¡Pucha que es lindo soñar a los 17!
** Leí hace tiempo sobre la experiencia de una docente de escuela primaria que atendía un aula de gurises indisciplinados. Cierto día convocó a sus padres y se aseguró de que vinieran todos. Cuando digo padres no me refiero a parejas sino a ellos unilateralmente. Llegada la hora, ordenó a los chicos que pusieran sus mochilas sobre el pupitre y salieran del aula.
** Una vez reunidos los padres, les pidió que ingresaran al aula y cada uno ocupara el asiento en el que estaba la mochila de su hijo. El resultado fue que de 38 padres solo 6 pudieron reconocer la mochila de su hijo o hija. La maestra no se asombró demasiado, en realidad ya se había dado cuenta de cómo eran las cosas y por eso decidió esta convocatoria. Lo siguiente fue una charla con ellos tratando de hacerles entender que no se puede esperar en el aula una buena conducta de chicos cuyos padres no les prestan la menor atención ni los instruyen en los buenos hábitos.
** La figura paterna estaba muy ausente entre aquellos muchachitos. Probablemente las madres supieran identificar mejor esas mochilas, pero en la experiencia de esta maestra eso no era suficiente. Hizo saber a los padres ese día, que sus hijos necesitan en la primera y segunda edad el acompañamiento paterno para crecer y formar el carácter. Si después hicieron algo… allá ellos. Ignoro en qué país sucedió. En el nuestro quizás esta anécdota habría terminado en la separación del cargo de esa maestra, por abuso de autoridad y atrevimientos incompatibles con los derechos de los que no quieren oír.
Ya lo decía Adán
** Aquella experiencia intra escolar que traemos a colación, nada tiene que ver con el macho alfa ni otras creaciones estigmatizantes, más bien está relacionado con el origen de las especies. El concepto de familia nos viene desde la creación misma; los involucionados monos siguen fieles a ese paradigma y los hiper evolucionados humanos nos vamos apartando.
** Menos mal que hoy se observa en las nuevas generaciones, parejas que asumen responsabilidades compartidas en el hogar, donde el hombre también cocina y ayuda en la tarea a los chicos, forma equipo con su compañera y es amante de sus hijos. Ojalá que también, desde el amor, enseñen límites, respeto a los mayores y sentido común. Si eso está pasando, vamos hacia una sociedad mejor.
Cambiemos de tema
** Lo que sigue en esta columna no tiene continuidad con lo anterior. Es otro tema, pero en algún punto tiene relación con la naturaleza humana.
** Hay una edad por la que tenemos que pasar inevitablemente antes de llegar a comprender un mínimo de la ardua complejidad del mundo. Le llaman adolescencia o primera juventud. En ese punto de la existencia terrena, uno no sabe resolver su propia vida pero cree que el mundo y el país son algo simple de ordenar. Es más, cree que el país no se arregla por culpa de conspiraciones.
¿Cómo no pensar así desde la mirada adolescente, cuando aún no hemos ingresado al duro mundo real?
** En nuestra juventud, la economía de un país nos parecía algo sumamente fácil de resolver (también hay adultos que lo piensan, no te creas), y siendo así, ¿qué, si no los conspiradores, impiden resolverlas? De ahí que amamos las teorías conspirativas. En realidad el ser humano es de naturaleza conspirativa. Está en el área más primitiva de nuestro cerebro desde que el hombre andaba en taparrabos pensando que los animales estaban todos de acuerdo en acabar con él, y para los animales el conspirador era ese maldito bípedo que solo podía ver en ellos un apetitoso almuerzo.
La edad de comerse al mundo
** ¿Para qué tantos discursos y debates preelectorales que no estamos dispuestos a escuchar en la edad adolescente? Suban de una vez los impuestos a los ricos y denles subsidios a los pobres. Ponga el Estado los precios a las mercaderías y se acabó. Expropien a los que tienen mucho y dénselo a los que tienen poco o nada. ¿Cómo es que falta plata en los bolsillos de la gente, teniendo el Estado la potestad de imprimir billetes?, ¡Impriman!
** ¿Hay desocupación? El Estado debería proveerla. Trabajo estatal para todo el mundo. Si no alcanza la guita de la recaudación, a ver… digámoslo otra vez… ¿y cuántas veces más tendremos que decírselo a los viejos…? ¡¡¡impriman billetes y páguenle a todo el mundo!!! Los que viven mal en Haití o en Mozambique, es por la insensibilidad de sus gobernantes que no imprimen montones de billetes para darles todos los gustos a sus habitantes.
** Perdón por la nostalgia, pero ¡hay que ver lo bien que se siente uno con 16 o 18 años proclamando estas fórmulas de soñada igualdad! cuando las experiencias de la vida todavía no le llenaron de chichones la frente.
** Algunos llegan a ser gobierno y creen que es su oportunidad de materializar aquel sueño juvenil. Gastan, roban, imprimen e inyectan billetes al mercado para que no falten en la calle, los billetes no escasean y eso los hace queribles, porque de alguna forma todos seguimos siendo adolescentes que gustan de los padres generosos, esos que siempre dicen que sí y estiran la mano con una tarjeta plástica que algún día el banco vendrá a cobrar y habrá que entregar el auto para seguir en bici sin cambios, y mucho más.
Guardáos de la borra
** Lo bello, lo incomparable de esa frescura juvenil, es que las primeras ideas que vienen a nuestro encuentro y que nos parecen justas, inauguran nuestras pasiones. Lo malo es que desde tan temprano empezamos a odiar a todos los malditos conspiradores que no hacen nada por aplicarlas y ni siquiera se dan cuenta que nuestro pensamiento es iluminado (aunque se funda en teorías de hace 150 años y hayan fracasado en cada intento de aplicación). Y el odio no es fresco, es caliente y lastima tanto al contenedor como al destinatario.
** El tiempo nos convierte en adultos. Adultos cronológicos al menos. Algunos de aquellos llegan a adultos y se turnan para gobernar, pero nuestro país sigue estando lejos de ser lo que debería. Han fracasado los unos, los otros, y los del medio. Entonces, ¿cuál es la verdadera razón del odio entre los unos, los otros, y los del medio que están en extinción?
** En todo esto, los únicos dignos de compasión son los que se quedan con la borra del colador: el odio. Porque el odio es la resaca, es lo que se han sacudido de encima los que van entendiendo razones. Y es la herramienta de la viveza nociva y perversa de aquellos que, para construir sus proyectos políticos personales, necesitan crearles enemigos a sus enemigos. El odio suele tener razones, pero nunca argumentos.
** Permiso para agobiar: No está bien odiar; ni siquiera a las clases de matemáticas.