Fotos y árboles para recordar
Victoria.- El paseo costanera Pedro Radío, embellecido con sus frondosos eucaliptus a cada lado de ese túnel que se formaban al juntarse las copas desde ambas márgenes, supo dar a ese tramo de hormigón y río, una suerte de encanto que seguirá en la retina de quienes llegaron a cruzarlo.
La belleza de un paisaje que podía ser inmortalizado en una imagen, le pareció oportuna al propietario del bar céntrico en la esquina de lo que hoy es Brenner Hogar (Avda. Congreso y San Martín), para empapelar algunos de los sectores más visibles del tradicional bar El Águila. Allí recuerdo haberme sentido atrapado por la singularidad de esas imágenes mientras el bla…bla…del café hacía que se enfriase.
Pero nosotros no tomábamos café, teníamos algo más de 14 y llegábamos allí porque cerraba después de Rizzi y todavía se podía pedir algún ‘Carlito’, sin ‘s’… a secas, calentito para que la cerveza que llegábamos a comprar con una vaca flaca al final del boliche, durase una charla más.
En esos sectores donde las arcadas subdividían los ambientes (adelante, al medio, y al fondo), hasta los manteles hacían juego con esas fotos gigantes cubriendo la pared, y allí estaba, esa línea de árboles a cada lado de la Radío, una postal del pasado cercano que invitaba a detener instantes observándola.
Hasta el más enamorado se quedó atrapado por la iconografía del lugar, y supo pedir disculpas con un suave: “Perdón amor, estaba mirando la foto y no te escuché”. ¡Qué perdón ni ocho cuartas! la señorita se paró, tomó el saco largo y se rajó. ¡Andá a mirar tranquilo!, le habrá dicho, porque yo estaba al fondo, en cambio ellos entre el medio y adelante.
Déjà Vu
Esta semana tuve una especie de Déjà Vu (ya visto) cuando pasé por la costanera y ví caídos varios eucalíptus de esa otra margen que aún quedaba en pie. Gigantes que tuvieron la delicadeza de no romper el hormigón desde el que miles de automovilistas contemplaron su grandeza. Rendido a los pies de atónitos observadores, la historia empezaba a trozarse para leña y vaya a saber qué mueble de interior. Así también vi una tarde cómo arrancaban esas imágenes rasgándolas como si no importasen. ¿De quién habrá sido el negativo? ¿Se podría revelar de nuevo para, aunque más no sea, verla expuesta en el museo, menos imponente, pero viva?
Adorno y Horkheimer ya escribieron gran parte de lo que significa la reproducción técnica de la obra de arte, pero esta obra de arte de la naturaleza, se está desgajando sin más, con la fuerza del propio viento que en veinte minutos tiró abajo décadas de historia.
No se trata aquí de sentimentalismos burdos, sino esa imaginación o proyección que tuvo Don Radío para plantear un paseo millonario en ejecución, pero a la vez tan bello y singular. Allí, los árboles no fueron una idea por fuera del contenido; tal vez eran parte viva de esa decisión que con el paso de las décadas perdió sombra y al parecer, la va a seguir perdiendo hasta que ya no queden árboles gigantes.
Hoy plantamos palmeras, menos peligrosas —dicen los expertos— y seguramente tengan razón. Pero que nada tienen que ver con ese paisaje, son como especies de moda que vemos en algún gráfico de Pinterest como idea para tu jardín. ¿Qué tal si les preguntaran a los vecinos? Yo diría que quiero recuperar esa imagen del túnel, o la sombra a cada lado, que invita a matear el domingo, mientras saludo a los conocidos que ya dieron la vuelta del perro… y ahí van de nuevo.
Pero claro, nadie quiere volver atrás sobre algunas imágenes que son de la Victoria vieja, pensada bajo otra perspectiva de ciudad, donde esa costanera y puerto tenían sentido del todo que las abarcaba. Hoy es casi inexorable que caigan esos gigantes ante grandes vientos, y sean la noticia del día, hasta que mañana nos interese otra cosa.
Quien ha plantado un árbol sabe de los cuidados que lleva hasta cobrar vigor y dar sombra. Después hay mil apartados de su aporte al pulmón verde del planeta. Estamos haciendo algo en las colinas para proteger algunas especies, plantamos otras, pero esos gigantes de siestas con olor a río, de atardeceres inolvidables, ya no estarán. Vendrán nuevas tempestades a soplar sobre sus desprotegidas raíces, y esa misma altura que los hace de temer, será la que los lleve al suelo, para morir en detrimento de una ciudad que no le importó ni la imagen del bar ni la postal real que le dio origen. Hemos plantado miles, nos advierten, y seguro sea cierto. El tema no es ese, sino cuidarlos y concientizarnos de la importancia que tienen los que aún existen. Cuando cortamos un árbol porque se llenó de pájaros en centro, la plaza, donde sea; perdemos otro por tormentas o cualquier otro fenómeno natural, tendríamos que reflexionar sobre los que quedan. De eso, rara vez hablamos, y menos aún los pensamos.