El adiós al Padre Salvador Scofani: La influencia de un benedictino en varias generaciones
Victoria.- Falleció a mediados de julio el padre Salvador Scofani (85), monje de la comunidad Benedictina que supo conducir los destinos de un Instituto Kennedy, al que dedicó gran parte de su vida. “Fueron 45 años de servicio a la educación y a la pastoral educativa, cómo no guardar en nuestro corazón su mirada tierna y firme de pastor, de sembrador y de maestro”, puede leerse en la reflexión de despedida y agradecimiento que hizo públicas Mónica Broin, Apoderada Legal del Instituto John F. Kennedy.
“Preocupado por todo, pero sobre todo por ‘todos’, con una fuerza silenciosa y humilde que nos hacía sentir seguros, cuidados; con su palabra siempre oportuna y cuando no, ¡Enérgica! pero paternal”, continuó, y agregó: “Rezando por niños, adolescentes, especialmente los más rebeldes, los docentes, las familias y a quienes nos había confiado la tarea de conducir su amado Kennedy, nos daba luz para la tarea diaria, iluminando con esa sabiduría que sólo tiene los hombres de Dios”.
También en otro pasaje de su alocución mencionó: “Sé Padre que se entregó a los brazos de la Virgen, me lo dijo…casi consciente e inconsciente, me habló de ella…, del dolor que le ofrecía cada día, y como buen monje, para que en todo, especialmente en la cruz, fuera Dios glorificado”.
Paralelo 32 tuvo oportunidad de dialogar con Scofani en mayo de 2015, hacía poco que Francisco llegaba a la Santa Sede y por estas latitudes el Kennedy se preparaba para su cincuentenario de vida. Fue la oportunidad en que nos recibió en la Abadía del Niño Dios para mantener una concienzuda charla en la que mostró lucidez y también dijo que los años hacían mella en su fortaleza física, sin embargo, quisimos recuperar algunos de esos pasajes, que pueden ayudar a dimensionar lo que fue su legado:
Benedictino de corazón y de obra
“Soy entrerriano, nací en Federación (en la Campaña)”. Nos advierte mientras nos sentamos en una amplia sala de la Abadía del Niño Dios para charlar cómodamente, “Tengo artrosis en la rodilla y eso me impide poder estar más presente, pero estoy en contacto permanente a través del teléfono”, dice con la pausa justa.
Llegó a la Abadía en 1941, tenía tan solo diez años cuando ingresó al seminario de menores. “la gente me pregunta siempre por la vocación, y digo directamente que ‘no tenía vocación’. Fue un proceso y como tal me llevó a ordenarme a los 26 años”.
Hizo todas las humanidades (5 años), latín (5 años), un año de noviciado “que es más o menos lo que significa la vida de lo que querés abrazar, como el noviazgo en esta vida; filosofía (3 años) y teología (4 años)”, agregó.
En esos años fue viendo si se tiraba al agua o no- como prefirió decir para hablarnos de dedicar su vida a Dios- “muchos quedaron en el camino. Uno no conoce todas las exigencias que puede tener una carrera al comienzo; aquí es también como el noviazgo, uno empieza con una mujer pero no sabe si va a terminar con la misma”.
Además de los estudios humanitarios su sólida formación espiritual, de lectura de la Biblia y de otros libros que llegaron a sus manos, fue consolidando su elección, “y la vida monástica por supuesto”, resaltó.
“Aun cuando éramos chicos, sobre todo los domingos y días festivos, asistíamos al oficio del coro. No siempre-aclara- porque a las cinco de la mañana era muy temprano. Pero todo ello ayudaba, era un ambiente de formación e información”.
— ¿Te costó mucho?
— Eran otros tiempos más rigurosos, el modo de pensar y de ver era distinto, y por supuesto se presentaban momentos de dificultad.
También había que pensar que nuestra casa madre estaba en Francia, dependíamos de Europa, y con esa mentalidad se nos formaba. “Y por ello hubo que independizarse, en el sentido que aquí imperaba otra realidad a la cual era muy difícil adaptar aquella visión”.
Salvador tuvo posibilidad de visitar Roma en 1976 y constatar aquella afirmación. “Primero que no nos ubican dónde vivimos.
Recuerdo que los compañeros nuestros en Roma, nos preguntaban si Argentina estaba en Brasil o Bolivia”; y por ello era lógico que en ocasiones no pensáramos igual a ellos para resolver temas atinentes a nuestra cotidianeidad (lograrían esa independencia de criterios en 1977, oportunidad en que se conformó la Congregación Benedictina del Cono Sur: integrada por Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay)”.
Antes la cabeza estaba en Roma, muy lejos de la realidad. “Hoy el superior siempre está en América, y creo siempre ha estado en la Argentina desde el comienzo”.
Agregó que “En definitiva somos todos benedictinos, pero dentro de la Orden tenemos cerca de 22 congregaciones distintas, y esto pasa también en Europa, Francia no se entendía con España, ni Italia con Alemania, etc.”
El campanario comienza a sonar, mientras Salvador comenta que sus padres llegaron desde Sicilia, “y estando en Roma me fui a conocer a mis parientes, pero ellos no me creían nada de lo que les decía. Es una realidad tan distinta, donde todavía siguen tan vigentes como antes los movimientos separatistas”.
El Secundario del Kennedy
“¡Creo que la historia ya la contó Toti (Esnal)!, pero comenzó siendo escuela parroquial, después dependía de las hermanas del Colegio de Huerto, y luego pasaría a manos de laicos que trabajaban en la Parroquia.
El año próximo, más precisamente el 16 de marzo, la entidad privada de gestión pública celebra 50 años de educación religiosa en el nivel Secundario, hecho en el que nuestro interlocutor tiene gran injerencia.
“Yo entré en el Kennedy en 1968, tenía 37 años. Estaba de directora la señora María Graciadio de Casanova, familiarmente conocida como ‘Chinita (con quien trabajaría durante los 23 años que ella ejerció el cargo)’”
Según nos comentó Salvador, ya a fines de 1965 quienes terminaban el primario en Kennedy debía emigrar a otra institución educativa por falta del nivel consecutivo inmediato. “Entonces los padres comenzaron a moverse para intentar la continuidad dentro de la institución en ese trayecto escolar. Fue así que llegaron a la Abadía del Niño Dios para solicitarlo, y el Superior de ese momento dijo sí”.
Lógicamente había un grupo pequeño de chicos, y por ello los mismos docentes salieron por la ciudad y los barrios en busca de nuevas matrículas para asegurar el nivel.
En el principio Salvador solo se desempeñaba en el primario, pero hacia 1969 y por inconvenientes que se fueron dando en el grupo de padres que lo llevaba adelante “un tanto por inexperiencia y otro por cuestiones organizativas en lo didáctico, también me sumé al nivel secundario”.
Su claridad es solo interrumpida por su entonación pausada, que ahora trae a colación al grupo de madres que colaboraba en la cooperadora de aquellos comienzos, “era realmente ejemplar, promoviendo las más diversas acciones desde el trabajo incansable y mancomunado. Recuerdo puntualmente que un día para reunir fondos llegaron a hacer 120 docenas de pasteles”.
El representante legal en los colegios es prácticamente el dueño, “sos el responsable de todo lo que es parte económica y didáctica; tenés que firmar rendición de sueldos, y cualquier dinero que ingrese, el responsable es el representante legal”.
De hecho, cuando se suscita alguna reunión o cualquier tema sensible se lo consulta. “Yo siempre que podía iba, ahora con mi artrosis de rodilla tengo mi movilidad limitada”.
Trabajar para crecer
Después de Chinita en el nivel primario, vendría Marta Olarte y en la actualidad Adriana Silva, con quienes Salvador trabajó y trabaja para el bienestar del Instituto Kennedy, “precisamente ahora estamos construyendo tres aulas y baños, y ya se terminó otro cuerpo de baños el año pasado”.
Salvador dijo que aún ocupan un aula en el edificio de la Parroquia de Aránzazu, y por ello la premura para lograr terminar una de las aulas que se encuentran en construcción en la parte alta del ala que da al patio.
Que la iglesia estuviera también en la formación secundaria, fue una manera – según salvador- de seguir esos preceptos que pregona la iglesia para con la familia y la vida en comunidad, a través de las distintas instancias de aprendizaje y los encuentros extracurriculares, “desde campamentos, charlas con profesionales y demás personalidades que nos hablaban sobre los temas más variados, hasta retiros. Estos últimos ya no los podemos hacer más aquí, también porque tenemos permanentemente huéspedes. Y le repito, los tiempos han cambiado”.
Salvador insiste en que hoy afuera hay muchos elementos que combaten la educación o formación que los chicos pueden recibir de parte de la escuela. “En este momento el ambiente educativo está muy bravo, lo sienten los profesores, los padres y los chicos”.
Quizás el dato que ayuda a comprender cuántos años han pasado, es que como resalta Salvador “ya no quedan profesores de lo que fue el comienzo del secundario, muchos se jubilaron y nuevos y jóvenes docentes llegaron para ocupar esas vacantes”.
Desde la sexualidad, al narcotráfico, para nuestro entrevistado “el mismo sentido de la vida se ve trastocado en el presente. La pérdida de valores, violencia y división en la familia, sumado a la proliferación de Internet y sus malos usos, hacen que educar sea una tarea cada vez más difícil de sobrellevar por la escuela misma”.
Tomar la posta
En 1970 se nombró como rectora del secundario a ‘Necha’ Navoni de Ramos, “y en un comienzo hubo ciertas divergencias y problemas de criterios. Y se tornó un tiempo de dificultad, ya que los que estaban hacían lo que podían (cuerpo de padres), buenamente con las limitaciones de no tener experiencia en la parte didáctica”.
Quizás por ello, Salvador insiste en que “Al principio cuando entré mucha gente no me conocía y me miraban con cierto recelo… yo había terminado el sacerdocio hacia trece años, y me había capacitado en el Instituto de Conducción Educativa, que funcionaba en el Colegio Lasalle de Buenos Aires”. Con esa preparación y su experiencia docente de más de una década como profesor de Latín y de Francés, donde se desempeñó en la escuela Normal, Colegio del Huerto y posteriormente en la Abadía del Niño Dios, en el profesorado de San Benito, harían una diferencia sustancial al momento de tomar las riendas de la institución.
Luego de más de 4 décadas como representante legal de la entidad, Salvador (cumplirá 83 el 20 de octubre próximo) se muestra humilde y sincero a la vez: “cumplimos con la presencia sacerdotal, trabajamos con esfuerzo mancomunado de confianza y amistad, valorando siempre al otro. De igual modo, ya les dije que pongan a otro en mi lugar”.
En el recuerdo
Salvador también destaca momentos en que los padres y miembros de la cooperadora se arremangaron para juntas fondos para la sede: “desde carnear un novillo que conseguíamos para vender la carne, hacer chorizos días enteros, a las infaltable tortas fritas”.
“También teníamos una pista de caballos que se llamaba ‘El Temporal’, y cada tanto hacíamos una carrera los domingos”.
En otro momento, plantearon una pista de carrera para bicicletas, frente al club de pescadores (sobre la costanera). “¡Si habremos regalado bicicletas Pendino!”
Ideología y centros de estudiantes
“En la conducción de la educación en los colegios, no debe intervenir tanto la política. Aunque sean oficiales”. En este sentido, Salvador es muy crítico de la incorporación de los centros de estudiantes (la representación en los colegios) ya que “tienen una orientación muy específica, cargada de ideología político partidaria, que no le hace nada bien a la formación de nuestros jóvenes”.
Su visión de estos espacios de representación, “los autoriza a cuestionar decisiones del cuerpo docente, una mala nota, u otras valoraciones que tomó el adulto respecto de su accionar como alumno”.
“La iglesia es obra de Dios”
Si bien Salvador celebra la impronta de Francisco al frente de la Iglesia, no duda en advertir que: “Tampoco hay que ilusionarse, hay que ver si en la vida de las personas se concreta. Venir de otro mundo, donde la trayectoria de una iglesia de XXI siglos se manifiesta en toda su dimensión, es difícil de corregir. No hay que escandalizarse tampoco de que haya luchas internas aún en el seno de la iglesia”.
Por último, nuestro lúcido interlocutor precisó: “Esa parte humana de la iglesia donde está el pecado, no la podemos negar. Pero como decía un sabio Obispo: el argumento más grande para demostrar que la iglesia es obra de Dios, es que ni los curas, ni los obispos, a pesar de todo lo mal que se ha hecho, la hemos podido hundir”.