que recurren, pero no idolatran a cualquier viejo que viene a decir cualquier cosa. Acá, a los viejos nos dejan de lado por una razón ‘razonable’. Si vos querés saber algo, te vas a internet y lo tenés todo ahí. Mi duda es si las nuevas generaciones van a tener sabiduría, cuando lleguen a mi edad. Porque ahora vas a internet, lo resolvés y no te guardás la información, porque no lo necesitás hacer. Es lógico, incluso, porque cuando los necesites otra vez lo vas a tener, incluso actualizado. Pero yo creo mucho en la filosofía y ahora se están pasando de largo de la filosofía. Mucha psicología, pero no quiero que se piense que estoy contra la ciencia.
– Mucho psicologismo…
— Sí. Por ahí la psicología es falta de filosofía.
– Alguien escribió que necesitamos ‘más Platón y menos prozac’.
— Tengo el libro. Es mucho más fácil ir a internet y la orientación que se recibe en las revistas. Hay un montón de notas de psicólogos, pero de filósofos nada. Yo creo que la psicología es interesante y necesaria, pero en su justa medida y en su justo lugar. Y la aceleración en la que nos han metido no nos permite pensar. A los gobiernos no les interesa que uno piense, quieren que sigamos órdenes. Por otro lado, fíjese que los gobiernos en América se repiten. Volvió la democracia en toda América, hubo gobierno extremistas antes en toda América. Para mi es gente que viene de afuera, que tiene la plata, que maneja el mundo. En los años noventa nos convencieron que había que votar a Menem y la privatización. En toda América fue igual. No tenemos personalidad de país, y en América pasa lo mismo. Ahora lo de la corrupción está en todos lados. No es un invento de Cristina.
– ¿Así fueron las cosas siempre, o ha empeorado con los años?
— Ha empeorado. Yo era peronista de los tiempos de Perón. Estaba eso de apretar a la gente que era inconcebible, pero la justicia social era real. Me acuerdo cuando se araba con caballo, cómo se tenía a los peones. Había vecinos que compraban la galleta para toda la campaña, la secaban en el techo y después se las daban como comida. Recuerdo la anécdota cuando se venían las armazones de tormentas en el horizonte. Si un peón decía ‘lindo tiempo para descansar se viene’, les respondían los patrones ‘¿así que vos querés descansar?’. Y los echaban pagándoles con vales. Eran cosas típicas. Perón les hizo dar agua fresca.
Autobiografía
– ¿Qué escribiría en un capítulo final de su autobiografía?
— Lo estoy escribiendo. Me cuesta mucho lograr que no aparezca como un ejemplo, yo Aldo Herrera. Relato todas mis cosas. Veo autobiografías escritas por gente de mi nivel, que aparece sin ‘autobombo’. Querés dejar algo escrito, pero después de revisarlo hay que ver si es para mi familia o es para más personas. No me gustaría aparecer como un hombre importante.
– Necesitamos la biografía de la gente que ‘no fue importante’, porque también vive, piensa, actúa.
— Pero no creerse importante es lo que cuesta.
– ¿Existen los importantes? Existen los que inflan los medios y existen los sabios que han reflexionado cosas que importan a la Humanidad.
— Yo me considero un hombre mediocre como el que describe José Ingenieros, que somos la gran mayoría. Por ahí, nos ponemos a escribir y creemos que no somos mediocres. Si me pongo a escribir, soy un notable. Me parece que ahí está el error, que si sos mediocre no podés escribir o ser importante. No envidio a ninguno de los notables que conozco, porque desde mi mediocridad controlo y hago lo que quiero de mi vida. Pero esa gente notable no puede.
Quién es
Aldo Atilio Herrera tiene 81 años, nació el 1º de junio de 1936 en el campo familiar, El Puesto, a 4 kilómetros de la ruta nacional 18. Sus abuelos maternos, la familia Balhorst, son alemanes provenientes de Hannover; los abuelos paternos Herrera eran originarios de España. Ambas familias emigraron a Argentina a fines del siglo XIX. Se casó con Estela Solar, tiene cinco hijos, tres son ingenieros agrónomos, una hija es arquitecta y otra profesora de Historia. Además, tiene 13 nietos.
“Nací en la misma casa porque antes no se iba a la clínica a tener hijos. Allí nacimos los 11 hermanos, de los cuales quedamos 9 con vida. Yo soy el mayor de los varones, tengo dos hermanas mayores”, comentó a Paralelo 32.
Herrera publicó en 2013 “Arar con caballos” y anteriormente, “Mi tercera meta”, una recopilación de frases, poemas, historias y reflexiones de pensadores que influyeron en su vida.
“Amontonando fierros”
“Yo siempre estaba en el INTA, en los CREA. Alrededor de los setenta años, empecé a no querer participar tanto, como que ya no tenía ganas, como que ya sabía todo, y en alguna medida era cierto. En realidad, ya sabía todo lo que necesitaba, porque económicamente tenía una posición que me permitía vivir bien para el resto de mi vida. Entonces, ya está. ¿Para qué querés saber más? Pasé todo a los hijos y me reservé el pedazo que todos los días voy a trabajar. Cuando trabajaste con caballos, te compraste un tractor, luego uno nuevo, después otro tractor. Si luchaste para comprar el primero, con los otros va facilísimo. Eso tienta a seguir y no terminás nunca. Estás comprando tractores, amontonando fierros y sólo te mantiene, a veces, la idea de tener un tractor mejor que el vecino, y una camioneta nueva. Y lo de saber, es cierto que los viejos sabemos mucho, pero si no lo ‘filosofamos’, si no nos detenemos a analizarlo, nos creemos que lo sabemos todo. Por ejemplo, cuando veo una innovación de mis hijos y pienso ‘no va a andar’. Pero me paro y me río de mí mismo, porque pienso que yo me detuve en el tiempo. Pienso, equivocadamente, que aquella última innovación que hice es la última de todas. Si no te analizás un poco te seguís creyendo eso”.
Reflexiones y vivencias
- “Mi esposa dice que es ama de casa. Estábamos en una reunión y ella se presentó como ‘ama de casa, nomás’. Luego le dije ¡cómo ‘ama de casa, nomás’!, siendo madre de cinco hijos universitarios.”
- “Nadie vivió tantos cambios de época, como mi generación. Ahora casi no se necesita el chofer del tractor, hoy hay programas que permiten analizar cada cien metros de una siembra”.
- “Otra cosa que recuerdo de vivir en el campo y sobre la propiedad de la tierra. Yo me creía dueño de ese campo, que era dueño, pero luego descubrí que la cosa es al revés. Por más que tenga un papel que dice que el campo me pertenece, soy yo el que pertenezco al campo”.
- “Nací en el campo que tengo todavía, a cuatro kilómetros de la ruta 18, cerca del arroyo Quebracho. Ahora, lo arriendo a mis hijos menores pero dejé el casco con una plantación de frutales y plantas que laboreo todos los días. Cuando mis hijos fueron a la secundaria en Viale, con mi esposa nos trasladamos a vivir allá, y seguí yendo todos los días a trabajar al campo. Cuando los más chicos terminaron la secundaria, se fueron a Paraná a pensión con los más grandes que estudiaban en la facultad y entonces nos mudamos a Paraná”.
• “Hace dos años me llevé la familia a Salvador de Bahía. Tenía una propiedad que no necesitaba, la vendí y con la plata llevé a toda la familia. A la empresa de turismo le vendían 20 pasajes, tuve que dividir el grupo familiar, que eran 25. Cinco se fueron y volvieron un día antes. Otros viajes que hice fueron a Perú y a Manaos, en el Amazonas. Es el lugar que más me impresionó por las cosas que vi, tan distintas a mi experiencia. Hicimos en escala en Brasilia y la recorrimos en dos días”.