Hablemos de Beethoven y del vendedor de helados
(Nicolas Rochi – Paralelo 32)- Hay convenciones sonoras, impensables para Beethoven cuando compuso Para Elisa (Für Elise) el 27 de abril de 1810, pero que alguien creyó que podían servir para identificar al afilador de cuchillos, el vendedor ambulante de palanganas de plástico y tachos de residuos, y ahora al heladero, ese individuo que devolvió la vida a las bicicletas de reparto con su canasto de tergopol, y no necesita mediar lenguaje alguno; todos saben que es él, y que se acerca inexorablemente.
Para beneplácito de los pequeños y las más diversas caras de los adultos que intentan hacerse los ‘sota’, la melodía se le cuela por la ventana, resuena en los comedores, inunda las cocinas, y aquellos arrancan a gritar: ¡yo quiero! ¡Palito! ¡No, de crema! ¡Bombón! ¡Uno de agua, porfa…., siiii!
La transacción se realiza en la vereda, casi sin desmontar del vehículo tracción a sangre, y con los humeantes paquetes, todos corren a ver si el que hizo el mandado no pifió algún encargue.
El que quedó entre San Juan y Mendoza, porque ‘no sé’, mejor otro día, ya fue. El ‘psicópata’ ya encendió de nuevo la melodía y se dispone a atravesar las agobiantes calles del insinuante y anticipado verano.
Algunos llegan a odiar a ese sujeto, masculino—en la jerga policial— y marcadamente bronceado en la generalidad de los casos, que rompe el silencio de los que intentan conciliar el sueño de la inminente siesta. Y lo hace con una técnica de pedaleo redondo, sabe cómo encarar esas cuestas de forma elegante, con su maillot blanco y ese gorro que colabora frenando todo el sol en su rostro cada vez más conocido conforme se acerca el tiempo estival.
Como la lluvia con las tortas fritas, el sol y los helados parecen un binomio consolidado, que necesita de esos repartidores de sabor, más allá que uno pueda ir a la heladería. Esto es otra cosa, tiene ese sabor de gustito impensado, como el chori en la cancha, no funciona igual en otro escenario. No es lo mismo comprarlo en la despensa.
Y quien asume el rol de trasladar el producto, termina por caerte bien, porque es como si te hiciera un favor que vale la pena pagar. Eso es ser un heladero de calle, y todo el que se precie de serlo necesita Für Elise.
Un poco de historia
Parece que Elisa era una novia que el pianista alemán frecuentó, y otros dicen que en realidad se llamaba Therese Malfatti von Rohrenbach, una alumna ‘y amiga’ del compositor que tenía en su poder el manuscrito con la partitura, y como a ‘Beetho’ le gustaba jugar con las palabras escritas y parece que no era muy prolijo al escribirlas, en vez de Elisa algunos creen haber leído Teresa, la verdad estas cosas son difíciles de aseverar.
Pongámosle que sí, no viene al caso, lo cierto es que ‘Para Elisa’ es considerada la melodía más conocida del mundo, y no solamente del clásico. Paradójicamente fue dada a conocer 40 años después de la muerte del pobre Beetho, por el joven musicólogo Ludwig Nohl, “que encontró esta reliquia en los cuadernos del compositor», agrega el pianista argentino Marcelo Balat, solista titular de Piano y Celesta en la Orquesta Sinfónica Nacional.
También existía la posibilidad de que fuese un juego del músico. A Beethoven le gustaba jugar con el nombre de la gente y los daba vuelta. O tal vez era para Therese, mientras que Elise era una forma cariñosa de llamarla. El tema es cómo los heladeros se la apropiaron y ahora nadie discute ya que es la mejor estrategia de marketing para emprendedores ambulantes.
Revelaciones
Pero fue un día, hace poco menos de una semana, que algunos de los habitantes de esta ciudad presenciamos un hecho tan revelador como curioso. El pronóstico para el fin de semana anticipaba calor y humedad. Esto no es nada fiable, porque si hay algo que nunca da explicaciones por el fallo es el clima, pero el contexto era ese: sudar y sudar.
El clan de los heladeros y los que preparan el stock decidió que uno era poco debido a que, por la geografía de ciudades como Victoria, Diamante y otras costeras donde recorren sus quebradas y distancias, se necesitaría otro pedalista más.
Un segundo heladero ciclista. Y como se ve que vivían cerca, salieron juntos, diría en pelotón pero no eran tantos, cruzando sinfonías por mano y contramano. ¡La gente de pronto enloqueció! el sonido se duplicaba perdiendo a los consumidores y generándoles una inmediata sensación de colapso. Sin helado y sudado, doble penuria.
De nuevo la melodía cruzaba Güemes perdiéndose en Matanza, casi como cuando la doña sale a escuchar los bomberos y tira fruta: ¡Es en el puente! Y a los segundos la autobomba con sirena a tope, cruza rampante por la esquina rumbo al río. Así fue.
Juancito e Isabella esperaban interceptarlo por Güemes, y de pronto, pasó lo impensado: Uno por Junín y el otro por Matanza, se cruzaron, se miraron y casi se chocaron. Alguno escuchó hasta la frenada. Y los pequeños empezaron a dibujar una sonrisa casi de plenitud, ya no era uno, ahora había dos heladeros y, por propiedad transitiva, dos melodías de Para Elisa. Eso no se negocia.
Todo habría terminado allí, cuando de pronto, de la nada salió un pequeño corriendo al que venía por Matanza; los otros dos dijeron: “ahí va, otro que se durmió con el celular, ¡que corra como lo hacemos todos!”
Pero no, el niño empezó a llorar y de pronto se plantó en medio de la confluencia de estas esquinas: ¡Papá! Le dijo —¡aaa bué!… la cosa se ponía mejor que la novela. Heladero abandónico, pero no, éste se volvió sobre sus pasos (o su pedaleo) y abrazó al niño, sacó de su caja blanca inmaculada un palito y se lo entregó. “No me podés acompañar Julián, todavía sos muy chico”.
El pequeño insistía, abrazándolo, “Dale pa’, quiero ganar plata como vos”. Pero el nuevo heladero fue más severo esta vez: ¡no Julián!, y en ese instante llegó su mamá con los ojos desorbitados por la escena. ¡Te escapaste! ¡Cómo vas a hacer eso! ¡Y vos, qué le dijiste al nene! Pero los tres terminaron abrazándose.
Los niños dejaron de reírse del tercero en discordia y no se sabe si le dijeron algo. Quizás no. Lo cierto es que aprendieron que esa labor, por divertida que pareciese desde afuera, era un trabajo que implicaba esa y otras responsabilidades.
Ayer pasó de nuevo uno de ellos, no sé cuál, iba soltando melodías que cruzaban la calle. Su compañero de equipo seguramente haga el refuerzo del fin de semana. Ojalá haya también un tercero que ya esté buscando cómo reproducir Für Elise para comenzar su ronda. Dicen los que saben de música, que Beethoven fue un revolucionario en todo sentido y también creía en los valores de la Revolución Francesa. Tal vez por todo ello y sus nueve sinfonías, a Don ‘Beetho’ le habría gustado lo que ocurrió con esta composición, simple para los que pueden tocar el piano, tan popular para los que escuchamos reproducirla. Ahora su obra viaja por las calles, subida a dos ruedas, alegra a los niños y está identificada con el placer del disfrute. Eso sí, para mí de limón.