Fumar está de nuevo de moda entre los jóvenes
Por Nicolás Rochi (Paralelo 32).- En este tiempo de incertidumbre, encierro y acotadas (o clandestinas) salidas al aire libre, se nota con más asiduidad el consumo de tabaco en los jóvenes, sobre todo en las mujeres.
La naturalización de esta situación va de la mano de una sostenida campaña que hacen las tabacaleras para no perder ese mercado de ingreso que son los adolescentes y estudiantes universitarios, ya que consolidan la adicción desde temprana edad, asegurándose más potenciales clientes por décadas.
Uno no quiere transformarse en el moralista de turno, ese que prohíbe desde la experiencia, pero llama la atención que plataformas como Netflix estén plagadas de actores protagónicos que fuman más allá del libreto, casi forzadamente, en la tira de moda o en ‘Los más vistos de la semana’, como anuncian ahora con notificaciones vía mail. ¿Les parece casual que vinculen las preferencias de los usuarios con filmes o series donde, seguro, hay alguien que necesita mostrar que la nicotina es parte del decorado?
La publicidad durante el siglo XX fue el bastión de estos gigantes trasnacionales, que en nombre de la ‘distinción’ marcaban una agenda de consumos por presentación de etiquetas, sabores, etc. Y en donde el cine y la televisión agregaban ese modelo de heroína o galán que aparecía marcando la forma de vestir y comportarse; y casi como un agregado fusible —si él no fumaba, ni tomaba— concurriría a lugares donde era la rara excepción que confirma la regla.
Pero esa simple referencia icónica, casi solapada por el argumento, no es inocente ni desatiende una real necesidad de mostrar que en 2030, o en la carrera por la conquista del espacio: ‘La gente sigue fumando’ o tomando tal o cual bebida gaseosa.
Paralelamente el consumo de tabaco sigue cobrándose vidas a lo largo y ancho de nuestra única nave espacial. Matando silenciosamente y de a bocanadas de placer, a millones de personas que eligen cómo morir, por las razones que fueran.
En ese orden de razones, varios especialistas advierten del incremento en el consumo de bebidas alcohólicas blancas, poniendo a la cabeza el whisky y el vodka, así como la recurrente confesión de aquellos que habían dejado de fumar y volvieron al ‘vicio’ en este persistente tiempo de Covid 19.
Sí, porque entre los millones que viven alarmados por el posible contagio, están los que se resignan a no pelear más contra hábitos que habían dejado atrás, principalmente por su apuesta a futuro, que en muchos casos ha tenido desenlaces críticos en lo laboral, familiar, o social.
Pero no nos alejemos del eje de este breve artículo, porque cada día entre 80.000 y 100.000 jóvenes en todo el mundo se vuelven adictos al tabaco. Si la tendencia actual continúa, 250 millones de niños que están vivos hoy, morirán a causa de enfermedades relacionadas con el tabaco.
En la actualidad, el tabaco es la causa de muerte con más posibilidades de prevenirse. Y a menos que se tomen medidas urgentes para evitar una nueva generación de fumadores, habrá más de 8 millones de muertes al año para 2030.
No hablaremos aquí de campañas pasadas, o si es la puerta de entrada a otras drogas más peligrosas y nocivas, sino de una conducta que se acentúa conforme avanzamos en una nueva década.
Mientras escribo recuerdo aquella doctora que supo ocupar la dirección del Hospital Salaberry (Victoria), que, en palabras más o menos, me confesó: “Sé que el cigarrillo daña mi salud, y de necesitarlo, no pediría un trasplante”.
Y es que basta con hablar con cualquier adicto a lo que fuera, para darse cuenta que la sensación de control de la situación no hace más que perpetuar la conducta. “Fumo los fines de semana”; “Lo dejo cuando quiero”; “Es un hábito social, en casa no lo toco”.
Pero también están otras respuestas más curiosas, como la que dio un asistente a un curso de locución con un profesor del ISER, dictado con el auspicio del conocido Luis ‘Mujín’ Albornoz en el canal de cable local, allá por el 2000. Fue entonces que conocí a alguien que decía: “El fumar me da seguridad”, y tuvo un serio conflicto cuando el médico le sugirió que si quería dedicarse a la locución, era buen momento para ir ‘ganando aire’.
La anécdota viene al caso porque seguramente a muchos les pasó casi desapercibido el comentario que hizo en una rueda sobre la gastada, pero siempre útil, matriz FODA (Fortalezas y debilidades, aplicadas en este caso a conocerse uno mismo). Aquel no era el llamado ‘mediático’ local, sino uno de los tantos que incursionaron en la radiodifusión por esa pasión que encierra ese mundo de sonidos y silencios.
Pero fue en ese mismo curso donde otra persona, que en los intercambios sobre esta adicción añadió: “Yo intento dejar de fumar, pero al toque aumento de peso. Así que prefiero fumar”. No se habla mucho de esta asociación entre ansiedad y tabaco, pero para muchas mujeres que cuidan su línea, es preferible lidiar con todas las consecuencias de la nicotina en sus pulmones, que intentarlo y someterse a mascar chicles, comer caramelos, o iniciar una actividad física que atenúe su falta.
Ya el famoso escritor estadounidense Ray Bradburry advertía que no dejaría de fumar porque hacerlo, además del placer que le provocaba, le mejoraba la sintaxis. Bueno, esto en cierto modo puede ser cierto si pensamos en que al estar más relajado, el autor de incontables éxitos de ciencia ficción, podía cerrar mejor sus ideas.
También en esta lista de imponderables hábitos de geniales escritores fantásticos, Edgar Allan Poe sostenía una cruda adicción al alcohol, que aumentó con la temprana muerte de su esposa Virginia (que además era su prima y murió de tuberculosis).
Pareciera que el mundo que nos toca en suerte, además de replantearnos lo importante y crucial de nuestra existencia, también está llevándonos a decisiones autodestructivas recurrentemente. No sabemos si esos jóvenes que pululan por la ciudad, sosteniendo un cigarrillo entre sus falanges quieran seguir enfrentando la realidad que les dejamos sin permitirse algunas concesiones.
Las drogas en sí son filosóficamente liberadoras, “el problema es usarlas a diario”, dirán los defensores del consumo cuidado. Una tendencia que aboga precisamente en que algunas de ellas, como la marihuana, tienen efecto paliativo en sus conflictos internos.
No hemos mencionado aquí al padre del psicoanálisis y su serie truculenta, que también se emite por Netflix, porque en principio intentamos describir un escenario que se repite en muchos lugares de la ciudad, frente a la indiferente mirada de miles de otros consumidores de ocasión, sea alcohol, u otra sustancia prohibida.
Entre lo prohibido y lo permitido, solemos condenar lo que menos problemas nos acarrea, desenfundamos nuestras palabras más provocadoras para denostar aquello que parece plausible de pecado; bueno, es hora que vayamos entendiendo algo, hay una generación que encuentra en esos intersticios un anclaje a sus problemas, que no son los nuestros.
Una generación que padece esa soledad intempestiva y luego duradera, sin ese contacto y sin diálogo presencial, sin miradas cómplices ni sobreentendidos de ocasión, sin viajes ni abrazos públicos y permitidos en la calle, ¡porque sí!, Esos a quienes se les limitó todo y más, y de pronto, en esa nada que obliga, se revelaron al mundo para mostrar su naturaleza, y precisamente allí, en esa particularidad que no tenemos a otra edad, hay otros que se relamen y frotan las manos para conquistarlos, esclavizándolos con el mensaje mejor elaborado que el mercado pueda ofrecer.