Pan y pastillas
** Estoy a punto de decir algo que no debo, cuando leo que una terrorista planera (porque se asegura que vive sin laburar con planes estatales), perdió la dignidad más una mejilla y tres dedos, cuando intentaba ‘asustar’ con un explosivo a un jefe de policía que fue asesinado 108 años atrás por un anarquista igual que ella. Está muy mal decir ‘qué bueno que le explotó en la mano’, pero qué le vamos a hacer si hay pensamiento espontáneos que no consultan a la razón. Después de todo es un mal pensamiento no peligroso. Cuando ellos piensan en estallar una bomba, lo ponen en práctica.
** Unos la llamaron anarquista improvisada, otros malandra entrenada y militante contratada. No son marxistas revolucionarios, son terroristas incendiarios. Se dicen idealistas pero son delincuentes profesionalizados.
¿Estamos todos locos? No. Solo algunos. Los demás nos mantenemos como locos mansos tomando psicofármacos.
** ¿Cómo que nada crece en el país, o que lo único que crece es la recaudación de la Afip? Hay una industria que factura cada día más; la farmacéutica. El consumo de psicofármacos ha crecido extraordinariamente y no es solo por el dramático final River Boca por la copa Libertadores. El consumo de los hinchas de ambas parcialidades es eventual, apenas un pico ocasional.
Pan y pastillas II
** Pero esos clásicos en final pasan con la frecuencia del cometa Halley. Hablemos de la demanda estable. No es metáfora sino realidad, salvo que nos mientan las estadísticas del Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb). De 2.700 millones de pastillas de psicofármacos al año se consumieron 3.700 millones en los últimos doce meses. La empastillada parece haber reemplazado a la picada, que fuera tan clásica y tradicional entre nosotros. La canción de Calamaro, Clorazepán y circo, se convierte en himno de una sociedad empastillada y decadente.
** “Pastillas la última esperanza negra / podés pedirle pastillas a tu suegra”, canta El Salmón, artista con experiencia suficiente en consumos psicodélicos como para saber que hay drogas como el “clona” y el “rivo”, que, en caso de faltante y desesperación, se las puede encontrar hurgando en el botiquín de la suegra o alguna tía grande con trastorno del sueño.
Bajá un cambio, Cacho Garay
** Haciendo números fáciles para no agobiar, digamos que sobre nuestra población actual de 44,7 millones de personas más alguno que en perspectiva se siente delfín o gato; 11,2 millones son menores de 14 años que probablemente aún no acceden sin receta médica a los psicotrópicos con efectos sedantes, hipnóticos, ansiolíticos y miorelajantes. Quedan 33,5 millones de potenciales consumidores.
** Si el cálculo es correcto tenemos 110 pastillas al año por cada habitante mayor de 14 años, para conciliar el sueño, espantar la “depre” o evitar los nervios. Aun así, en la calle, sobre todo de las ciudades grandes, es impresionante la cantidad de gente alterada que reacciona mal por cualquier gilada. Se supone que son los que ese día no tomaron tranquilizantes, de los que estadísticamente deberían quedar pocos y sin embargo siguen siendo muchos.
** ¿Qué nos pasa a los argentinos? La pregunta vale porque no a todos nos puede estar pasando lo mismo. ¿Está dura la calle? Sí, es de hormigón, pero no todos nuestros problemas, preocupaciones, tristezas y presiones vienen de la calle o el trabajo. Hay muchas que nacen en el hogar y explotan en la vereda.
Menos Prozac y más té de tilo, y a rebuscarnos como se pueda, siempre habrá una nueva forma de lograr los propósitos. Como diría Mafalda: Si querés tener el vientre plano, pintate el ombligo sobre la espalda.
Permiso para la nostalgia
** Hay días que me gustaría tener ocho o diez años, la edad en que toda la gente es buena como mis viejos, cuando la única maldad conocida es la del gurí que me arrebató las figuritas de jugar a la tapada; con la ilusión de una vida por delante que siempre será tan placentera como la de mi entorno de gente que trabajaba mucho y disfrutaba poco, pero reía con frecuencia y silbaba al caminar despreocupadamente por las calles, porque el mundo había mejorado mucho para ellos.
** La edad del asombro, de cuando escuché en el aula que cualquiera de nosotros, los disciplinados portadores de impolutos guardapolvos, podíamos llegar a ser presidentes de la Nación, o triunfar como Palito Ortega que fue un changuito cañero que ni siquiera tuvo tanta oportunidad como nosotros de asistir a una buena escuela. La edad en que todas las generaciones, grandes y chicos, escuchábamos la misma música y por eso en las fiestas familiares todos, nietos, padres y abuelos, nos sabíamos la letra de Zamba de mi esperanza y la entonábamos a coro.
** Ya nadie silba por la calle ni saluda, ni oyen los saludos porque llevan el auricular con la música de su teléfono inteligente; cada cual tararea una canción diferente. Difícil cantar todos juntos mucho más que el coro de ‘Despacito’.
Pero estoy aquí, metido en una piel que no reconozco porque no coincide con cómo me veo y me siento. Aquí la gente está cada vez más loca y empiezo a sospechar que los cuerdos son ellos y debo medicarme cuanto antes. Cuando todo el mundo se equivoca todo el mundo tiene razón.
Todo es según lo mires
** Los de mi generación también estamos mejor que ayer si miramos la película de nuestras vidas. No la foto del presente; la película. Todavía encuentro a alguna maestra que puedo abrazar pero es tarde para reprocharle que tendría que habernos explicado mejor las cosas, por ejemplo, qué clase de persona había que ser para llegar a presidente de la Nación, explicarnos que no había que ser una señora o señor respetable para hacer ese camino.
** A eso lo entendí por las mías, cuando comprendí también que para ser un Palito Ortega además había que saber cantar y componer, y para eso se estudia, se ejercita, se sueña, se obstina, se empecina, se humilla, se golpea puerta tras puerta en espera de que alguna se abra… y para complicarla aún más, alguien me dijo que para eso se nace con un ángel mellizo, milagro de uno en un millón.
** ¿Por qué este futuro que hemos soñado los de mi generación es un lugar hostil para nosotros y un paraíso para nuestros nietos de 8? ¿Y si empezamos a mirarlo de la forma que lo hacen ellos? ¿Y si a las pocas cartas que nos quedan las juntamos en una timba de amigos y apostamos todos a la felicidad? Dale, mezclá vos, yo corto, él reparte. El que gana comparte y el que pierde recibe lo compartido. ¡Vamos, que la vida siempre empieza! Cantemos una que sepamos todos…
** Un aplauso para el asador.