Los libertos de las décadas 60/70
** Toda la psicología de nuestros mayores se resumía en un puñado de frases hechas, relacionadas con la moral, la ética y quizás los modales para el comportamiento en público, que por lo general desoíamos porque nada deseábamos de esa antigua, mogigata y reprimida forma de vivir y convivir que representaban ellos.
** Éramos los adolescentes y jóvenes del ’60 y ‘70 que querían vivir a su modo y sin embargo nunca logramos transgredir lo suficiente aquellas reglas. Nuestra máxima expresión revolucionaria era la pilcha o el pelo un poco más largo, y fuera de las comunidades hippies –que nunca vimos de cerca–, lo único que fumábamos era tabaco rubio (y con filtro para mayor decepción de las tribus más heavy). Fuimos una especie de “libertos” (liberados unidos a sus antiguos amos/padres).
** El caso es que nos habían inculcado que toda persona de bien estudia o trabaja, y en ninguno de esos dos ámbitos institucionales era aceptable un hombre con melena de mujer (¡ni pensarlo con un arito en la nariz!). Entonces había que respetar tanto el colegio como el lugar de trabajo, o largarse de mochilero para el rebusque diario y la evasión de la ducha cuartelera. Las opciones no eran muchas, porque ‘¡en esta casa no se mantiene a vagos!’
** No tuve el gusto de escuchar esta última frase de boca de mi padre –ya conté alguna vez mi historia de huérfano precoz-, pero los “masculinos” que vivieron esa cultura (las “femeninas” sí podían demorarse más en el seno paterno) no solo la recuerdan sino que la llevan en las entrañas, aunque luego fueron mucho más tolerantes con sus hijos y ni me cuentes de los nietos.
Un día lo vas a entender
** Cuántas veces nos dijeron, ante nuestra queja por presuntas injusticias maternas: “El día que tengas hijos me vas a entender”; “cuando seas grande me lo vas a agradecer”, y otras sentencias semejantes. Algunas frases hechas contra la envidia (‘no desees a otros lo que no quieras para vos’), el delito, el respeto a los mayores, el temor a Dios… repicando en nuestra niñez como la gota que va horadando la roca.
** A fines del siglo pasado se hablaba mucho de la teoría de la “tolerancia cero” de aquel alcalde de Nueva York (Giuliani), para quien el delito empieza cuando se arroja una piedra contra una ventana y sigue cuando se intrusa ese domicilio días más tarde, cuando el autor de la pedrada verifica que nadie repuso el vidrio o recogió las esquirlas. Se habló mucho de eso en occidente, de combatir el delito venial, pequeño, para evitar delitos mayores. Y me recordaba a mi madre: ‘Quien roba un durazno también roba un asno’. Se empieza por algo menor.
** Haciendo memoria ahora mismo, me vuelven a la mente aquellas peleas de gurises con mi hermano (que vivió solo 29 años). Cuando uno acusaba al otro de haber iniciado el pleito, nuestra madre recurría al juicio salomónico: “para pelearse se necesitan dos”.
Con el tiempo supe que eso significaba que donde hay dos en el reñidero, si uno es prudente y se niega a la violencia no hay pelea posible. Una y otra vez lo pienso cuando por estos días escucho acusaciones como “la caravana del odio”, definición que nos lleva a una conclusión absurda: cuando el que hoy acusa está fuera del poder y promueve manifestaciones, ¿éstas serán de amor aunque su caravana destruya bienes públicos y privados a su paso?
¿Quién agita a las hormigas y por qué?
** Para que haya una pelea se necesitan dos y la Argentina ya tiene no solo sus dos bandos, sino que muchos sub bandos más. Es una realidad dolorosa, pero qué le vamos a hacer. Hace un siglo que oímos decir que vivimos en un país privilegiado porque no tenemos problemas raciales ni religiosos ni conflictos limítrofes. En cambio tenemos la voluntad de algunos líderes para crear enemigos por razones de estrategia política.
** No todos pensamos igual, a Dios gracias, y en consecuencia las ideas se polarizan aglutinando de un lado o del otro, pero pueden convivir si no hay quien las agite, como conviven las hormigas negras con las coloradas mientras no hay agitadores.
** Aseguran los entomólogos (ciencia que estudia el bicherío minúsculo) que si juntáramos cien hormigas coloradas y cien negras dentro de un frasco, no pasa nada, no se atacan, a pesar de habérseles hecho fama de cierta antipatía mutua. Sin embargo, si agitamos violentamente el frasco y a continuación las volcamos en el suelo, las hormigas desenfundan y se arma una trifulca de todas contra todas y por la espalda, hasta, eventualmente, matarse unas a otras.
** El asunto es que en esa instancia las hormigas rojas creen que las negras son sus enemigas y viceversa (¿¡qué empujás, colorada de m…!?), cuando en realidad, el verdadero enemigo es el que agitó el frasco. Esto es exactamente lo que está pasando en la sociedad hoy en día. Cuando identifiquemos quiénes son los que agitan el frasco y con qué interés, sabremos a quién reclamar que nos devuelva la paz.
Don Leoncio y la botella
** Desafiando las recomendaciones de nuestros nuevos amos los chinos de la Organización Mundial de la Salud, quedamos con don Leoncio en reunirnos en un bar bien caté en la zona céntrica del pueblo, al que entró incómodo como gaucho que perdió el sombrero y de entrada nomás pidió una copita de ferroquina Bisleri. La mesera me miró a mí como pidiendo auxilio o invitándonos a retirarnos (no me quedó claro). ‘Si no tiene puede ser una hesperidina o una caña Legui’, insistió el viejo. Para zanjar la cuestión propuse que iniciaríamos con una cerveza.
–L. “‘Aceto’, traiga un porrón entonces”, dijo el amigo y me pareció que la chica empezaba a divertirse.
** _M. ¿Y cómo va llevando esto de la pandemia?, le pregunté como para romper el fuego con algo que no fuera el clima.
–L. Mire, vea, si no es disgusto para usted le voy a pedir que no me toque más ese tema, hay que saber mirar la mitad llena de la botella, que usted de botellas medio vacías sabe mucho.
_M. ¡Ah la pelotita! Empezamos áspero, le está afectando el aislamiento. Con todo respeto don Leoncio, no entiendo qué parte de esta botella de ‘cuareterna’ nos puede gustar.
** –L. Un parecer, mire. Nos cayó como peludo de regalo este virus que nos obliga a usar barbijos y pa’ pior nuestras manos están recibiendo más alcohol de lo que han recibido nuestros hígados en su vida. Pero…
_M. ,,,En su caso lo dudo, me han contado que su hígado supo hacerle fuertes reproches…
–L. …Eso queda entre mi hígado y yo. No soy de andar ventilando las intimidades de mis vísceras, así que déjeme terminar…
_M. ¡Termine tranqui que yo le sirvo!
–L. Esta calamidad pudo ser peor. Si este mismo virus fuera provocador de diarreas, en vez de barbijos estaríamos usando pañales. Véalo de ese modo si quiere andar contento.
_M. ¡Visto así, dejemos el covid19 así como lo han fabricado los chinos y que no lo toquen! ** –L. Mejor así, para no parecernos a mi tía Venancia, que se pasaba diciendo que la juventud está perdida porque no piensa en otra cosa que en sexo, ¡pero ella tuvo catorce hijos! ¿En qué estuvo pensando?