“Siempre me manejé con la verdad y sin avaricia”
Crespo.- Danilo Ruíz Díaz es un técnico electricista y electrónico de nuestra ciudad, ya retirado de la actividad, reconocido por su capacidad para reparar o crear artefactos técnicos. De carácter campechano, se lo conoce porque siempre ha estado dispuesto a ayudar a quienes tenían algún problema con la tecnología. En diálogo con Paralelo 32 repasó su vida, marcada por la tecnología y la bohemia. “Una vez, cuando era joven, tenía un transistor de germanio que estaba en cortocircuito y lo abrí. Tenía una pomada para disipar el calor. Estaba jodiendo con el transistor, agarro el tester y mido, marcaba a fondo, pero lo ponía bajo la mesa y se cerraba, sin paso de electricidad. El reproductor de cine tenía una fotocélula, una cosa grandota que no funcionaba bien, no se oía bien el sonido de las películas. El agudo y los medios tienen que estar. Entonces le armé un circuito con ese transistor para probar en reemplazo de la fotocélula. Pasaba las películas el ‘Gaucho’ Lambrecht en el cine de la Parroquia “Nuestra Señora del Rosario”. Para ponerlo, nos salvó el Poxipol, que recién había salido. Hicimos un cambio, ¡un despelote! Empezamos a las 2 de la tarde, eran las cuatro y todavía no podíamos calibrar el nuevo aparatito. Por ahí lo centramos y empezó a sonar un sonido extraordinario. Nunca había sonado tan bien. Ese día se pasaban dos películas, una de Palito Ortega y otra de Elvis Presley, estaba lleno el cine. Cuando la gente empezó a escuchar ese sonido, se puso a aplaudir. Nunca se había escuchado de manera que se entendiera tan bien. Con eso cambió el cine en Crespo. No lo hubiera hecho si el Gaucho no me ayudaba, y porque se animó a hacer esa reforma. A los dos días llegaron los empleados de la fábrica de esas máquinas. Me vieron en el taller que yo tenía; me dijeron que el cura había hablado maravillas del cambio. Se llevaron el aparato, mejoraron la reforma que yo hice y trajeron el aparato otro día. Vinieron los dos empleados y me dijeron: ‘los de la empresa te copiaron la reforma, son unos desgraciados’. Del bolsillo de ellos me dieron un montón de plata, me la regalaron ‘porque aquellos no te van a dar nada’. No había nada parecido en ese momento a la reforma que yo había hecho.
– Con ese transistor de germanio, adaptado, reemplazó la fotocélula enorme en el reproductor y mejoró el sistema de sonido.
— Exacto. ¡El sonido cómo cambió!
– ¿Cuál fue la cuestión con el transistor abierto que marcaba flujo eléctrico, según estuviera arriba o abajo de la mesa?
— El tema era que bajo la mesa, en lo oscuro, no marcaba. Cuando daba la luz arriba de la mesa, marcaba el tester paso de electricidad. Era un fenómono fotoeléctrico. Pero yo no lo buscaba, no estaba experimentando, simplemente ‘boludeaba’ con el transistor desarmado, así que descubrí algo sin buscarlo. A eso le agregué un transformador de un micrófono, para el reproductor del cine. Bueno, así hice mil cosas en mi vida.
– Por ejemplo, otra.
— Una vez, un tipo no se animaba a irse en su auto hasta Racedo porque se le paraba. ‘Lo voy a fundir, pero tengo que ir hasta Racedo’, me dijo. No me acuerdo que le puse, pero era un elemento termoeléctrico que cuando se calentaba paraba el auto. Así fue despacito hasta Racedo. Cuando se le calentaba, se paraba automáticamente. Pero no fundió el auto.
Fui a San Luis a trabajar en las instalaciones eléctricas de la fábrica que instaló Héctor Goette (Tiburoncito y Pelopincho, en Merlo. N.deR.). Ahí conocí al gobernador Adolfo Rodríguez Saá, con quien tuvo contacto Goette por la radicación de su empresa. Un día estaba mirando como pintaban unos muchachos puntanos. Hacía calor porque no se había terminado de instalar un sistema de ventilación. Rodríguez Saá estaba de visita y me preguntó qué hacía yo. Yo le dije: ‘Mirando, porque me parece que estos muchachitos de San Luis son medio debiluchos y hace mucho calor, estoy vigilándolos’, lo dije con picardía para ver qué me respondía. ‘Así que vos decís que los de San Luis son debiluchos’, me respondió. Entonces, tomó un pincel y se puso él mismo a pintar un buen rato. Le chorreaba la transpiración. Otra cosa que hice en San Luis fue buscar con una antena un lugar donde se pudiera captar la señal de canales de Buenos Aires. Andando por la ciudad llegamos a un lugar en las afueras donde se captaba señal de Buenos Aires. Avisamos a los comercios de electrónica, pusieron una antena de captación y un amplificador ahí y se pudo ver un Mundial de Fútbol en Merlo. La gente iba a mirar y las escuelas vendían sandwiches y gaseosas.
– Estuvo en el grupo que armó el Centro de Divulgación de Ciencia y Técnica en Crespo.
— El Cedicyt estuvo en tiempos de Daniel Paifer, después se dejó. Cuando volvió el peronismo con ‘Cachi’ Brambilla, iba seguido a la Municipalidad. Una vez llegó un tipo con un revólver cargado a la Municipalidad y decía: ‘no puede ser porque les di las gomas del auto a unos tipos y yo vengo a decirles que si no arreglamos, los voy a matar’. Fui a ver a otra persona dentro de la Municipalidad y le dije que había un tipo con un revólver amenazando con matar a alguien que le debía unas gomas. Recuerdo que se pusieron en contacto con esa gente y les dijeron que las gomas estaban, que las vaya a buscar. Al hombre le pedí el revólver y le saqué las balas para resolver el peligro. Era un problema privado y se fue a la Municipalidad a anunciar que los estaba amenazando. Le arreglamos el problema y el tipo cuando se fue dijo ‘¡Así me gusta la Municipalidad!’ (sonríe)
– ¿Donde estudió electrónica y electricidad?
— Me dieron la mano algunos técnicos como Altamirano, que reparaba televisores. Empecé a mirar lo que hacía y así me fue enseñando; también el “Gallego” Minguillón. Elio Vianco, que para mí es una de las personas más buenas que conocí, sabía todo de electricidad y me lo enseñó. Jamás me negó nada. En La Agrícola Regional me dejaron trabajar, me iba los domingos, ponía la radio para escuchar a Boca. El gerente Roberto Jacob me dijo una vez ‘salí de una fiesta, pasé y te vi trabajando, fui al campo y te ví trabajando’. Me quisieron echar porque no marcaba la tarjeta de entrada y los asociados se opusieron porque les atendía los aparatos que compraban. Al final, Jacob me dijo: ‘Hacé lo que quieras’. Un día, con Coronel le pusimos, por nuestra cuenta, un ventilador grande en la casilla que ocupaba como oficina en la sede de Sancor, cuando recién empezaba a trabajar en LAR la actual gerente, Noelia Zapata, para que estuviera mejor.
Me acuerdo de un equipo de comunicaciones que tenían en LAR para comunicarse entre Crespo y Sancor, ¡pero a veces se enganchaba la onda con Alemania! Y como siempre había alguien que sabía hablar alemán, se ponían a conversar con los de allá. De LAR me fui cuando empezó la posibilidad de instalar un videocable, que empezaba a ser el gran tema de la televisión a fines de los ochenta.
En “Tomás Sánchez”
– ¿Estuvo trabajando fuera de Crespo, aparte de Merlo en San Luis?
— El trabajo de electrónica lo hice mucho en Buenos Aires. Yo fabriqué un órgano musical en una casa de música donde trabajé durante un tiempo que estuve en Buenos Aires. Era la casa “Tomás Sánchez” que estaba a una cuadra y media del Obelisco. Se me metió en la cabeza que iba a hacer un órgano completo. Se corrió la noticia por medio Buenos Aires. Un tipo, riquísimo, me hizo los capacitores, completos. Moncho Fleitas y el ‘gordo’ Hetze fueron a verlo y Hetze llegó a tocar en ese órgano. El ejército intervino haciendo las teclas. Después yo me tuve que venir. Tuve la mala suerte de pasar justo por un lugar donde estaban interviniendo contra la familia de Graiver (David Graiver, empresario y financista murió en México en agosto de 1976 en un accidente de avión sospechoso, su familia fue perseguida durante la dictadura militar, acusados de estar relacionados con Montoneros y tuvieron que malvender la empresa Papel Prensa, N. de R.) Un tipo compró un órgano muy grande y la última tecla no le sonaba, y fuimos con otra persona a ver qué pasaba. El milico de la esquina nos pide documentos.. y pasamos por lo Graiver. Los estaban ‘cagando’ a tiros.
– ¿Estaban en el centro de Buenos Aires?
— Sí. Nos pidieron los documentos. Al otro día, mi hermana Elena, que trabajaba en lo que hoy sería Anses, me dijo ‘Danilo, tenés que irte’. Ella tenía muchas conexiones en la política y se enteró que estaba en peligro porque fui testigo de un procedimiento que no debía haber visto. Al otro día de lo de Graiver, apareció mi hermana cuando estábamos probando el órgano. Me mintió que mamá estaba grave y tenía que volverme ya. Les di la mano a todos, los saludé y les dije ‘después vengo’. Llegué acá, mi vieja estaba re bien, no tenía nada. En eso, mi hermana me habló por teléfono y me dijo que no volviera a Buenos Aires porque me iban a matar.
Artistas conocidos
– ¿Conoció gente famosa en Tomás Sánchez?
— Venían todos los músicos, conocí a Pappo, a Charly García. Tenían una grabadora a media cuadra, en pleno centro. Iban muchos músicos a probar nuestros órganos. Porque el órgano puede estar todo bien, pero si al músico no le gusta cómo suena, no va. Rodoflo Zapata (guitarrista y humorista en los años ‘60, N. de R.) me cebaba mates en el tallercito de Tomás Sánchez mientras trabajaba. Debió vivir por ahí cerca porque iba en pantuflas al taller. Ahí le acondicioné un equipo de sonido a Oscar Aleman (reconocido guitarrista de jazz, ya fallecido, N. de R.) para que sonara como él quería.
Entraban todos a comprar equipos e instrumentos. Estaba Evelio, del Trío Rubí de Colombia. Evelio tenía una guitarrita de cuerdas de tripa, le pusimos cuerdas de acero y se pudo mejorar el sonido. ¡Qué sonido! Cuándo se ponía a tocar la gente se agolpaba en la entrada del local para escucharlo. Pappo siempre, en broma, le robaba una pandereta a don Tomás y se la devolvía la siguiente vez que llegaba al local. Allí conocí a un hermano del pastor Knoblauch, que había estado muchos años en la IERP de Crespo. Yo había trabajado en un experimento musical con el pastor en Crespo, se llamaba música concreta. Grabábamos sonidos naturales y después con un equipo le metíamos efectos especiales como si fuera viento, lluvia, con características artísticas. Lo mandamos al Instituto Di Tella de Buenos Aires y sacó un premio. Yo armé el aparatito de grabación y lo acompañaba al pastor a hacer las grabaciones. Cuando estaba haciendo el órgano en Buenos Aires, atiendo un día a un tal Knoblauch que yo sabía que era el hermano. Me trató medio mal, me dijo ‘Ud. se cree que un contador y otro pueden fabricar un órgano’. ‘Yo sí’, le dije. Porque ‘con el pastor Knoblauch de Crespo hicimos cosas y estamos en el Di Tella’. Ahí supo que yo conocía a su hermano y se le acabó lo malo. Me empezó a tratar muy bien. La música concreta que hacía Knoblauch era hermosa, aunque no era sonido musical acompasado.
– ¿Qué pasó con el órgano que Ud. creó?
— Se fabricó en serie dos años y medio, hicieron guita con ese instrumento. Incluso a Bovril llegó uno que yo llegué a atender una vez.
– ¿Cómo llegó a Buenos Aires?
— Fui a estudiar ingeniería electrónica. En los primeros días, me acuerdo como anécdota que una profesora nos daba factoreo. Era una tremenda ecuación y yo dije ¡esto no tiene goyete! Le resultó gracioso lo de ‘goyete’, que nunca había escuchado. Por los robos, salíamos tarde de la facultad y no pasaban más colectivos que me llevaran a mi casa. Un compañero de facultad me llevó a trabajar en su tallercito, cerca de Tomás Sanchez, y ahí fue que me contacté con la empresa. Entré porque a la mujer le gustó que tuviera doble apellido: Ruiz Díaz; para ella eso era ‘distinguido’ y la daba confianza.
Un milagro
– ¿Qué experiencias tuvo arreglando artefactos e instalaciones?
— Me pasó una vez en la casa de Marquitos Merlo (músico y empleado municipal de Crespo. N.R.) una cosas extraordinaria. Ahí me volví totalmente cristiano. Le voy a contar la historia completa. Merlo se fue a Paraná, tipo ocho de la noche, con la señora. Vuelven al otro día y no tienen luz. La mujer, antes de irse había puesto una ollita con leche y se olvidó de apagar el gas. El calor de la hornalla hizo rebalsar la leche, apagó el fuego y siguió saliendo el gas que se alimentaba desde una garrafa. Se llenó de gas toda la casa. Si arrancaba haciendo chispa la heladera vieja que tenían y que largaba un chispazo bárbaro, volaba toda la casa. Cuando volvió Merlo a la casa y estaba sin luz, me fue a ver para que le arreglara el tema. Medí afuera con el tester, había electricidad de la red ingresando a la casa, adentro no. Y no había mucho que buscar. En la casa había un olor a gas muy fuerte. Cuando se fue diluyendo el olor, empecé a trabajar. Lo único que quedaba era ver un cable bajo tierra, que debía estar cortado. Merlo no podía creerlo porque hacía cuatro meses que tenía esa conexión. Empecé a sacar tres ladrillos y me encuentro con el cable perfectamente cortado abajo, como si lo hubiera cortado una pinza. Me largué a llorar de emoción, porque me di cuenta que era Jesús. Porque no había otra manera. ¡Estaba cortado como con alicate! pero en la superficie no había tierra removida, nadie lo había abierto. Un ángel o algo que vino y lo cortó. No era un cable pelado, oxidado o deshilachado de manera más natural. Le pregunté a Merlo qué hacía su esposa. ‘Está orando’, me dijo. ‘¿Ora mucho?’ ‘Seis horas por día’. Si no se hubiera cortado el cable, al prender la heladera con un chispazo del motor habría explotado toda la casa.
Filosofía de vida
– A Ud. la plata no le resultó un tema prioritario y por lo que se ve ‘parece genético’, viene de su padre.
— Es así. Mi hermano Miguel llegó a tener una fábrica textil en Buenos Aires, pero por capacidad y laburo. Se fundió por la importación. Los comerciantes judíos de Buenos Aires, que le compraban las telas, lo ayudaron pero no se pudo recuperar. Miguel indemnizó a todos sus empleados, pero quedó muy mal. No es justo trabajar toda la vida, si hasta él hizo las máquinas con las que empezó la fábrica. Es una injusticia, le cambiaron las reglas y se fundió.
– ¿Cuál ha sido su filosofía?
— Laburo siempre hubo, ahora no tanto como antes. Siempre me manejé con la verdad y sin avaricia. Ahora estoy jubilado y estoy más metido en la lectura. Leo mucho la Biblia. Tengo un alquiler, con mi jubilación y unos pesos de mi mujer, lo paso bien. Tuve la suerte de tener la esposa que tengo, siempre compañera y cariñosa, preocupada por mí y la familia.
Quién es
Danilo Marcelo Ruíz Díaz tiene 73 años y nació en Crespo el 4 de septiembre de 1944. Hizo el nivel primario en la Escuela Nº105 y el secundario en el Instituto Comercial Crespo, con mucho sacrificio porque tenía que trabajar y fue haciendo de a poco los años de secundario. Su papá se llamaba Antonio Policarpo; su madre, Ángela Stronatti, era hija del primer poblador de Crespo, Antonio Stronatti.
Se casó con Cristina Pentke y tuvieron tres hijos: Gonzalo (fallecido), Rodrigo y Marianela. Tiene una nieta de Gonzalo.
El padre
– ¿Qué fue de su padre?
— La vida de mi padre es toda una historia. Su apellido original no es Ruiz Díaz, sino Pando. Su padre era un multimillonario que había ‘fabricado’ varios hijos por ahí, incluido mi padre. Nunca dijo nada, si su mujer le hubiera descubierto todos los amores, lo iba a matar. Les dejó herencia multimillonaria a sus hijos. Cuando salió la noticia en Buenos Aires, Paraná y todos lados, se enteraron de la muerte de Pando y la herencia. Había seis o siete camionetas paradas en casa con gente que le decía que era millonario. Mi viejo les dijo ‘yo no quiero la herencia’. Y no cobró.
– ¿Ud. ya vivía?
— Si. Lo que pasa es que antes, el tema de la plata no era como ahora. El dijo ‘pa’qué quiero esa plata’. Hace poco le conté a un hijo de don Santiago Eichhorn que mi viejo se iba a jugar un billete de Lotería y pasó por la casa de don Santiago. Lo invitó a jugar un número porque le dijo que se iba a sacar la Lotería para comprarse ‘la casita cerca del Arsenal, que va a ser pa’mí’. Y así fue. Sacaron el número y pudo comprar la casa. Después la miro y dijo ‘es muy grande, me voy a vivir en la piecita chiquita del fondo’.
– De qué trabajaba su padre
— Vendía telas en el campo. Tengo una anécdota de él. Una vez una mujer miraba una tela que le gustaba y él le dijo ‘no la compre porque es una porquería, se la voy a devolver a los que me la dieron’. (sonríe) Así era él. Una vez en una FM de Libertador San Martín hicieron un concurso para que los oyentes elijan la persona más buena que conocieron. Empezaron con ‘el doctor este, el doctor aquél’. Hasta que un hombre del campo, un ruso, llamó y dijo: ‘miren, para mí el hombre más bueno que conozco es Antonio Ruiz Díaz’. Se dio vuelta el concurso y mi padre ganó por un gran margen. ¡Los peló! Porque la gente lo recontra quería. Le dio Alzheimer y en un momento se perdió. Un día no lo encontrábamos, como a las 9 de la noche aparece un hombre del campo que lo traía a casa. Me dijo: ‘Perdónenme que lo traigo a esta hora, pero yo salí a trabajar al campo y lo vi a don Antonio que estaba cortando pasto’. Lo dejó porque pensó que le estaba limpiando pasto y después le iba a cobrar algo. Él se quedaba en las casas de los campos que recorría, ayudaba en tareas de tan bueno que era.
El espía coreano
– Nos contó una vez la historia del ‘espía coreano’. ¿Cómo era?
— Sí, era ‘Shan gon’ Lee. Él tocaba la guitarra una barbaridad y andaba por la zona en el asunto avícola (sexador). Yo lo ‘toreaba’ diciéndole que venía a espiar. Él andaba con ‘Cataco’ Zapata y ‘Moncho’ Fleitas con la música, yo era sonidista en las presentaciones. Cuando se fue, le hicieron en la sede de Cultural una despedida, porque lo quería todo el mundo, era un tipo muy bueno. Se fue a despedirse de mí en mi tallercito. Yo le dije ‘Shan gon te vas y no me decís la verdad de qué carajo estabas haciendo acá’. Me respondió: bueno, ahora te cuento’. No llevaba algo especial para esconder. Me mostró todas las fotografías que había sacado de galpones e instalaciones avícolas de la zona. Eran un montón. Las llevó a su país y allá hicieron lo mismo. Y le dije: ‘Por qué no decías que estabas fotografiando’ y me respondió un poco avergonzado: ‘Queda mal andar copiando’. Nosotros lo queríamos mucho, se juntó mucha gente en su despedida. Tocaba muy bien la guitarra y cantaba en inglés; era un tipo muy preparado.
Videocable
– ¿Estuvo en los inicios del sistema de cable en Crespo?
— Sí. Se hablaba de poner un videocable y me fui de LAR para meterme en el tema. Se me cruzó el asunto del cable. Manejaba la tecnología pero necesitaba un tipo de plata. Hablé con uno de Paraná, ingeniero, relacionado con el gobierno, que quería invertir. Pero tenía que vender dos autos y una casa, para hacerlo. Un día lo apuré y le dije que ya había que empezar a hacer las compras de materiales. Pero me dijo que debíamos hacer una encuesta. ‘No, en Crespo no’, le dije. Y menos en Crespo. Le dije que ‘cómo no iban a querer cable si no se veía ni un canal, Paraná con suerte’. Salí a preguntar a dos familias y me alentaron a ponerlo. Vuelvo a mi casa y escucho por radio a Héctor López dando la noticia que ‘parece que van a poner un cable en Crespo porque se lo vio a Ruiz Díaz haciendo encuestas’. Y ahí se inició un despelote, aparecieron otros interesados. En eso, fui a la Municipalidad y le pregunté al intendente, que era Daniel Paifer, si habían pasado muchos interesados en poner el cable. Me dijo que eran muchos, pero no seguían las negociaciones cuando se enteraban que había gente de Crespo intentando el negocio. Todos dejaron boletas y tarjetas. Las tomé y las solté en el aire para ver cuál quedaba sobre las demás, como forma de elegir un socio. Ahí salió un interesado de Santa Fe, con el que comencé, pero después nos separamos y quedé fuera del negocio.