Hola, ¿ya puedo abrazar?
No es que uno quiera molestar, pero si hasta ayer teníamos a un enemigo peligroso, el Covid, que ya no reina pero vive, no podemos hacer como si no existiera. Como mínimo seguirle el rastro para saber qué está planeando, aún sabiendo que hay unas ganas generalizadas de no escuchar ni leer más sobre el tema.
Lo que se sabe por estos días es que el domingo pasado se registraban más de 1,3 millones de personas con covid y casi 4000 muertes a causa del virus en el mundo. Nada. Pongamos esto en su conveniente marco: somos casi 8 mil millones de almas poblando el globo, sobre el cual mueren casi 169.000 personas por día (promedio que se verifica en https://www.worldometers.info/ ). Una sola muerte cercana por covid puede ser algo terrible para los dolientes, pero 4 mil no son una tragedia en el contexto global, por eso la sociedad reclama que se revean las medidas sanitarias impuestas.
Por años nos pasamos admirando la responsabilidad de los japoneses, porque en ese país las personas resfriadas siempre salieron a la calle con barbijo para evitar la dispersión de saliva que pudiera acelerar contagios. Pero, a contrapelo de aquella sana práctica, con el covid-19 la OMS mandó a todos los sanos a usarlo por las calles, al trabajar o hacer gimnasia, y los chicos teniendo que adaptarse a ese molesto cuerpo extraño que va contra su naturaleza. Esa práctica marcó la psiquis de miles de personas, que por mucho tiempo más lo llevará en la cartera, el auto, el bolsillo.
Dice la prensa internacional que en Europa la gente planea vacacionar, y en gran parte de Estados Unidos usar mascarillas ha dejado de ser obligatorio.En tanto, algunos científicos arriesgan que el Sars Cov2 va camino a quedarse entre nosotros como una virosis estacional. Es como que nos está haciendo precio.
Evitar los extremos. Como sea, tampoco da para relajarnos totalmente. Lo más apropiado es mantenernos informados sobre los casos en las comunidades dentro de las cuales vivimos, y esperar que la sensatez de nuestros gobernantes se adapte a la realidad y no al temor por lo que podría venir u ocurre en otros continentes.
Secuelas. Todavía son demasiadas las personas que recelan de la cercanía, el abrazo, o se sienten abrumadas en ambientes donde hay muchas personas. En cambio otros consideran que el mundo volvió a ser lo que fue y hay que lanzarse a recuperar el tiempo explorando el otro extremo. Los primeros deben ser respetados y los segundos hacerse responsables de sus decisiones.
Otros seremos prudentes pero no aguardaremos un decreto que nos autorice a abrazarnos a medias. El abrazo es parte de la comunión tan necesaria en el ser humano, es la fusión de dos afectos, indispensable para la reposición de la saludable endorfina. Perderle el miedo –mientras se pueda- podría ayudarnos en la recuperación de nuestro sistema inmune.