Don Leoncio no sabe a quién votar
** Cuando algún circo que había recalado en el pueblo, no encontraba otra localidad a la cual mudarse y debía permanecer, le atribuía a cierta masa informe llamada público la responsabilidad de haber pedido que se quedaran más tiempo en el lugar. ‘A pedido del público’ se quedan para repetir diez veces más los mismos chistes que el payaso viene haciendo desde que se inventó el circo moderno en la Europa del siglo 18. El público no podría ponerse de acuerdo jamás para desmentir esa afirmación, porque ni siquiera se reconoce a sí mismo.
** En las emisoras de radio es tradicional el dudoso respaldo de “mucha gente nos llamó para decirnos…”, cuando en realidad fue una sola vecina la que planteó la inquietud. A falta de confianza en nosotros mismos o en lo que hacemos, necesitamos crear un respaldo ficticio de multitudes.
En esa huella, decimos hoy que a pedido del público lector hemos convocado una vez más para esta columna a Don Leoncio, esencia de nuestro terruño, para gambetear la batalla de esta nueva contienda electoral, tan parecida a los repetidos sketch circenses, desde tiempos inmemoriales.
** _M. Gusto en saludarlo don Leoncio en esta víspera electoral. Supongo que estos últimos han sido días de meditación para usted, pensando en ponerles el voto a los candidatos de su mayor confianza.
—L. No sabía que era para tanto, vea, si no, le aseguro que me hubiese quedado en pie durante toda la noche de ayer meditando estas cuestiones. Para mí se hace muy difícil ira a votar mañana.
_M. Buhéh, es el problema de todos; conoce muy poco a los candidatos…
—L. No es eso. Es que no odio a ningún candidato, partido ni agrupación ni frente ni fondo ni nada.
_M. ¿Cómo es eso?
Minuto filosófico
** —L. Votar por odio es más fácil, por eso más de medio país lo hace. Uno pregunta quién enfrenta con más rudeza al tipo o al partido que le cae mal, y ¡ñácate!, siente la satisfacción de joderlo votándole en contra. Pero no es mi caso, no me han enseñado a odiar sino a entender. Si yo odio, soy el frasco de ese veneno y me va a carcomer por dentro. Yo creo en las buenas intenciones de todos y tengo esperanza en el futuro desde que voté por primera vez.
** _M. ¿No le parece que aquel futuro ya pasó?
—L. El Futuro siempre está por venir, decía mi tío Florindo meneando la cabeza.
_M. Un optimista ilusorio su tío, o quizás optimista estratégico.
—L. No, él tenía un primo que le habían puesto Futuro de nombre. Era de apellido Negro. De los Negro del lado de Urdinarrain, que supieron tener tambo allá. Un primo que era pura promesa que no cumplía.
** _M. Falschermann coincidía con Chantapufi en que el hombre desea con ansiedad el apocalipsis, porque espera el paraíso definitivo después de superada esa prueba. Deseamos con devoción el reinado milenial de Mandinga y hasta nos ilusionamos creyendo reconocerlo en el presente, sin embargo se demora en venir para concedernos el pase al mundo ideal que por fe soñamos vivir.
** —L. Bueno, me voy. No sé quienes son los dos gringos esos que me nombró pero tampoco me queda claro lo que dijo. Si no se ofende voy a ir “dentrando pa’ dentro”, porque la Violeta me puede estar necesitando.
_M. Espere don Leoncio por favor, porque hoy lo necesito yo. Cuénteme su debut, su primera vez.
—L. (¿…..?)
_M. De cuándo votó por primera vez, digo.
De la “concrición” a las urnas
** —L. Mire, vea, oiga…(se toma el mentón como haciendo memoria) cuando voté por primera vez yo trabajaba en la estancia MM, de los Menéndez Monasterio, y nos fuimos al pueblo Santa Lucía entre tres muchachos para votar en una escuela. Yo, otro conchabau y un mensual que estaba a cargo del sulky. Ya habíamos hecho la “concrición” hacía rato, pero desde entonces era la primera vez que podíamos elegir a nuestros mandamases. El mensual era un tal…
_M. …Disculpe don Leoncio, ¿la ‘concrición’ era un debut sexual o qué?
—L. ¡Qué sesual ni que sesual! La colimba era. ¿Nunca oyó hablar de la colimba? ¿del servicio melitar?
** _M. Ah, era eso, sí he oído hablar. Militar; mi-li-tar. También se le llamaba conscripción o estar bajo bandera. Los milicos le llamaban conscripción porque…
—L. Ya, ya, ya, ¿o me va a contar también porqué hay un pueblo que se llama “Concrito” Bernardi?
_M. No quería llegar a tanto, déjelo ahí y siga con su relato. Concrito hasta podría pasar por un nombre de pila, pero ese soldado heroico apellidado Bernardi fue un conscripto. Pero continúe, usted había salido de la estancia MM.
** —L. Si señor, que ahora es conocida como estancia M nomás…
_M …Y a qué se debe, si se puede saber.
—L. Bueno, vio que esa gente cuida la alcurnia y mantienen esos apellidos que suenan como campanario de catedral, nunca como parroquia de aldea. De badajo grande son. Como le decía, hace poco, cuando ese Monasterio de Buenos Aires quedó mal visto por aquel asunto de las valijas con dólares y la ametralladora de ese tal López, cortaron Monasterio y se apellidan Menéndez a secas. ¿Me va a dejar contar?
_M. Cuente, cuente.
Experiencia del joven Leoncio
—L. Llegamos al pueblito y atamos cerca de la escuela, frente al bolicho de Arrúa, llamado La Pulpería. Un histórico.
_M. ¿Pensaban votar ahí?
—L. ¿Qué desayunó usted, que se me ha venido gracioso? ¿O tuvo una noche con alegrías? Uno tiene que dejar atado el caballo, o más de uno si viaja en carro, entonces busca donde hay un amarradero.
_M. ¿Sería como un puerto? Además me da como que se lo conocían de memoria.
** —L. Un amarradero. Qué se yo. Dos palos a pique terminados en forma de horqueta, arriba le calzaban una viga horizontal y uno ataba ahí las riendas. Además había bateas para abrevadero, o bebedero si prefiere.
_M. ¿El bebedero sería el mostrador del boliche?
—L. He dicho bateas donde los animales tomaban agua. Para nosotros, primero el caballo y después el hombre y el perro. Por supuesto que le gastábamos algo al bolichero por la atención, y otras veces le gastábamos todo. Me acuerdo que ese día estaba cerrada La Pulpería en Santa Lucía, por estar terminantemente prohibido por ley servir bebidas alcohólicas en el día de los comicios. Y para tomar esas porquerías dulces con gas, más vale arrimarse donde hay una mateada.
** _M. Una exageración eso de ‘terminantemente’. Digamos prohibido y basta. Nadie dice que está terminantemente prohibido cometer un crimen. Prohibido y ya.
—L. No sé, pero así se hablaba antes. Prohibido significaba probemos que tal vez pasa. Terminantemente ya era un aviso de que no había tata ni mama para el que burlaba esa ley.
_M. Si fue así, eso no ha cambiado don Leoncio, pero ¿fueron a votar o no fueron?
Una mateada flor
—L. No se me impaciente. Uno de los muchachos, el Eugenio, tenía un fato ahí en el pueblo, así es que quería pasar por no sé dónde a verse con una chica.
_M. ¿Qué es un fato? ¿un bebé?
—L. No, todavía no había llegado tan lejos. Un filito tenía. Andaba chusco con una gurisa de ahí. Pero la familia no estaba al tanto así que a la casa de la muchacha no podíamos ir a tomar mate.
** _M. Puedo imaginarme un domingo complicado. Lo ideal hubiera sido votar cuanto antes y volver a la estancia donde nadie les podía prohibir nada.
—L. Eso pensamos, así que arrancamos para el lado de la escuela. Para empeorar las cosas se largó un chaparrón; o para mejorarlas, porque hacía un calor de la gran siete y nosotros con boinas de corderoi, que mojadas nos bajaron un poco la temperatura del marote.
_M. Buhéh. Por lo menos una buena.
** —L. Espere que le cuente. Ahí afuera de la escuela había un grupo de paisanos mateando y nos arrimamos. De entrada nos pareció muy mal que nos dijeran que había que poner unos pesos; porque no es de gauchos; pero aceptamos y nos prendimos. Era mate con caña.
_M. En vez de bombilla usaban una cañita.
—L. No. En vez de agua.
–M. ¡Upaaa! Violando la terminante ley con picardía criolla.
**–L. Usted lo ha dicho. Ahí entendimos por qué había que poner unos pesos. El agua será gratis pero un mate de domingo comicial tiene otro precio. Yo sospeché de entrada porque un tal Pantaleón, que yo lo conocía de las yerras, con dificultad para sostener el termo me preguntó de cuál queríamos; si dulce o amargo. Yo dije amargo sin saber. Resulta que ellos se entendían. Dulce le llamaban al que llenaban con vino Zumuva blanco frutado, y amargo en de la caña Legui.
—M. Para peor, ustedes con sed.
_L. Para peor.
La cosa se puso espesa
** _L. Nosotros con sed, sí señor, usted lo ha dicho. Agarra uno de mis compañeros el primer mate y se le prende como ternero al calostro, en eso cae un Cabo de policía que estaba sospechando. Como para ablandarlo, el Pantaleón le ofrece un mate de Legui. El milico lo olió de lejos y lo miró fiero, pero no quiso despreciar el convite, por educación ¿vió?
** “Me van a tener que acompañar”, nos dijo con voz de mando al devolver la calabacita. Pero al ver que ninguno estaba muy en condiciones de caminar, salvo nosotros tres, habrá pensado que tendría que llevarnos a todos alzados y se achicó. Se quedó en la ronda.
** “Para usted es gratis, invita la casa”, le dijo amablemente el Pantaleón, medio balbuceando. -¿No tendría dulce?, preguntó el Cabo con voz cómplice después de dos o tres ‘amargos’, y le alcanzaron el Zumuva. Parece que la mezcla le hizo mal y al rato lo apalabró al Pantaleón y a un tal Cabrero, allí presente y bien adobado, para que lo acompañaran a suspender el comicio y meterlo preso al comisario si se oponía.
** ¡Momentito!, le pego el grito yo, que ya había perdido la cuenta de los ‘amargos’ y me envalentoné: ¡No ha nacido el guapo que le impida a Leoncio expresarse con libertá en las urnas!
“Está bien, vote primero y después anulamos todo”, aceptó el Cabo, “pero eso dependerá de a quién piensa votar”, advirtió.
¡Voy a votar por un cambio y nadie me lo va a impedir!, dije con desafío.
** Los desconcerté. Se armó un revuelo. Todos echaron mano al facón pero no sabían cuál era el enemigo. Veníamos de los milicos en el poder y todos los candidatos decían que querían el mando para cambiar las cosas. Desde entonces para acá, su discurso y el país mismo, prácticamente no han cambiado, ¿no le parece, Mangrullero?