Duelos pendientes
La semana pasada hablábamos de una inaudita secretaría de la resiliencia (cancelada a tiempo), palabra que nos invita a pensar en la alta capacidad de resiliencia que se observa en nuestra sociedad, colectivamente. Aunque en particular, cuando observamos el amplio círculo en que nos movemos, que hasta puede abarcar todo el municipio en que vivimos los habitantes de ciudades chicas, deducimos, sospechamos, que la pandemia o plandemia (tome la que más le guste) ha dejado heridas aún sin cicatrizar cuando la caravana continuó y volvieron a encenderse las luces de los centros de reunión y de diversión.
Perdón por la comparación seguramente inapropiada, pero real. Por estos días hemos visto una imagen de crímenes de guerra, donde se sepultaban muertos en fosas comunes en Ucrania. Aunque cueste creerlo en el Siglo XXI, los dementes siguen ocupando las más altas magistraturas y a algunos, como Putin, se les da por ingresar a un país vecino masacrando a soldados y civiles. El dolor vuelve a desgarrar a los que hasta ayer vivieron en armonía en su hogar y hoy ven a hijos y padres de familia siendo sepultados en fosas comunes y con los botines puestos. Porque durante una guerra no hay camposanto para tantos que caen día a día.
Aunque parezca desmesurada la comparación… Cuando meses atrás alguien fallecía diagnosticado con covid19 (fuera o no la causa real de su deceso), se lo embolsaba, se lo enterraba sin ceremonias, y la familia solo tenía derecho a llorar a su ser querido desde el encierro en su casa, porque al ser diagnosticado uno de la familia el resto quedaba aislado, etiquetado y estigmatizado como perro con sarna, sin derecho a velatorio y en muchos casos sin derecho a presenciar el entierro.
Muchos de estos familiares fueron auxiliados por la esperanza de una vida feliz en los cielos de Dios, pero somos humanos, nos es imprescindible procesar el dolor, y la más inmediata forma de hacerlo es el velatorio que nos permite llorar sobre el hombro de familiares y amigos. Hasta eso nos quitó la pandemia. Aún las personas que pudieron ser veladas, carecían de acompañamiento póstumo por causa de los protocolos y sobre todo del miedo que supieron imprimirnos.
El duelo ha sido definido como un proceso psicológico que se produce tras una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono, por lo que el consuelo de los que le ofrecen su apoyo al doliente, ayuda a mitigar su dolor. Es lo que les faltó a muchos deudos, mientras que familiares y amigos de los enlutados directos tampoco pudieron participar de ese ritual, que en nuestra cultura sirve para asumir la pérdida. Hemos pasado por todo esto y parece como que ya hubiéramos olvidado nuestros 128 mil muertos y vuelto a la normalidad, sin embargo hay dolores todavía latentes que respetar.