Me enamoré de mi Cuarentena
** Hemos tenido que convivir con tantos eslóganes o palabras amenazantes, que una nueva no nos debería asustar, aunque de hartarnos no podremos zafar, sobre todo porque quedamos a la merced de los medios que reciclan mil veces lo mismo con palabras diferentes y entrevistados distintos, durante las 24 horas. Yo mismo juré no mencionarla en esta columna pero aquí me tienen, hablando de cuarentenas, contando su historia y traicionando mi propio juramento. Es evidente que ya nos copó el Sindrome de Estocolmo (*)
** (*) Trastorno psicológico temporal que aparece en la persona que ha sido secuestrada y que consiste en mostrarse comprensivo y benevolente con la conducta de los secuestradores e identificarse progresivamente con sus ideas, ya sea durante el secuestro o tras ser liberada.
** Al décimo día de convertirnos en víctimas de este secuestrador ya sentimos como que nos estamos haciendo uno con él. Se comporta como un amigazo que nos deja hacer libremente lo que se nos antoja dentro de este feed lot al que nos ha confinado. Es como una vacación para los que tienen la vaca atada, pero una angustia para el que no puede salir a ganarse el mango.
** El secuestrador tiene un cómplice y se llama medios de comunicación electrónicos, que se han vuelto monotemáticos hablando una y otra vez sobre lo mismo con diferentes palabras. No sobre la cuarentena sino sobre el coronavirus, creando pánico, psicosis, porque no todo el mundo tiene equilibrio como para mantenerse erguido frente a ese bombardeo. Aún así, hemos empezado a quererlo.
Quaranta giorni, mamma mía
** En este metié de parar la bocha para curarse de algo, que es como desensillar hasta que aclare, el número 40 no solo tiene mística sino, seguramente, también ciencia de la más ancestral.
El casi extinguido latín tenía la palabra quadraginta, que se traduce como cuatro veces diez. De ella tomaron lo suyo los italianos, que lo expresan como quaranta giorni: ‘cuarenta días’, por los que Alberto nos hizo precio dejándolo en 25 días, si es que la economía no explota antes, o si las multitudes no revientan antes sus encierros convertidos en zombies y salen a comerse la corteza de los árboles.
** Es un periodo de origen religioso que con el tiempo se empezó a usar con sentido médico, para indicar 40 días de aislamiento a las personas y bienes sospechosos de portar la peste bubónica durante la pandemia de Peste Negra, en la Venecia del siglo XIV, es decir seiscientos años atrás.
** Las formas de aislamiento más antiguas conocidas son las mencionadas en el Pentateuco (Biblia) hace más de 3400 años, donde se estableció ese periodo para cortar epidemias, especialmente en el caso de la lepra. A partir de los siglos XIII y XIV tomó auge esta costumbre, por lo que se deduce que dio buenos resultados.
Las personas infectadas eran separadas para evitar la propagación de la enfermedad entre los antiguos israelitas bajo la ley mosaica, en el antiguo testamento (Pentateuco), donde también aparecen los 40 años de permanencia en el desierto durante el Éxodo. Desde entonces hasta hoy, un tiempo de cuarenta años es considerado una generación.
Desde los siglos
** Si nos atenemos nuevamente a los textos sagrados del judaismo y el cristianismo, hallaremos también que 40 días duró el diluvio, para curar a la Tierra de todos sus males cuando estuvo infectada por esa plaga llamada humanos, enfermos de codicia y maldad.
Jesús fue tentado después de 40 días de ayuno. Después de su Crucifixión se apareció a sus discípulos durante 40 días. Y podríamos seguir enumerando.
** Ese número es un festín para la Kabbalah, que ya especula con el 2020 que diseccionado y sumado da el número mágico. Pero más allá de las pamplinas cabalísticas, según hemos podido husmear en sitios más selectivos, también hay un grupo de teólogos que piensa que el número 40 representa “cambio”, tiempo de preparación de una persona o pueblo para dar un paso fundamental.
** Ellos creen que “algo va a cambiar después de estos 40 días”, pero nos permitimos discrepar. Cuando nos larguen a la calle seremos los mismos de siempre llenando los mares de basura, consumiendo más de lo que el globo puede dar, depredando bosques y fauna, asaltando, robando, y estropeando de nuevo esa transparencia límpida y azul que fue el cielo durante esta ‘cuarentena’ mientras los autos dormían y las chimeneas industriales se enfriaron.
Cuando florezca el espinillo
** ¿Por qué creer que la cuarentena nos hará mejores?, si en medio de ella los argentinos de las grandes urbes salen a los balcones a aplaudir a médicos y enfermeros proclamándolos héroes, pero éstos profesionales se quejan de los escraches que sufren cuando vuelven a la noche a sus edificios, donde los insultan culpándolos de contagiar a todo el consorcio y los intiman a que se vayan.
** ¿Por qué seremos mejores en un proceso de tres semanas?, si basta hablar con personas que enfermaron por dengue, que no es transmisible de humano a humano sino por vía de un mosquito, pero los enfermos son repudiados en sus barrios como si hubieran contratado los servicios de un mosquito infectado para que los infectara, con el solo propósito de traer la peste al vecindario. Eso es odio mal administrado. No es otra cosa. El que no se ama a sí mismo tampoco ama a los demás y se comportará con hostilidad siempre.
** Lo sensato es pensar que después de la cuarentena la gente que es buena –amplia mayoría– lo seguirá siendo, y los odiosos conservarán su naturaleza, o quizás la empeoren. Y los románticos seguirán siendo románticos, imaginando una quimera que es posible de cumplirse, pero no en tan solo cuarenta días.
Cuando el día llegue
** Cuando las puertas vuelvan a abrirse, el mundo debería ponerse de acuerdo en declarar una cuarentena para los celulares; 40 horas apagados. Será entonces cuando descubramos el nuevo mundo que esperábamos alcanzar con esta paralización universal. Porque este encierro ¿acaso no ahondó más la adicción a la pantalla?
** Y bueno, que el día que podamos volver a abrazar y hablarnos cara a cara, tengamos verdadera sed de ello. Que por 40 horas no nos importe intercambiar letras mal hilvanadas sino mirarnos a los ojos, abrazarnos y besarnos, si se puede (porque el Corona nunca dijo que después de la cuarentena no jode más).
** Chau. Gracias con mayúscula a miles de lectores fieles a Paralelo 32, muchos de ellos por estos días cuando no todos los vendedores salen a la calle, llaman y hacen todo lo necesario por tener su ejemplar. Y si a alguno El Mangrullo le ha parecido pesimista hoy, solo siéntense frente al televisor a ver y oír los informativos sembrando pánico, buscando el lugar del mundo donde hay más víctimas para poner el número en pantalla, ‘malvinizando’ el país para que no se hable de otra cosa, como en 1982. Por favor véanos como realistas.