“En la vida política entendí que hay un momento para dar un paso al costado”
El abogado y dirigente radical Eduardo Ruda es un referente inevitable cuando se trata de la política local, y la del radicalismo entrerriano en las últimas cuatro décadas. En una extensa entrevista con Paralelo 32 repasó parte de su vida.
“Yo siempre era el más petiso y el más chico de edad en todos los cursos. Empecé a los cinco años, porque les habían aconsejado a mis padres que fuera para que no estuviera pensando todo el tiempo en mis problemas intestinales, porque soy celíaco. Hice el servicio militar en 1975, en medio de los ataques de la guerrilla a los cuarteles. Y me recibí estando en servicio militar. En Santa Fe alquilé una casa junto a cuatro amigos de Crespo. Todos los que pasamos por la misma casa en Sana Fe, pasamos por el gobierno municipal, y terminamos como dirigentes políticos: Rubén Zapata, Darío Caballero, Daniel Paifer, Puchi Krause y yo. Cuatro peronistas y un radical. Nos llevábamos muy bien”, comentó al inicio de la entrevista.
Militancia
– ¿Cómo empezó a militar?
— Estaba en una agrupación que se llamaba MURA, que luego derivó en la Franja Morada. En el año 1968 era una agrupación tan amplia que también estaba el Partido Comunista. Estaba el turco Alaniz, un escritor y periodista de Santa Fe, que militaba en el PC. Se dividió la agrupación porque él no quería condenar la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia. Eran discusiones de la época.
– ¿Qué dirigentes lo marcaron en su vida política?
— Alfonsín. En 1972 lo conocí en un encuentro de militantes. A la mañana yo había rendido la materia Contratos, y a la tarde fuimos al acto con Alfonsín. Dijo dos cosas que a mí me marcaron: “No sigan a los violentos y no hagan antiperonismo”.
– ¿Había alguna tendencia en el radicalismo a sumarse a los grupos armados?
— Se había armado la Comisión Nacional de Juventudes Políticas y querían pasar a la clandestinidad, en 1972. ¡Hasta la juventud desarrollista votó por pasar a la clandestinidad! Nosotros les dijimos que no. Fuimos a todos los actos, como el que se hizo luego de la masacre de Trelew. Estábamos en la facultad cuando pasó todo eso. Pero Alfonsín también lo dijo por otro tema. En 1972 yo empecé a hacer afiliados en Crespo y me di cuenta que la gente no era radical, era antiperonista. Eso persistió así hasta principios de 1983. Era muy épico, la militancia consistía en haber sufrido persecuciones en el peronismo, entre 1946 y 1955. ‘No sabés lo que pasé con el peronismo’, decían muchos. ‘A aquel lo echaron del trabajo porque no los peló con la afiliación al justicialismo’. ‘A mí papá lo persiguieron porque no se puso el listón de luto por la muerte de Evita’. Algunos relatos eran ciertos, otros eran inventados; pero había una épica que consistía en haber hecho antiperonismo en la época que el peronismo era dictatorial.
Alfonsín
– ¿Lo veía a Alfonsín como un líder con visión de largo plazo?
— ¡¡Sííí!! Yo creo que la Argentina no estaba preparada para un líder como él. Una vez un tipo dijo algo, al comparar a Alfonsín con Menem: ‘las sociedades deben ser gobernadas por paradigmas, no por arquetipos’. Menem era un arquetipo de nosotros, le gustaba jugar al fútbol, le gustaban las minas, le gustaba chupar. Alfonsín era un tipo que te hablaba de filosofía, era un paradigma, estaba por encima. El Documento de Parque Norte es muy interesante, en 1986, porque es la actualización doctrinaria del radicalismo. Alfonsín introdujo algo que algunos le cuestionaron como relativismo al principismo radical: ‘la ética de la responsabilidad’. En eso basó los acuerdos con los militares. Antes, durante la clandestinidad en el Proceso, nosotros en documentos internos ya estudiábamos el tema. Dividir a los militares en tres categorías: los que dieron las órdenes, presos; los que estaban bajo obediencia debida, libres; los que se excedieron, presos. Eso estuvo en la plataforma en 1983. Cuando vino la ética de la responsabilidad, me contaban amigos como Rodolfo Parente, que estaba cerca de Alfonsín, que tuvieron discusiones muy duras. Alfonsín les respondía: ‘¿Qué quieren Uds.? ¿Hacer críticas a un gobierno militar desde Estocolmo, como estuvieron hasta hace poco?’. El Punto Final se aprobó a fines de 1986 y se refería a un plazo de 60 días para hacer denuncias contra militares. Se hicieron 5 mil denuncias. La Obediencia Debida fue una negociación con los oficiales más jóvenes, por el alzamiento de Semana Santa. Alfonsín lo explicaba como la ética de la responsabilidad. Por ese entonces, un grupo estuvo en Cuba y habló con Fidel Castro. Le contaron amargamente que tuvieron que votar esa ley. Y dicen que Fidel les respondió: ‘Nosotros también fusilamos en el 59 cuando asumimos, pero llegamos a cargos altos, si todos los demás eran parientes y familiares nuestros’. Y el ejército alemán, ¿con qué oficiales se reorganizó en 1949? Con los que estuvieron con los nazis.
– Más grave aún. ¿Con qué jueces refundó Alemania su Justicia? Con jueces de la etapa nazi. Recién ahora están terminando los juicios por crímenes de lesa humanidad, con las nuevas camadas de jueces.
— Sí, antes no los querían condenar. En Kosovo y en Serbia, a los pilotos alemanes les hicieron ‘ensangrentar las manos’. Nunca habían intervenido en combates los soldados alemanes desde el 9 de abril de 1945.
Funcionario y concejal
– ¿Cómo fue desembarcar en la Municipalidad en 1983?
— Se hizo todo de nuevo.
– ¿Qué recibieron? ¿Una institución arcaica, desorganización?
— No existía el Concejo Deliberante, no estaba previsto que existiera, por eso se tuvo que romper una pared y unir dos piezas, en el lugar donde está hoy. Las bancas hubo que hacerlas con un carpintero municipal, porque no existían. Son las que están aún. Lo llevé al carpintero Reisenawer a ver las bancas de la cámara de Diputados de la provincia, las copió y la hizo acá. Asumimos sin ningún tipo de experiencia. Cómo no funcionaba el Concejo Deliberante, el Ministerio de Gobierno de la Provincia hacía dos ordenanzas al año, la tarifaria o tributaria y la del presupuesto. Todo lo demás salía por decretos del Ejecutivo. En los primeros tiempos, iba todo por decreto y se enojaban los concejales peronistas ‘¡¿Cómo por decreto?! Esto tiene que hacerse por ordenanza’, nos increpaban. Hasta que empezamos a pedir los concejales radicales hacer los proyectos de ordenanza. Finalmente, se terminaron haciendo un promedio de 45 ordenanzas por año en ese período. Muchas rigen hasta hoy, como la del Parque Industrial, que es del año 1986. Pero fueron adaptaciones a normas provinciales, porque, como no teníamos experiencia, preveíamos consultar a la Fiscalía de Estado. Después el gran problema de la ciudad era que estaba totalmente destruido el asfalto. Estábamos muy ‘secos’, no había plata. Trajimos un escuadrón militar que trabajó gratis y reasfaltó la ciudad. Lo teníamos al arquitecto López Segura, que era muy práctico, miraba cómo trabajaban. Cuando se fueron, contrató máquinas y siguió haciéndolo con personal municipal.
– ¿Qué hacía antes la Municipalidad?
— Hacía obras, pero nada con personal propio. Se hicieron las cloacas con contratados, lo licitaban y lo hacían empresas. Una de las cosas que me llamaron la atención es que había muchos empleados, pero en la planta de personal sólo figuraban 60. Resulta que había tipos que hacían diez o 15 años que eran contratados. Fue una famosa discusión con dirigentes de la etapa militar, que terminamos en un juicio. Porque ellos dijeron que habíamos aumentado la planta de personal. Pero yo le dije al intendente Héctor Seri ‘acá hay gente que hace muchos años están contratados’. Para el 1º de mayo de 1984 le hice firmar un decreto y se incorporaron a planta permanente 80 contratados. Y de ahí en adelante, hubo toda una historia de tener agarrados a muchos en la planta transitoria, hacerlos ir a actos. Después hasta fines de siglo, nunca se superó los 180 empleados. Hoy puede haber 300, con una ciudad que supera los 20 mil habitantes. Hasta el 2% de la población se considera normal.
– ¿Pasó por muchos cargos municipales?
— Fui concejal en el gobierno de Héctor Seri, fui asesor municipal ad honorem en el primer gobierno de Darío Schneider. Ocupé todos los cargos políticos del partido desde 1972. Desde secretario del comité local hasta secretario del Comité Provincial, dos veces presidente del comité departamental, y también en el Comité Crespo. El último cargo en la provincia lo ocupé hasta 2016, que terminé como congresal provincial de la UCR.
Director de Rentas
– ¿Estuvo trabajando en la provincia?
— Fui director general de Rentas entre 1985 y 1986. En ese período aumentó un 70% la recaudación. Inventé algunos métodos caseros de recaudación.
– ¿Por ejemplo?
— En Ingresos Brutos, pregunté un día cuántos contribuyentes había. 35 mil me dijeron. Y cuántos producen el 85% del ingreso. El 85% lo producía el 15% o menos de los contribuyentes. Me planteé porqué gastábamos plata en controlar gomerías y almacenes. ¿Por qué no controlábamos a los tipos que más aportaban? Además, sacaban provecho de la inflación, pagaban menos las deudas porque los intereses eran más bajos. Me dijeron que no había personal. El tema era presentarse a los cinco días de vencido el tributo y pedir el comprobante de pago. Si no lo tenían se les dejaba ya hecha la multa, que estaba en la ley, por un 50% más. Así les dejaba de salir barato el incumplimiento. Cuando lo hicimos el primer mes, se terminó la historia de la falta de pago. En cada ciudad teníamos grandes contribuyentes. En Crespo había unos 40, en Paraná 180, en Concordia 80. Iba un ordenanza a pedirles el comprobante y presentarles la multa. Era un método casero. Con eso se empezó a recaudar.
– ¿Otros rubros que regularizó?
— Las areneras que trabajaban sobre el río Paraná sacaban la arena de nuestra orilla y pagaban el tributo en Santa Fe o Buenos Aires. En nuestra orilla hay arenas espectaculares. Vimos que las areneras pagaban pero en la provincia vecina. Llamamos a la cámara empresaria y nos dijeron que no nos pagaban a nosotros porque el impuesto les salía más caro. Les preguntamos cuánto pagaban. Les bajamos la tasa y comenzamos a cobrar. De cero pesos pasamos a cobrar diez, eso le gustaba a Montiel. También establecí la exención del impuesto automotor a vehículos de más de 30 años de antigüedad.
– ¿Cómo fue eso?
— Cuando llegué a ocupar el despacho de la DGR me encontré con estantes llenos de carpetas con expedientes de sumarios por infracciones de falta de pagos de Impuesto Automotor de autos viejos que no pagaban. Algunos no estaban dados de baja, había viejos modelos de los años treinta o cuarenta, Ford A o Ford T que ya no existen. Yo no veía autos de más de treinta años en la ruta. Les planteé a los funcionarios cómo se calcula el impuesto automotor. Por modelo y por peso. Por modelo, tiene que ver con la capacidad adquisitiva del propietario; y el peso, porque rompe las rutas que el Estado después debe reparar. De acuerdo al peso y al modelo era la tasación y el cobro. Si son autos viejos y están en un desarmadero, ni peso ni valor tienen importancia. Así fue la explicación para dejar de cobrar.
– ¿Por qué se fue de la DGR?
— Estaba agotado. Hubo varios accidentes mortales de funcionarios y de gente conocida en esa época. Lo resolví en el entierro del senador Viano, que había muerto en ese momento. Estaba muy agotado, pensando en los problemas que producía el cargo. Por ejemplo, yo llegaba a Paraná y cuando me daba cuenta ya estaba en las Cinco Esquinas. Uno va marchando, va pensando en los problemas y no se da cuenta dónde está. Es algo tremendo. No es lo mismo contratar un contador en ese cargo que el compromiso político que tenía yo. Por ejemplo, cuando se estaban llevando ganado de la provincia por el Túnel y por Brazo Largo, para no vender al Frigorífico de Santa Elena. Los frigoríficos de fuera de la provincia desabastecían a Santa Elena, que era del Estado y era el principal exportador de carne del país. Yo tuve dos operativos para parar esa maniobra. Incautamos en un momento 1.500 animales.
El antisemitismo
– Cuando volvió a la Municipalidad, fue precandidato a intendente en una interna.
— Fui precandidato en 1987. Hubo antisemitismo hacia mí. El precandidato de la línea opuesta era amigo, yo después en campaña lo llevaba a todos lados y se disculpó por cosas que se dijeron. Lo del antisemitismo lo descubrimos un día que vamos a una reunión con el grupo ganador y gente de ese sector nos dice que quería manejar la campaña como manejó la interna. ‘Queremos explicar que el candidato tiene que ser católico y Kaehler (que finalmente ganó la intendencia en 1987, N. de R.) es protestante, así como vos sos judío; vamos a hacer la misma campaña’. Eso me marcó. Si uno no entiende ese mensaje… Yo impulsaba la militancia pura.
– ¿Cómo judío le molesta esas actitudes antisemitas?
— Ahora no. Lo sentía más cuando era chico. De chico me llevaban de la mano a la escuela y me explicaban que era por ‘los Tacuara’ (grupos violentos fascistas de los años sesenta, N. de R.) y yo creía que era por las tacuaritas. Mis viejos tenían miedo, pero no por los alemanes de acá, porque eran amigos de todos. Mi papá hablaba perfectamente alemán dialecto de acá. Me sentía mal con las misas, antes del Concilio Vaticano II. Se daban en latín y se repetía ‘judíos pérfidos’. De chico, iba a una escuela de carpintería durante el Concilio y el Papa Pablo VI había quitado esa expresión de la misa. Me acuerdo que llevé el diario al curso para que todos vieran el cambio. Los malos recuerdos que tengo son de la infancia, de grande muy pocos. Yo sé que el antisemitismo existe y no va a ser desterrado nunca, por el tema del deicidio. Los judíos eran quienes mataron a Cristo. Lo inventaron los primeros cristianos que eran judíos y querían diferenciarse. El antisemitismo es lo más irracional. Un cliente me planteó un día ‘por qué los judíos no pueden ser propietarios’. Le nombré todos los judíos que son propietarios en Crespo. El tipo lo escuchó en algún lado y repetía algo que tuvo que ver con la historia en la Europa medieval.
El deporte
– ¿Hizo deportes?
— Jugué en Cultural y fui defensor. Me fui a estudiar a los 17 años, y no podía jugar más. Cuando volví fue directivo, fui técnico. Seguí jugando en un equipo de abogados hasta el año pasado, fueron 40 años. En 1977 comencé en los torneos profesionales de Paraná, era el abogado más joven; terminé como el abogado más veterano. El fútbol deja muchas amistades.
– ¿Cambió algo, cuando uno ve cómo se producen agresiones hoy en el fútbol?
— El fútbol también era agresivo en esos tiempos. Las hinchadas siempre se peleaban. En la última etapa que fui directivo, tuve muchas precauciones con las inferiores. No me gustaban los técnicos que decían malas palabras y trataban mal a los chicos, no me gustaban los padres que insultaban. Casi no me metí en las inferiores por ese motivo. Causaba más problemas el fútbol en inferiores que el de adultos. Era más tremendo. Si un técnico de inferiores fuma cómo le vamos a transmitir el mensaje de no fumar al chico. En un caso llamamos a un técnico y le tuve que decir algo para que lo entendiera. Ya era la época que los jugadores costaban plata. Le dijimos que el pibe que se fue porque él lo trató mal, era patrimonio del club. ‘Tal vez tengamos que contratar a un jugador porque él no va a llegar a primera, o tal vez se va a otro club y lucre otro’. Ahora, dicen que los técnicos de inferiores están más preparados y les exigen. Como deporte colectivo, el fútbol reproduce la guerra. El deporte individual reproduce un combate entre gladiadores romanos. A mí me gustaron siempre los deportes colectivos porque yo era un jugador mediocre que pudo seguir jugando poniendo voluntad y entendiendo el deporte. Si no sabés mucho de técnica pero podés quitar una pelota y dar un pase rápido, eso le sirve a tu equipo. Cuando fui técnico hice jugar a tipos que nunca jugaron al fútbol.
El resumen
– ¿Qué resumen hace de su vida?
— Estoy conforme con mi vida personal y familiar. Y en la vida política entendí que hay un momento en el cual hay que dar un paso al costado. Yo fui ‘la juventud’ en tiempos de Alfonsín; pero algunos quieren seguir como entonces. Eso no ocurrió en el radicalismo de Crespo que se fue rejuveneciendo en dirigentes y militantes. Mi elección dentro del partido es el municipalismo, puedo asesorar. Pero de política deben aprender los más jóvenes. ¿Y los resentimientos que hemos acumulado nosotros, mi generación? Yo, por lo menos no los pasé; nunca pasé a otros el antiperonismo, por ejemplo.
– ¿Qué resentimientos tiene acumulados de la política?
— No tengo resentimientos en general, sí tuve algunos clientes ingratos. Cuando era más joven sentí que debía salir a defenderme gente que no me protegió en algunos conflictos que tuve. No soy un tipo de plata, pero tampoco ‘un seco’. Pude hacer viajes culturales. No conozco Cancún o Miami, pero conocí los museos de Florencia, fui a Alemania, Israel y otros países.
Quién es
Elías Eduardo Ruda nació el 25 de febrero de 1953; es abogado recibido en la UNL, hizo la primaria en la Escuela Nº105 y la secundaria en el Instituto Comercial Crespo.
De origen judío, pero agnóstico, hincha de River y de Cultural, y radical desde siempre.
Su esposa es Elina Patricia Galdoz, tiene dos hijas: María Elina y Clara, ambas le dieron dos nietos cada una. Es hijo de León Ruda y de Fanny Argentina Falcoff.
Del Imperio Zarista a la Argentina
Los abuelos paternos de Eduardo Ruda eran Alejandro Ruda y Clara Ruda, tenía el mismo apellido, pero con parentesco lejano. Vivían en el Imperio Ruso. Alejandro hizo el servicio militar en la capital imperial, San Petersburgo, en el Palacio del Zar. Vivían en Ucrania cerca de Kiev, en una aldea que se llamaba Priluzka (actualmente Pryluky) Al emigrar pasaron por Londres, una parte de la familia quedó allí. El resto vino a la Argentina en 1910, pero Alejandro estaba desde antes en el país.
Los abuelos maternos eran Boris Falcoff y Sara Pomerantz. Boris se sabía el Martín Fierro de memoria, no fue escolarizado pero aprendió a leer y escribir en una carpintería. Era empleado de Dreyfus. La abuela era de las colonias judías de Entre Ríos. Como judíos, los ancestros de Ruda sufrieron las persecuciones del Imperio Zarista, que se denominaban ‘pogroms’. “Tuve un tío, Jacobo que recordaba cosas de niño y me contaba que eran tan amigos todos, en el pueblo donde vivían, que cuando a la policía le exigía desde el gobierno hacer algún destrozo contra una propiedad judía, como parte de la política de persecución antisemita, el pogrom, el comisario les avisaba a sus amigos judíos que les iban a romper algún vidrio sin importancia para cumplir con la orden. Los zares eran tremendos, encima muchos judíos estaban en los movimientos revolucionarios de izquierda”, comentó Ruda.
– ¿No le interesaría volver a Kiev y Priluzka, de donde son los Ruda?
— No, como no le interesaba a mi abuelo. Le pregunté a mi tío Jacobo en 1967, cuando fue el cincuentenario de la Revolución Rusa, si nunca habían pensado volver, teniendo en cuenta que entre ellos hubo militantes de izquierda. Me respondió que nunca más quisieron volver a Rusia. El abuelo Alejandro besaba la tierra argentina, porque consideraba que había llegado al paraíso.
El Estado, ayer y hoy
– ¿Qué diferencias ve en el Estado desde 1983 a la actualidad?
— Ahora hay una gran burocracia, se necesita mucha más gente para hacer las mismas tareas, a pesar que hay máquinas y en aquella época no había. Yo tenía en total, para toda la provincia, 380 empleados en la DGR. Cuando me vine a Crespo seguí trabajando acá y en la Municipalidad estábamos promoviendo el Parque Industrial. Hice una apuesta cuando me vine diciendo que quería aportar a crear empleo en la parte privada. A los diez años, ya había como 400 empleados en el Parque Industrial. Cuando me fui de la DGR, me contaron que terminó manejando todo un chofer. El director no mandaba en la DGR, era un puntero. Cuando nos fuimos los radicales, el esquema de poder dejó de ser político, pasó a ser punteril en todas las reparticiones. Lo que hoy veo es que se llenó de gente muchos lugares. Antes había más personal calificado y estaban orgullosos de su responsabilidad en el Estado.