Ni conspiranoicos ni outsiders; curiosos y atentos
La humanidad marcha claramente hacia dos destinos paralelos; uno que es inevitable por la evolución de la biotecnología y la robótica, que hoy van de la mano, y otra forzada por el poder ya no tan oculto de los que dirigen el mundo y han establecido pautas en la Agenda 2030, donde se dice el qué pero se mantiene oculto el cómo.
Con respecto a este último destino, trascienden cada vez más los planes, es decir el cómo, e incluso hay eminencias científicas que lo advierten, lo explican, lo fundamentan y en lo posible lo hacen conocer. Por lo general su información es quitada de las redes sociales, cuyos famosos mentores son parte del alto poder que quiere salvar al mundo pero intenta que no se sepa que eso ocurrirá a costa de muchas vidas y del sometimiento de la humanidad mediante el control personal de cada ser humano. A esto último lo explica muy bien el filósofo judío Yuval Noah Harari, de gran prestigio internacional, y trataremos de explicarlo en una próxima nota.
Cuando recurrimos a fuentes científicas o profesionales en busca de saber algo más, salvo honrosas excepciones siempre hallamos una barrera, es decir, personas que desmienten toda versión no aprobada por la Organización Mundial de la Saud (OMS), o cualquier otra versión políticamente incorrecta. ¿Por qué? ¿Acaso es posible que se pongan todos de acuerdo en negar lo posible? No. Más bien parece que los profesionales de la salud, de la tecnología, o de cualquier otra ciencia, no quieren ser un “outsider”. Evidentemente se ha instalado muy bien la idea de que aquellos que están espiando del otro lado del muro son “conspiranoicos”. Genial creación lingüística. Ya no conspiradores sino conspiranoicos, víctimas de una patología, un poco locos y paranoicos. Lograron instalar esta idea de que todo el que discrepa es víctima de una paranoia o convicción obsesiva en cuanto a que determinados acontecimientos de relevancia histórica y política son o serán el resultado de la conspiración de grupos de poder, o de un grupo de personas influyentes.
¿Qué profesional quiere arriesgarse a parecer tan solo eso, un outsider, palabra inglesa que no tiene traducción directa al castellano pero se entiende como alguien “que actúa en la periferia de las normas sociales, alguien que vive aparte de la sociedad común o alguien que observa un grupo desde fuera” (es una de sus tantas definiciones).
Si nos examinamos también los periodistas frente a este espejo, esa mirada introspectiva nos mostrará en igual situación. No queremos arriesgar una carrera afirmando situaciones y hechos que parecen ser tomadas del campo de la ciencia ficción, de una imaginación febril, fantástica y fantasiosa, entonces optamos por la prudencia. Pero hay algo más y es que nos imponemos el deber de consultar a ambas partes; los que denuncian a aquellos que se proponen “salvar al mundo” reduciendo su población y forzando la supervivencia de los más aptos, y también a los que consideran que aquellos (digamos, las 130 personas más influyentes del mundo que se reúnen una vez al año como grupo Bilderberg) son muy puros, quieren salvarnos a todos y permitir que nos sigamos reproduciendo aún cuando los recursos del planeta son insuficientes para todos.
En eso nos diferenciamos los periodistas de los que atacan y censuran a quienes los contradicen fundamentadamente, llamándolos conspiranoicos y eliminando sus publicaciones de las redes sociales. Están cercenando la libertad de expresión y auspician además una gran cantidad de sitios web alrededor del mundo, ocupados en ese nuevo periodismo de “chequear” la información y ponerles el sello de falso o verdadero. Son los nuevos jueces de los medios que producen contenidos periodísticos. Toda discrepancia con la OMS y sus mentores será castigada por estos sitios privados que cuentan, entre otros, con patrocinios internacionales.
Como corolario, una recordación: en julio de 2021 publicamos en estas páginas la forma de ingresar a un registro internacional de patentes y llegar a una del 13 de octubre de 2015 que se titula “Síntesis y metodología para ensayar el covid-19”. Se trata de la famosa prueba de PCR cuya imperfección se demostró luego. ¿Quién registró esa patente 4 años antes de que el Covid19 “escapara” de un laboratorio? ¡Ohlalá! Richard A. Rothschild, miembro de una de las familias más ricas del mundo, fundadora del Grupo Bilderberg. No es un secreto, la patente es verificable, pero todo lo que se diga, contrario al relato oficial universal, será considerado conspiración a carpeta cerrada.