La historieta que lo explica todo
** En Ghost City hay una calle ancha y ruidosa que baja en dirección a la zona de bancos; la tan conocida Unknown street. No importa a qué bancos refiere este ensayo, es lo mismo, después de todo estos que nos interesan heredaron su nombre de aquellos otros; los de las plazas. Se ve que los timadores empezaron bien sencillito, currando gente al aire libre, y cuando sofisticaron sus timos construyeron portentosos edificios para ampararse en ellos.
** Ya en el antiguo Imperio Romano, tahúres y usureros se sentaban en los bancos de las plazas para prestar dinero (por aquel entonces llamado ‘mosca’, ‘viyuya’ o ‘morlacos’). Se hacía lo propio en la Florencia del Renacimiento, esperando en los muelles del puerto a que cayeran incautos con moneda extranjera para canjeársela por la local. Se trataba de banqueros que descreían del sistema de trueque, tan incómodo a la hora de recibir un par de gallinas revoltosas entregando a cambio un kilo de guacamole.
** Los transeúntes de la popular Unknown street estaban acostumbrados a ver largas colas humanas y formar parte de ellas, frente a los bancos, bolsas de valores, mesas de remate de acciones y bonos, cuevas para apostar a la quiniela clandestina, feriantes de pescado frito, casas de fotocopias, quioscos de venta de créditos para el celu, o donde hubieran oportunidades, por ejemplo la oferta de carne picada para empanadas, opcional pastel de papas.
** Los ciudadanos de las grandes metrópolis desconfiaban –y aún lo hacen- de todos los lugares en los que no se forman largas colas para comprar, vender, o degustar un sánguche de mortadela. Regían creencias incuestionables tipo: “en comedor rutero donde veas camioneros es porque se come bien y a buen precio”, equivalente al pensamiento femenino: “si se hacen colas en tal verdulería es porque la fruta está buena (o el joven verdulero)”. Disfrutaban de las largas colas y desconfiaban de los lugares donde no observaban estas formaciones.
Se ha sabido de astutos comerciantes han logrado clientes contratando a un centenar de actores que formaran colas frente a sus restaurantes y mercerías.
El destino cae de sopetón
** Hasta entonces nada podía alterar la sólida rutina de las multitudes caminando en una dirección u otra de las peatonales. Ni siquiera los habituales choques frontales entre dos o más que caminaban cabizbajos y meditabundos atendiendo el Smartphone y terminaban estrellados, muchas veces abrazados entre sí para no caer al piso. Esta situación se producía a cada minuto, de a centenares, pero se naturalizó de tal suerte que los peatones (y peatonas) que se embestían ya no se pedían disculpas sino el número del celu.
** Se formaron, a partir de estos accidentes triviales, miles de parejas y matrimonios de edades a veces muy dispares, inspirados en la convicción de que “no hay casualidad, es el destino que quiere unirnos”. El caso más notorio es el de un tal Emmanuel Macron, quien en ocasión de caminar apurado y chateando por la Rue des Roises, de París, se dio de bruces contra una mujer mayor que venía controlando su Instagram. Apenas puestos de pie y una vez verificado que nadie salió herido, se aferraron a la cábala, temiendo desechar una oferta suprema del destino…
** …“Esto no puede ser casualidad”, dijo Brigitte Togneaux, 24 años mayor que el sujeto con el que tropezó. “Claro que no”, respondió el jovencito. Tras beber juntos un café en el bar de enfrente, se casaron a dos cuadras de allí en una capilla de servicios express, bendecidos por un ex monaguillo de nombre Anselmo (se cree que no era originario del país). Esta semana, a raíz de haber obtenido Anselmo un cargo de embajador en Togo, se supo que el tal Macron se consagró presidente de Francia en elecciones libres y Brigitte es primera dama.
Derechos Vs. Obligaciones
** Pero no nos apartemos de nuestro tema central; la Unknown Street en Ghost City. Una sola cosa cambió el curso natural de aquella colmena rumorosa donde cada cual atendía su juego. Jamás se había visto una cola tan larga. ¡Jamás! (te lo digo yo). Algunos calculan que no se produjo ni siquiera en el Polo Grounds de Nueva York en la noche que Firpo lo sacó a Jack Dempsey del ring con un cross a la mandíbula seguido de un poderoso gancho (lo golpeó con el gancho de colgar la bata).
** Estamos hablando de una cola que se extendía a lo largo de la Unknown Street hasta su extremo naciente en el barrio de los garcas, que con el tiempo fuera injustamente denominado barrio de los argentinos.
La cola humana pasaba frente a aquel barrio sombrío y proseguía extendiéndose por las colinas en la zona habitada por los farmers (chacareros, bah) y aunque algunos periodistas intentaron visualizar toda su extensión, les fue imposible. Se comprende. El drone se inventaría con posterioridad.
** Los títulos de los diarios del día siguiente, sin embargo, no se enfocaban en la extensión de la cola sino en la notoria diferencia de interés entre una ventanilla y otra. En efecto, esta cadena humana partía de una ventanilla sobre cuya reja se podía leer “Aceptación de derechos”. Separada por solo tres pasos de distancia, se observaba muy distendido al amanuense encargado de atender la ventanilla de “Aceptación de obligaciones”.
** El sujeto que atendía la oficina de obligaciones, solo ocasionalmente alzaba la vista por encima de sus gafas montadas en acetato marrón, para confirmar que sus clientes seguían siendo solo un puñado que no ocupaba más de veinte yardas de extensión, sin esos jodidos hacinamientos que facilitan los tocamientos inverecundos.
La argentinidad al palo
** El lector hallará en este relato, documentado con recortes de la época, algunas imprecisiones, inevitables por la llamativa falta de datación (fechas) de aquellos recortes señalados. Esta situación insalvable hace que no sepamos con exactitud, ni siquiera con aproximación, cuándo fue que comenzó -como un fuego sagrado- esta pasión por los derechos, entendidos como un bien sin contraprestación alguna, desdeñando deberes y obligaciones.
** Lo que en cambio se puede deducir analizando los testimonios fotográficos y fílmicos disponibles, es que prácticamente la totalidad de los que formaban aquella cola sin fin esperando recibir su habilitación para ejercer solamente derechos, sin obligarse a nada, eran argentinos por amplia mayoría. Esto se dedujo porque cada uno de los millares que estaban en la cola trataron de colarse –valga la redundancia- como mínimo dos veces.
** Esta característica tan descriptiva de nuestra argentinidad –nos referimos a la de reconocer solo derechos propios desconociendo los derechos del otro (la de colarse también pero estamos en otro tema)–, está sustentada por teóricos bien intencionados que nos ayudaron a conocer nuestros derechos y reclamarlos. Luego surgiría naturalmente en nosotros la convicción de que debemos pararle el carro a todo aquel que tenga la osadía de querer imponernos obligaciones.
El derecho es mío, mío
** Aquellas ventanillas se abrieron en gran parte del mundo, siempre con el mismo resultado, facilitándonos ser una sociedad de derechos, como corresponde a las más civilizadas. Se ha omitido predicar también sobre nuestros deberes, obligaciones y normas de convivencia. En pleno siglo XXI ya no se puede hablar de obligaciones, tan características en las culturas primitivas, desde el hombre de Nierdenthal hasta mi abuelo Gaspar.
** Basta de acreedores que, con el ominoso propósito de hacernos devolver la guita, nos quieren correr con la vaina de supuestas ‘obligaciones’ contraídas. Basta de jueces, docentes, padres, madres, vigiladores del tránsito, cobradores de impuestos, encargados de edificios, consorcistas, moralistas, empleadores, jefes, cuñados, mascotas, y el Estado mismo… que se creen con derecho a imponernos obligaciones. El único derecho que fue abolido es el de imponer obligaciones y reglas.
** En un reciente congreso de la Alta Sociedad de los Derechos Excluyentes, en un párrafo de su proclama se puede leer: “En pleno siglo XXI todavía hay retrógrados que pretenden hacernos creer que nuestros derechos terminan donde empiezan los del otro; como si el otro tuviera algún derecho a coartar mis derechos, jah”.
** Hip, hip…hip… a la hurra te la debo porque esto es hipo.