“Ganamos, y nos sobra, con el ‘muchas gracias’ que nos da la gente”
Crespo.- La señora Ida Waigandt de Schmidt es uno de los bomberos voluntarios de mayor experiencia en el cuartel de Crespo. También es instructora y actualmente coordinadora de Defensa Civil de la ciudad. En una extensa charla con Paralelo 32 se refirió a su vocación de servicio y su vida signada por el trabajo, las obligaciones de la familia y el tiempo necesario para subir a una autobomba y dirigirse al próximo accidente o incendio que la necesite.
– ¿A qué se dedica además de estar en el cuartel de Bomberos?
— Soy ama de casa y masajista, mis tiempos de trabajo los manejo yo.
– ¿Pero le ha tocado dejar a personas sin masaje por una emergencia en Bomberos?
— Sí, con urgencias. Aunque, por lo general no puedo dejar de atender porque trabajo con muchos abuelos. Pero si estoy atendiendo gente joven, entiende más. Me ha tocado dejar el cartel de ‘cerrado’ en la puerta y salir. Últimamente, con mi marido estamos saliendo poco; les dejamos lugar a los jóvenes, pero estamos colaborando siempre en el cuartel.
– Con 71 años su marido ¿sigue saliendo a emergencias? ¿No hay límites de edad?
— Mi marido sigue saliendo. Para ingresar al cuerpo se puso un límite de edades, de 18 a 35 años. A mi marido ya no lo autorizan a manejar autobomba, pero puede manejar otros vehículos del cuartel.
– Un bombero me comentó que puede ser muy difícil enfrentar una situación donde hay cuerpos mutilados y se ven cosas feas ¿A Ud. le ha pasado?
— Sí, más aún cuando se conoce al accidentado. Pero nosotros tenemos que ir a trabajar con la mente fría. Por más que tengamos sentimientos, en ese momento mantenemos la mente fría y nos olvidamos de los sentimientos. Por el hecho de que no debemos ser parte del problema.
– Si en un accidente hay un familiar cercano a un bombero, ¿conviene que no vaya a atender?
— Si uno sabe eso, por supuesto, es mejor que no vaya. Pero, a veces llega al lugar y se encuentra con la situación. Sé de otros cuarteles donde les ha tocado llegar a un lugar y atender un familiar muy cercano, como hijos. Es feo. Cuando nos iniciamos como bomberos nuestros hijos eran adolescentes. Cada vez que sonaba la sirena, que por entonces era la forma de convocarnos, corríamos hacia la comisaría que estaba más cerca de mi casa. Pero, primero iba al dormitorio de mis hijos para ver si estaban. Más, si era fin de semana. Siempre estaba ese riesgo, y para mí lo primero era mirar en su dormitorio. Me acuerdo cuando hubo un gran accidente con un colectivo que tuvo cinco muertos. Mi hija estudiaba de modelo en Paraná, y cuando llego al lugar, encuentro a una chica herida, sentada en medio de la ruta, llorando, y era tan similar a mi hija. En un primer momento, me dije ‘no puede ser, si Laura tiene que quedar en Crespo, que va a hacer ahí siguiendo el viaje’. Y la miré dos veces hasta que me di cuenta que no era mi hija.
– Para colmo, si uno va con esos temores, es más difícil.
— Sí, porque cuando uno sale no sabe con qué se va a encontrar. Siempre debe imaginarse lo peor cuando sube a la autobomba. Así, uno va preparando la mente. Para no llegar y chocar con algo que te impacte mucho.
Peligros reales
– ¿Generalmente salen juntos a trabajar en las emergencias con su marido o están en grupos separados?
— De casa salimos juntos. Si, por ejemplo, había incendios grandes de campos donde se trabajaba toda la noche, recién nos volvíamos a ver al otro día. En el montón yo no sabía quién era quién. Es normal que un matrimonio vayan los dos juntos a atender una situación.
– ¿Vivió algún peligro personal mientras estaba en una emergencia?
— Sí, fue con el incendio en la casa del ex vicegobernador Héctor Alanis. Ahí corrimos peligro nosotros. Había muchas balas, es un coleccionista de armas. Detonaron varias durante el incendio. Me acuerdo que cuando llegué al cuartel tenía el casco roto. Sé que mi casco en ningún momento se me cayó y deducimos que fue una bala que le pegó, al explotar. Yo estaba colgada de una reja echando agua. Después tuvimos que dar la vuelta y con un hacha romper un portón del Centro de Jubilados, al lado de la vivienda, para poder ingresar. Esa fue una situación bastante jodida. Después, hubo varios incendios en los que hubo que prestar atención.
– No quedar rodeados por el fuego
— No quedar rodeados. Por eso, hay bomberos que van más atrás sosteniendo la manguera, ellos se fijan. Deben mirar e ir indicándonos a los que vamos adelante. Con Pablo Schwindt, que fue jefe hasta hace un tiempito atrás, fuimos a desagotar un pozo que estaba contaminado con Round Up. Con la lluvia en un galpón se tumbó un bidón y ese químico cayó dentro de un pozo. Había que vaciarlo, metimos un motor, y había monóxido de carbono en un ambiente cerrado. Pablo bajó y subió todo el tiempo, yo le preguntaba a cada rato si estaba bien, respondía que sí. Cuando íbamos saliendo se nos desmayó. Mi marido lo sacó rápidamente, le pegó un sopapo en el pecho, yo corrí y le puse un tubito de oxígeno que teníamos, viejísimo, que nadie había usado. Gracias a que tenía la máscara y sabía usarlo, ese día le salvamos la vida a Pablo. Con ese tubito, que nadie había usado, recuerdo que antes del incidente, yo dije que iba a comprar una máscara para ver cómo se usa. Me fui al hospital y aprendí a usarlo con las indicaciones de una enfermera.
– Gracias a esa acción lo salvaron.
— Sí, porque estaba casi muerto. El tema era qué decirle a la familia. La mamá siempre nos pedía ‘cuídenlo’. Del grupo nuestro era el más chico, tenía 17 años cuando empezó.
La decisión de ingresar
– ¿Por qué decidieron ingresar a bomberos con su marido?
— Mi hijo mayor fue cadete, íbamos siempre, nos empezó a gustar. Íbamos los sábados a la tarde a acompañarlo un rato. Y está el hecho de ayudar a la gente. Me acuerdo que cuando era chica me gustaba ayudar a las personas. A mi mamá le dije un día ‘cuando sea grande y tenga plata voy a ayudar a la gente’. Y mamá me dijo ‘no se necesita tener plata para ayudar a la gente, si no, fijate en Jesús, que no era rico, y ayudaba a la gente’. Yo me tomé eso en serio, y me dije que era la oportunidad, era el lugar donde debía estar. Ser bomberos se tiene que sentir de adentro, porque no es solamente ponerte la pilcha, salir a los desfiles y mostrarte.
– Eso viene después.
— Sí, viene después. Lo importante es sentir la obligación de ser bombero y ayudar.
– ¿Ha debido viajar a otros lugares a atender situaciones?
— Hemos colaborado con Seguí, Viale, Hasenkamp, María Grande. En Santa Fe, con la gran inundación del año 2003, estuvimos mucho tiempo. En un incendio de Cartocor, en Paraná, estuvimos una semana trabajando. Ahí, trabajamos muchos bomberos de todos lados. Por eso, nos capacitamos. La Federación de Bomberos de la provincia paga los cursos, nos reunimos en ciertos cuarteles de la provincia, estamos divididos por zonas. Nos juntamos, trabajamos en conjunto y hacemos las prácticas. Nos conocemos y aprendemos a trabajar en conjunto. En bomberos, todos debemos manejar el mismo idioma, como se dice. Todos debemos saber trabajar de la misma manera.
Mujer bombero
– ¿Ud. fue la primera mujer bombero en Crespo?
— No, cuando se fundó el cuartel estuvieron Rosa Torres y Romero, el primer matrimonio. Después ingresaron Roberto Müller y Norma Gareis. A los cinco años ingresaron cuatro o cinco mujeres. A través del tiempo, algunas se iban retirando por razones de familia o de trabajo.
– Cuando ingresó sus hijos ya habían nacido.
— Sí, además veníamos del campo y los chicos se sabían manejar en la casa muy bien. Cocinaban.
– En su caso, ¿notó diferencias en el cuartel por ser mujer?
— Nunca. En realidad, estoy tan acostumbrada al grupo de varones, porque estuve muchos años sola con los bomberos varones, que a veces me cuesta adaptarme a las chicas. Porque son otras conversaciones y otra forma de ser. Yo crecí entre hermanos varones, me fui al campo a trabajar con mi marido y había peones, todos varones; siempre estuve entre masculinos.
– Es de esas mujeres que se llevan mejor con varones.
— Sí. Me llevo bien con las chicas, no tengo problemas con nadie. Pero me llevo mejor con los varones. He ayudado a armar la autobomba cuando se rompió, he ayudado a poner ladrillo sobre ladrillo con mi esposo. Cuando se construía el cuartel, trabajábamos todos los sábados. Yo iba y les ayudaba a ellos. Si se rompía la autobomba, estábamos hasta tarde, no me importaba. Después iba a la cocina y cocinaba para los muchachos que estaban trabajando.
– ¿Es más fácil ser bombero para el varón?
— Es más fácil para el varón. Porque, por el solo hecho de ver situaciones, hay momentos que la mujer no está bien de salud, o está embarazada. Si bien la mujer no tiene la misma fuerza que el hombre, trabajar se trabaja igual.
Nuevas generaciones
– ¿Las nuevas generaciones de bomberos llegan con otras ideas?
— Sí, cambiaron.
– ¿En qué cosas cambiaron?
— Son menos disciplinados. Por ejemplo, no cumplir… antes teníamos reuniones obligatorias con asistencia y los sábados reuniones voluntarias. Siempre se calificaba. Ahora, cambió mucho. No sé si no le dan importancia…
– Pero a la hora ‘de los bifes’, ¿actúan bien?
— Sí, en ese sentido no hay problemas. Pero, es como todo, el joven tiene más libertad, que nosotros antes no teníamos. Son más decididos en otras cosas, que nosotros no tanto. Son chicos muy buenos, pero la disciplina cambió.
– ¿Ha disminuido un poco la capacitación?
— Ahora, la capacitación es más ‘light’. Nos exigía mucho nuestro instructor, que era don Carmelo Zapata, de Paraná, de la empresa Lambarri y Zapata. Se hizo amigo de los bomberos y venía a capacitarnos. Era muy compañero con nosotros, pero en el momento de los exámenes no nos ayudaba para nada, porque quería que fuéramos bomberos. Cuando estábamos capacitándonos un grupo de chicas, siempre alguna hay que no le gusta esto o lo otro. Zapata nos decía ‘chicas, las polleras las dejan afuera, acá usan pantalones. Se los va a tratar como hombres a todos, así que nadie se queje’. Y nadie se quejaba. No había entonces el tema de la igualdad de género.
Discusiones
– ¿Complica la igualdad de género?
— Un poco, sí. Son formas distintas de pensar. Jamás nos faltaron el respeto los muchachos. Quizás por ahí, algunas mujeres piensan que les faltan el respeto por la forma de hablar, pero los hombres son así. Yo los entiendo, porque crecí entre hombres. Mi madre me enseñó que la mujer es quien tiene que cuidarse. Hay palabras quizás chocantes entre las chicas y los varones. Tenemos discusiones en las reuniones, a veces, para aclarar esas cosas. O por malentendidos en el trabajo o en un incendio. Todo se discute y termina ahí, porque es mejor aclarar las cosas en la reunión.
– ¿Qué se discute? ¿Qué algo no haya salido bien en una emergencia?
— Exactamente. Por ejemplo, mi marido es oficial y yo cabo primero. Pero si él me tiene que retar, me reta. En el cuartel somos bomberos, no marido y mujer. Si me mandé una macana, soy responsable.
– Total, después en casa no le cocina (risas).
— (risas) No le cocino. Pero, hay muchachos que se ofenden si alguien los manda o les dice algo. Pero, después hay que hablarlo. Por otro lado, a los bomberos nuevos siempre les decimos ‘tienen que hablar lo que vieron ahí, porque hay cosas feas en un accidente, no se queden con eso. No vayan a la casa y se lo cuentan a la mujer, porque ella no tiene nada que ver con eso, cuéntenlo acá’. Lo que sintieron, lo que vieron. Que se desahoguen, porque la persona debe desahogarse en esas situaciones. He leído estadísticas que muestran que no saber manejar los sentimientos que generan los casos que el bombero atiende, terminan por deprimirlo, le da insomnio o pueden llevar al suicidio. En estas situaciones hay que creer mucho en Dios.
– ¿Ayuda la religión?
— Sí. La creencia religiosa fortalece. Tengo la costumbre de ir al cuartel orando y pidiendo para llegar bien. Cuando voy subiendo a la autobomba, estoy orando para que a los compañeros no les pase nada. Y al volver doy gracias. Porque hay cosas que uno ve, no son nada lindo, porque todos somos padres. Hay mujeres que tienen bebés, y deben volver a la casa como si nada. Cuando mis hijos eran adolescentes, donde ahora está la rotonda, era ‘el cruce de la muerte’ en Cuatro Bocas, todos los fines de semana había un accidente grave. Era horrible ir y ver cuerpos de chicos de la edad de mis hijos.
Fiestas y trabajo
– ¿De bomberos no se piensa ir hasta que la echen? (sonrisas)
— (sonrie) Aunque me echen me quedo. Mientras Dios nos de fuerzas con mi esposo vamos a seguir.
– ¿Cuántos fines de año les arruinó una salida para afrontar un accidente o una emergencia?
— Muchos. Esta vez no fui, tenía visitas. Más que nada accidentes o incendios por quemar cohetes. Y cumpleaños de los chico, muchísimos. Días de la Madre, muchos. Antes teníamos muchísimas salidas con mi marido.
– Ahora, por la edad, empiezan a salir más los jóvenes.
— Claro, además, que se vayan fogueando ellos. Hay que darles lugar. Hay chicos nuevos que se quedan en el cuartel porque no tenían espacio en la autobomba para salir. En los cursos también, nos encanta capacitarnos los dos. Pero, por ahí les damos lugar a los chicos jóvenes.
– ¿No le terminaron cobrando en la casa tantas ausencias?
— Antes no, porque estaban contentos que nos vayamos (sonríe). Ahora, que son grandes sí. Me dicen ‘y si vos nunca estabas, estabas con los bomberos’. Pero estábamos ayudando a alguien, no andábamos de locos, no íbamos al boliche. Pero, muy poco, a veces lo dicen como una joda.
– ¿Qué le diría a las mujeres con interés en ser bomberos?
— A las chicas jóvenes les digo que hay que tener mucha voluntad de servicio, hay que aguantarse muchísimas cosas, hay que dejar muchas cosas femeninas. Porque no se va maquillada, se ensucia, tiene olor feo. Lo femenino queda afuera del cuartel. Dentro del cuartel, trabajamos todos iguales. Las chicas jóvenes que quieren ser bomberas tienen que ‘ponerse las pilas’, hay que llevar en el corazón ser bombero.
Quién es
Ida Beatríz Waigandt de Schmidt tiene 56 años, está casada con Edmundo Schmidt, de 71 años. La pareja tiene 3 hijos, dos varones, Pedro y Lucas, y una mujer, Laura, quien les dio las dos nietas que hasta ahora llegaron a la familia.
Ida es instructora de bomberos y masajista. También ha sido peluquera y repostera, actividades que le han permitido arrimar dinero a la casa y capacitarse. Actualmente es coordinadora de Defensa Civil de la ciudad.
Recibió de la Cámara de Mujeres Emprendedoras CREERME de Crespo, un reconocimiento por “su compromiso con la vida y la comunidad”, en diciembre pasado.
Psicología y muchas gracias
– ¿Los bomberos deben trabajar con la psicología?
— La gente ahora necesita más apoyo psicológico. Hay más carga en todo. Uno trabaja más horas en su casa o su empresa, ganando lo mismo. Llega a su casa y tiene que seguir. Más que nada una mujer. Vuelvo del cuartel, con humo y hollín, sé que me baño y tengo que seguir con la cocina, con la limpieza. Más si uno tiene hijos chicos. Hay más presión de todos lados. Es mejor para un bombero manejarse con un psicólogo que haga un encuentro grupal. Yo admiro a las mujeres de los bomberos, porque el hombre llega a su casa con la ropa llena de sangre. Hay cosas chocantes. Por ahí, la mujer le pregunta qué pasó y el bombero no tiene la facilidad de palabras para contar de una manera que no sea chocante para la mujer o para los chicos. Con mi marido nunca tuvimos problemas porque lo charlábamos entre los dos.
– ¿Se arruinan matrimonios por esas situaciones?
— A veces sí, a veces no. No llegan al divorcio, pero hay discordias. Bomberos que se fueron porque tuvieron que optar entre el cuartel y la familia. Como también optar entre trabajar o ser bombero. En este oficio se pierde mucho.
– ¿Si se pierde tanto, por qué siguen?
— Porque uno ya nace con esa ‘locura’ de querer ayudar a alguien. Se pierde en el sentido porque quizás en la pareja la otra persona no acompaña. Y en el trabajo, uno deja muchas cosas por hacer. Ganamos con el ‘muchas gracias’ que nos da la gente, que con eso nos sobra.
– No sé si en estos tiempos el ‘muchas gracias’ alcanza.
— No. Es todo más duro. Se necesitan jóvenes, pero es más duro. Se están haciendo de su casita y cada vez cuesta más todo. Yo entiendo a los jóvenes cuando dicen que no fueron ‘por tal o cual cosa’. Uno piensa ‘somos siempre los mismos’, pero es la situación económica… todo cuesta más. O quieren disfrutar de los chicos.