Que vuelvan los lentos, una declaración que suena a nostalgia
Por Nicolas Rochi.- Las plataformas multimediales como Youtube o Spotify tienen cientos de compilaciones de esos temas que marcaban una hora en el boliche, los llamados ‘lentos’. Tiempo de acortar distancias en el baile, tomarse de la mano e intentar alguna frase que no sonara tan descolgada.
Con esa música, importaba más lo que esas dos personas se dijeran al oído que la coreografía del paso. Era un juego de seducción arropado con melodías que invitaban a cerrar los ojos y sentir la cercanía del otro, su respiración o su incomodidad.
Sin temor al equívoco: no había banda de rock and pop que evitara tener su balada, por más metalera que fuera, siempre había espacio en el Long Play o CD para esa canción, generalmente estaba en inglés, y para el caso no importaba demasiado su traducción. Interesaba el clima de situación que provocaba, ese tremendo impacto que tuvo en varias generaciones, muchas de las cuales iniciaron una relación a partir de esa noche, o de ese baile al terminar la noche.
Escribir sobre los lentos hoy es casi como volver al pasado, y pienso en ese personaje de Francella que aparecía en gris (Enrique El Antiguo), utilizando palabras demodé, intentando entender por qué sus gustos y preferencias habían dejado de importarle a esa cultura de consumos efímeros a la que intentaba adaptarse, o al menos, entender.
Si a esto lo pensamos para el papel, al menos tenemos la complicidad de los y las que vivieron aquellos ‘70s, ‘80s y ‘90s donde los lentos hacían que la pista se transformara en un ámbito de pocos, mientras el resto veía cómo organizaba su partida o mostraba su decisión de ir a un lugar más privado, como eran ‘los reservados’.
¿Qué serán los reservados? Dirá un adolescente de 13 años hoy, ¿pensará que alguien le guarda algo para cuando lo necesite? Pues no, más bien eran sillones, generalmente, donde seguir esa conversación intimista que se había iniciado en la pista de baile, acentuando aquel beso, o intentando que así fuese.
El lento, por ende, necesitaba de ese espacio dado, de ese clima generado por el boliche, de la oscura noche, de una pista con mínima luz posible, de ese disc jockey atento a lo que pasaba allí también.
Toda esa situación demandaba poner el cuerpo en cada intervención, desde pedir bailar a alguien que miraba a recibir el ¡no! menos atento. Eran tiempos donde no se hablaba del empoderamiento de la mujer, y rara vez eran ellas las que tomaban la iniciativa, pero cuando aquello ocurría, llegar a los lentos era la gran apuesta.
No se trata aquí de exponer experiencias personales que desnuden la edad del redactor, pero bueno, cuando comenté la idea entre los pares, los de 30 ya no se identificaban con ese momento, ni mucho menos con la forma. Bailar para muchos de los jóvenes de hoy no tiene relación directa con la oportunidad de conocer a alguien, tienen sobrados espacios donde interactuar antes de intentar exponerse en una pista, se lo puede comprobar fácilmente al concurrir a algún bailable que se precie de tal.
Incluso hasta podríamos decir que bailar es algo que se hace en grupo, con distancia (y no por el COVID 19), entre chicos o chicas, sin ánimo de nada más que el hecho de sentir ese punchi punch.
Por eso quizás, cuando recientemente se hizo una fiesta retro en la playa (y creo que pronto habrá otra), algunos entrados en los 50 y más, buscaron repetir aquella imagen emparentada con recuerdo. La música era el nexo con ese tiempo, se tomaban de la mano mientras los minutos pasaban y la vida misma se encargaba de congelar sus expresiones en una mirada. Mirar al otro por más de treinta segundos, sin mediar más que un par de sonrisas pícaras debe haber sido tan poderoso en aquellos años como hoy un tuit de Elon Musk. Ese ‘sonido del silencio’ acordado hacía estragos en las mentes de esos tórtolos, enamorados por el dulce sonido de una melodía.
Nos vamos despidiendo
Hemos perdido cosas más importantes me dirán ustedes, y tienen toda la razón. De sentimentalismos no se vive, y si a nadie con más de 30 abriles le interesan los lentos, nos tendremos que acostumbrar a la idea. Aunque, como todo soñador, todavía queda alguna posibilidad en un mundo que no se le ocurren ideas nuevas, que copia y replica al infinito todo lo que alguna vez fue original. Tal vez mañana nos despertemos en un presente que adora los lentos u otro tipo de lentos, ‘lentos rápidos’, o ‘lentos menos lentos’ que los nuestros, vaya uno a saber. Todo puede pasar en este mundo que pondera el punch y el perreo frente al abrazo y las caricias.