La marea celeste y blanca crece tapándolo todo
La pasión por la albiceleste crece al paso de la Escaloneta Messiánica de los dos ‘Lios’ que ilusiona a grandes y chicos, al punto que estos últimos sacan por millones cuanta remera de la Selección tengan y se la ponen como una suerte de cábala o ritual frente a los televisores.
Algunos entienden que ese sentimiento hecho trapo trasciende lo corpóreo y llega a Qatar, ese estado soberano árabe, controversial por su cultura, que antes era famoso por la recolección de perlas o su comercio marítimo, pero que recibió notoriedad económica de peso al dimensionar sus riquezas petrolera o gasífera (la tercera reserva más grande del mundo, lo que ha convertido al pequeño emirato en el país con mayor renta per cápita del planeta). Alguno dirá que también se lo conoce por su cadena televisiva estatal Al Jazeera, y estará en lo cierto. Pero, hasta el 18 de diciembre, lo único que le importa a la mayoría de argentos es la Selección y cómo está Dibu, si fue Tini o si el hijo de Messi sostenía un vaso con una referencia de Australia. Es decir, estamos así de locos, mirando cualquier cosa que hable de este equipo.
Esta locura no tiene una referencia que la iguale, al menos ante el hecho de tener tantos pequeños atentos a lo que haga el mejor jugador del mundo y sus diez compañeros en cancha, marca un punto de inflexión en esas ganas de un país por lograr un alivio a tanta tensión, donde la crisis económica y sociocultural no son ajenas.
¿Cambia algo si avanzamos en cada fase?, algunos piensan que sí. Pero en realidad no o depende… pensemos que es parte de esa marea celeste y blanca que crece tapándolo todo, el fin de año, los quilombos políticos, la inflación y el dólar, la ‘Cris’, y sí, hasta el apellido Fernández hoy no se asocia con La Doctora —como le gusta decir al Turco Asís— sino con el jugador argentino.
Si ganó Argentina, algo ocurre en el ánimo social. Se dispara la emoción y las gargantas aducen disfonía. Uno le grita al televisor, comenta y se pelea con el cable porque hasta en HD se pixela. Pero bueno, buscamos responsables en donde sea.
Mientras tanto, la previa es como una Misa Ricotera (un lugar donde los seguidores coinciden en la espera, y en el sentimiento hacia su gran ídolo), y van llegando los fanáticos del ritual con esas remeras de 2000, de una tarjeta de crédito, de las que sorteaba un comercio de electrodomésticos, la de Paralelo 32, la suplente, la violeta, la que sea. Les quedan grandes, chicas, cortas, apretadas; están sin mangas, o con algunos impactos de polillas, pero es el trapo lo que agita esa marea cuando empieza a girar la redonda.
Cuando la cosa viene mal, ahí la arenga es con El Diego, ¡que nos salve desde arriba! ¡Que ilumine al de abajo! Al que, cuando convierte un gol, siempre levanta los brazos al cielo de su abuela; y como todo ritual, termina por ganar protagonismo el menos esperado.
Tenemos la delantera más goleadora del mundo, pero el que convierte es mediocampista, o volante. No interesa, se grita como si fuera gracias a Messi. A quien lo marcan como si fuera el único capaz de vencerlos, pero hay hambre de gloria ‘ojos de tigre’ diría Rocky, en esos jóvenes que no arrastran historia, ni decepciones, pero eligen creer. ¡Elijo creer! Dice hasta la periodista de la televisión pública, y si no lo contextualizamos bien podríamos estar frente a Luján, esperando el milagro, pero la ilusión se despliega sobre un verde y plano campo de juego. Ganar es parte de esa iluminación, perder es la decepción que vuelca en llanto hasta conmover a los alemanes.
En esta historia están los que no se ven cautivados por el balón pie, y se los respeta, como a los peatones en los cruces de calle. Pero ojo, que esto no es Europa o el primer mundo en general, sino la Argentina, donde todo puede pasar. Y pasa que el peatón se detiene y el automovilista pasa los semáforos en rojo.
Esta selección ilusiona, y capta algunos cientos de miles de esos corazones fríos e inconmovibles, trasciende fronteras, y en eso andamos, viendo cómo el desierto se rinde a los pies de un puñado de 22 hombres corriendo detrás de una pelota. Así calificaba Borges al fútbol, y si algo nos ha enseñado esta Escaloneta con la emoción de Aimar, es que se juega por mucho, pero no deja de ser un partido de fútbol. No queremos que se rompa la ilusión, necesitamos alegrías; un pueblo las reclama, tal vez en el lugar que hoy puede, y ellos lo saben. La gloria, esta vez, quizás no tenga que ver con salir campeones del mundo, sino con demostrar cuánto vale entregarse por un sueño.