Larga vida a los carpinchos
** Cómo podía pensar en todo eso aquel almirante de Marina que, con tal de que sus muchachos hicieran algo más que barrer las cubiertas de los buques, transportaron hasta Tierra del Fuego, en 1946, un par de jaulas con 20 castores –ambos sexos–, para que se multiplicasen y los fueguinos se dedicaran luego a cazarlos y cuerearlos con destino a exportación. ¡Con tres mangos estamos creando fuentes de trabajo, solo es cuestión de tiempo!, dijo el recontraalmirante González, sin pensar que en cincuenta o sesenta años no dejarían bosques en pie ni arroyos sin ocupar.
** No hay reproches, ¿cómo podrían saber que a fines del siglo se vendría una guerra contra los abrigos de piel y el cuerito de esos simpáticos ratones perdería su valor en el mercado? Sufrieron desde entonces el desprecio de sus predadores-cazadores. Por eso, la provincia patagónica puso en marcha en 2016 la primera etapa del plan de erradicación del castor, para cumplir con el acuerdo binacional suscripto en 2008 entre Argentina y Chile. Ni te cuento el escándalo que armaron los defensores de castores, aunque ellos jamás se construirían una cabaña de madera donde reinan y roen éstos.
** Estos bichitos, sin sus predadores humanos, se convirtieron en plaga imparable. Su costumbre es roer el árbol hasta derribarlo, y trozarlo para construir sus madrigueras (siquiera fabricaran muebles). Ahora los bosques de lengas en Tierra del Fuego parecen dinamitados y el paisaje, la biodiversidad y hasta el curso de los ríos, ya no son lo que eran ni lo que deberían ser. Esos animalitos fueron implantados en un territorio que no era el propio y así nos fue.
Los pesados de la familia
** Un hermano mayor de estos pequeños roedores, el carpincho o capibara, saltó repentinamente a la fama nacional hace unos días. El conflicto se planteó en Nordelta (Bs. As.), donde son población originaria. Estuvieron allí antes de que llegara la civilización y se sienten con más derechos que el mapuche Santana en la patagonia. Los vecinos de aquel barrio acomodado, primero los vieron como la parte pintoresca del paisaje y ahora, cuando les copan los parques del country, hacen acampes familiares en su jardín, les almuerzan las caléndulas y de a ratos muestran interés en incorporar a las mascotas de familia a su dieta, surgen las hostilidades.
** A falta de interés en las elecciones PASO del 12 de setiembre, los argentinos se volcaron a festejar la rebelión del carpincherío alzado, de tal suerte que llegó a los medios internacionales. El multimedio alemán Deutsche Welle (DW) publicó días pasados: “En Nordelta, una zona de Tigre, en Buenos Aires (Argentina), los vecinos tienen un drama. No se trata de una plaga de ratas como en Australia o cientos de palomas como en las grandes urbes, sino algo distinto, especial, particular, único. Son carpinchos o capibaras, unos roedores enormes, los más grandes del mundo, de hecho, que viven ahí desde hace cientos de años”.
** Para saber qué pasó, simplifiquemos. Mientras aquellas madres radicadas en el lugar, rara vez pasan los 3 hijos en toda una vida, mamá carpincha tiene un promedio de 4 por parición, y hasta 8. Adivine quién va a ganar la pulseada por el territorio. Y encima están agrandados porque tienen quienes los defiendan. Se multiplicaron a buen ritmo y ahora la mayoría humana de Ushuaia y Nordelta entró en pánico.
El hombre como predador natural
** Es la proyección que algunos se atreven a hacer sobre los humanos, salvando la distancia. Las mujeres de los barrios carenciados promedian los 5 a 7 hijos, mientras que las familias de media y alta se quedan en dos o tres, ¿quién será mayoría absoluta en pocos años más? A eso lo saben los políticos, que ponen toda su demagogia al servicio de conquistar al sector social que más votos les aportará en el futuro.
** No estamos comparando capibaras con personas sino citando una lógica que parte de la estadística comprobable. El caso es que ni los castores ni los carpinchos votan y de allí que no entran en las políticas públicas. No recibirán masivamente sus cartas de ciudadanía por estos días, en víspera de elecciones, como está sucediendo con bolivianos migrados a nuestro país, según se ha denunciado.
** Hoy por hoy tenemos minorías que proponen, por ejemplo, la prohibición de faena de ganado vacuno, ovino y porcino, lo que significaría que en un par de décadas esas bestias arrasarían con todo el forraje del país y todo el espacio verde, devorando hasta los rabanitos para sobrevivir mientras se multiplican, y de poco serviría el Plan de los poderosos del mundo, echando mano del coronavirus para achicar la población del globo, porque el hambre se encargaría de eso.
** El error, en definitiva, está en los planes que no miden consecuencias. La consigna es Salvemos a Willy aunque después no sabremos qué hacer con él. Imaginemos a todas esas bestias con larga vida, reproduciéndose libremente como bestias sagradas, sin considerar los daños que causan algunos como los castores, nutrias, carpinchos, zorros, los insectos, las plagas, las pulgas… ¿Quién defiende hoy a las pulgas, que son masacradas con “gamesán”?
A cada acción su reacción
** En las islas de nuestro delta se multiplicaron –como corresponde a su especie– las nutrias. Ahora no se sabe cómo controlarlas. El hombre (el isleño y los que se prendían al negocio), ese criminal según los veganos, mataba para vender el cuero y en menor escala para alimentarse. Ahora es el turno de los carpinchos de nordelta, que ganaron gran fama en estos días y fueron humanizados a través de miles de memes y humor gráfico, porque en esa onda estamos los argentinos, como si tuviéramos menos problemas que Suiza o Dinamarca.
** ¿Quién podría oponerse a aquellas campañas en contra del uso de pieles naturales como abrigo? De hecho, quedó demostrado que la humanidad puede sobrevivir al frío sin sacos o tapados de piel animal, mientras se viva fuera del círculo polar ártico. El caso es que el plan estuvo incompleto. Es sencillo, cada acción tiene su reacción (tercera Ley de Newton) y hay que considerar eso.
** En fin… Algún día encontraremos lo que estamos buscando. O quizás no. Quizás encontremos algo mucho mejor (Cortázar)