Composición tema “Un apocalipsis aburrido”
** Las tardecitas marzolinas tienen ese encanto, ese queseyó que aquel tango reclama como patrimonio de Buenos Aires y sin embargo las provincias tienen el suyo incomparable. Vengan y vean este marzo entrerriano cuando se le antoja detener el viento y despejar sus azules cielos. Te dan ganas de todo. De conversar con amigos (están incluidas, no me hagan escribir amigues), perder el tiempo en la vereda de un bar, salir de a dos por un helado y olvidarse de volver, matear en una plaza, meterse a patear con los chicos que juegan a la pelota en el campito, pasear en bici contra toda voluntad de nuestras piernas…
** El caso es que las realidades siempre se superponen en finas capas. Este escenario que acabamos de describir es una que está a un tris de la realidad que cada uno lleva en su mochila, apenas separadas por un fino celofán, tras el cual puja la realidad nacional, la nuestra, la de nuestros seres cercanos, económica, laboral, sanitaria, futbolera, el amor, el dolor, la pasión, el desencanto, la angustia de no llegar ni a la mitad de mes con los ingresos, la preocupación por ver que nuestros gobernantes están mas desorientados que hormiga en frasco… Y todo nos pide evadirnos un rato por la tangente de las tardecitas marzolinas.
** En este sentido, algo tenemos para aprender de don Leoncio, que nunca rehúye a la realidad que lo aqueja o la que pesa sobre su interlocutor. Como quien sale a caminar por la cintura cósmica del sur -diría César Isella-, no se pierde el sol durante esos días apacibles, para respirar aromas conocidos y estrechar alguna mano mientras se puede. Esa mano con la que preguntamos cómo estás y la respuesta es bien, aunque la conversación posterior demuestre lo contrario. Como nos pasa ahora mismo en esta columna.
El hipismo no pudo
** Este siglo tiene una proliferación de gurúes que te aconsejan que todo te tiene que resbalar, que todo lo resuelvas respirando profundo y pausadamente; déjalo ser, déjalo pasar, no es asunto tuyo, y que no tenga que costarte ninguna culpa esa indolencia. Y sí, claro, todos quisiéramos vivir como si fuéramos a morir mañana. Está bien y es necesario hacerlo en algún momento del día, poniendo atención en todo lo bueno y lo lindo que nos rodea. Eso se llama relajación y para muchos es indispensable como medida terapéutica. Pero hacer de eso un modo de vida, un canon, un ‘a mí todo me chupa….’, tiene otro nombre. No es ni siquiera el leit motiv de ‘paz y amor’ de los hippies a fines de los años 60.
** El discurso y modo de vida de los hippies escandalizó al mundo, porque el mundo miró el lado exterior de ese movimiento, miró la piel y no el hueso. Vivir primitivamente y actuando como si la vida fuese una primavera, fue su modo de denunciar un mundo absurdo donde todos querían la paz y para asegurarla fabricaban más armas que nunca (que sigue vigente). Y su contradicción fue no enfrentar a ese mundo sino evadirse de él fumando hachís y otras sustancias alucinógenas. Fracasaron y a la larga muchos de ellos se convirtieron en yuppies de saco y corbata.
** Así son las cosas, todos quisiéramos vivir un mundo donde los rifles disparan balas de chocolate (frase hippie), pero eso no sucederá si nuestros jóvenes solo quieren diversión, los mayores solo quieren pasarla bien, y los revolucionarios quieren ser rentados por los gobiernos que terminaron siendo sus rehenes. Combinar ocio y sana recreación con responsabilidad y compromiso, sigue siendo, al parecer, el camino adecuado (si es que los hay). Y además, portarse siempre bien porque todo vuelve. Mirá Cristina, lo puso a Cobos como vicepresidente y éste le votó en contra, ahora lo puso a Alberto, ella es su vicepresidente y le vota en contra. Es un deja vu.
El país donde el piqueteo garpa
** El mundo bello, amable y romántico, con sus bellezas visuales, auditivas, olfativas y que pueden apreciarse al tacto, es real y está disponible cada vez que nos proponemos encontrarnos con él. Pero permítasenos perforar el celofán para volver por un instante a otro de los mundos reales, a ese apocalipsis universal que ya no nos asusta sino que nos aburre porque nunca cambia.
** La plata que no alcanza, los desgobiernos, las grietas y sus odios, las subgrietas, la injusticia, el dolor de la enfermedad o la muerte, los piqueteros y planeros que jamás encuentran un trabajo, o el dolor de Dios porque nos es indiferente. La guerra contra la inflación que creíamos había comenzado en diciembre de 2019 y no ahora que la pólvora está mojada. Los que consideran un trabajo cortar calles (felizmente lejos de acá) y tirar piedras en Plaza de Mayo. Los jefes de organizaciones que se han convertido con el tiempo en CEOs de las organizaciones que reparten miles de millones de pesos… todo lo hemos naturalizado, igual que a la covid.
** Se cumplieron dos años de vivir con la covid y “es como si hubiéramos desarrollado anticuerpos contra el miedo”, ensaya el psicólogo Adam Grant y recoge el New York Times. Estamos viviendo, dice, lo que los expertos en riesgo llaman “un apocalipsis aburrido”: las repetidas noticias nos han desensibilizado, el abuso de alarmas ha dejado de alarmarnos”. Lo mismo nos sucede en nuestro país con planes y subsidios para una cantidad de personas que ya supera holgadamente el número de los que trabajan, aportan, y están re hartos de sentirse como se sienten. Lo dicen las encuestas.
Y el que no se prende es un gil
** Se cumplen veinte años desde que alguien dijo desde el gobierno que creará subsidios solo por el tiempo que dure la crisis, con el fin de alcanzar un mayor equilibrio social y apoyar a los sectores más vulnerables. Veamos lo que publicó El Cronista pocos días atrás, tomando datos oficiales: “Preocupante. – En 20 años se multiplicó por 10 la cantidad de personas que recibe planes sociales En el 2002 la ayuda estatal alcanzaba a dos millones de argentinos, hoy esa cifra se ha multiplicado por diez”. ** Otra arista del desmadre demagógico se pudo observar esta semana, cuando fueron detenidos los autores de arrojar una bomba Molotov sobre un policía y piedras sobre el Congreso. Lazarte y Santillán cobran planes a pesar de hallarse procesados por otras causas. Un venezolano viene a hacer aquí lo que en Venezuela no puede… Todos cobran, no hay supervisión, los planes han conformado poderosas empresas sociales y de allí no se vuelve ni con una vacunación masiva. Ante tanta realidad, ¿¡cómo no vamos a necesitar escapaditas por las tardecitas marzolinas!?